El ejemplo de Aragonés

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, ha anunciado que no tomará el acta de diputado y que abandonará la primera línea política. Aragonés asume en primera persona la responsabilidad política por el batacazo electoral de ERC, que pasó de 33 a 20 diputados después de ocupar por primera vez desde la República la principal institución del país. Se trata de un gesto que le honra y que no es habitual en política, donde a menudo vemos a líderes que hacen las piruetas más extrañas antes de dimitir y son especialistas en traspasar la responsabilidad de sus actos a terceros. Aragonés no ha hecho nada de eso. Es una lección y un ejemplo. Porque la verdad es que el castigo electoral a ERC no es sólo debido a su gestión del Govern, que como todas ha tenido luces y sombras, sino que va más allá y abarca el conjunto del movimiento independentista, que ha pasado de 74 a 61 diputados. Los electores han castigado la incapacidad de ERC y Junts de formar gobiernos estables que pudieran dar continuidad a políticas que son imprescindibles para el futuro del país. Han castigado las rencillas interminables, los egocentrismos y también la falta de claridad a la hora de explicar qué ocurrió de verdad.

Por eso la responsabilidad por este fiasco va más allá de la figura de Aragonès e interpela a todos los líderes que fueron a la génesis ya la gestión del llamado Proceso. Evidentemente, cada espacio político tendrá que hacer su reflexión pertinente, pero ahora es el momento quizás de recordar el ejemplo de Jordi Cuixart, el líder de Òmnium que pasó tres años encarcelado y que decidió apartarse para dejar paso a nuevos liderazgos que no estuvieran contaminados por aquella etapa y tuvieran una mirada más limpia y clara, sin los rencores y las desconfianzas que se apoderaron del movimiento desde el mismo momento que entró en juego la represión y se demostró que no había ninguna plan de respuesta preparado.

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De una repuesta lectura de los resultados del 12-M sólo se puede concluir que el movimiento soberanista necesita hacer un reset, evaluar/renovar liderazgos, recalcular las estrategias, y abandonar de una vez por todas tanto el sentimentalismo estéril como el mal humor y el victimismo constante. El pueblo ha hablado y no se puede regañar a los ciudadanos, que son libres de decidir su voto e incluso de participar o no en las elecciones. Lo que conviene ahora es realizar un diagnóstico esmerado de lo ocurrido, mirar a largo plazo y actuar en consecuencia, poniendo siempre el bien común por delante de todo. Tampoco es momento de retorcer la aritmética electoral ni de no reconocer el resultado como el que es: una invitación a dejar paso a los ganadores, que no son otros que los socialistas.

Hasta que no se entienda que hay ciudadanos soberanistas que han decidido dar su voto a Salvador Illa para poner orden en lo que era percibido como un desbarajuste, será difícil que el independentismo pueda volver a levantar un proyecto estimulante. Y el primer paso siempre será el que ha dado Aragonés: reconocer la derrota y no rehuir la responsabilidad.