Fotografía

"Si entro en el mar con algún problema, salgo nueva"

Invierno y verano, un grupo de mujeres de entre 60 y 90 años se baña cada día en el mar en la Barceloneta. Un proyecto fotográfico de Mont Marsà muestra la explosión de alegría que transmiten

En el vestuario del club las oía comentar la jugada día tras día cuando volvían, risueñas y excitadas, de nadar en el mar en pleno invierno. Y Mont Marsà, que no puede evitar mirar al mundo con ojos de artista, no ha parado hasta conseguir retratar a este extraordinario grupo de mujeres para compartir la alegría que desprenden en un proyecto que, de momento, tiene el formato del pequeño libreto Mujeres, agua y sal.

"Bueno, siempre voy mirando lo que ocurre a mi alrededor, buscando, o encontrando, temas para proyectos, pero es que lo que ellas dejan exudar es brutal. Las iba viendo día tras día y tenía ganas de mostrarlo", explica. Marsà, que ha ido trabajando en los dos últimos años de forma silenciosa y con la total complicidad de los retratos, todas ellas socias del Club Natació Atlètic Barceloneta, cuyos vestuarios han sido el epicentro del proyecto. "Llevo 25 años en el club, pero desde que me jubilé lo puedo frecuentar más a menudo, sobre todo por la mañana, que es cuando he coincidido con ellas". Son mujeres, entre los 60 y los 90 años, que casi todos los días nadan en el mar y que, sobre todo en invierno, cuando tienen que hacer frente al frío, se sienten, como dice Marsà, "como si hicieran la cima", las heroínas de una expedición para la que se preparan con albornoces, gorras, gafas, toallas, zapatillas y lo que haga falta.

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"He retratado 15, pero no van siempre juntas sino que hay como un grupo de cuatro o cinco fijos y después gente que se apunta en función de los días y las horas. Pero todas se conocen y comparten experiencias y consejos. M gusta mucho oírlas hablar en el vestuario. Cuando llegan preguntándose cómo está el mar, si hay medusas, si está fría, hacia dónde irán ese día... Es muy gracioso porque aparte de la costa delante del club le han puesto nombre. Está la caleta, frente al hotel Vela, el Perejil, que es una pequeña isleta al final de un espigón, el Caribe, un poco más allá... Y, a la vuelta, suben excitadas , contentas, y después de la ducha caliente ya empiezan a hablar de recetas y de la comida".

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Con una de ellas, de 88 años, coincidía en el autobús para volver al club. Primero le preguntó a ella si le permitiría tomarle la foto y, después, poco a poco, fue hablando con las demás. "Al principio no tenía claro cómo haría el proyecto", comenta Mont Marsà, que siempre ha combinado el diseño gráfico con proyectos artísticos más personales en los que, como en este caso, la fotografía tiene un papel primordial. “Al principio las acompañaba en sus salidas y hacía fotos durante el tiempo que se están en el agua, una media hora, pero al fin y al cabo lo que se veía eran cabezas en el agua, y no acababa de funcionar. Entonces me lo pensé. Miré su rostro, que es su paisaje. Están morenas todo el año, y cuando suben de la playa tienen esa alegría reflejada en la cara, que era precisamente lo que quería mostrar. A partir de ahí, empecé a buscar un sitio en el club para tratar de hacer los retratos y localicé un sitio en un ángulo de duchas exterior, camino del vestuario. Descartada la cámara grande, que era demasiado pesada y lenta, opté por utilizar el iPhone sin trípode, que era más ágil y menos impositivo frente a ellas. Debía hacerlas muy rápido. Debe ser así porque ellas suben con frío, y me decían: “Corre, corre, que tengo que ir a la ducha”. Y así lo hacía rápido, sin tiempo de poner, con una dirección mínima del retrato, sólo algunas indicaciones. Pero, poco a poco, conseguía tomar dos, tres, cuatro fotos como máximo de cada una...” Le interesaba, dice, captar ese momento. La gota de agua salada que todavía chorrea por la cara de Beatriz, el pelo mojado de Teresa, la sonrisa de Margarita aún con las gafas de agua...

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Y es que no son mujeres anónimas captadas al azar. Una vez vio que el proyecto podía salir adelante, y logrado el consentimiento y la complicidad de ellas para las imágenes, quiso ampliar la información con un pequeño perfil de cada nadadora –así descubrió que sólo una vivía en la Barceloneta– y un pequeño comentario de lo que significaba para cada una de ellas el mar. “Me proporciona tranquilidad, gozo, salud y amistad”, dice Elena. “Me da placer, energía, y me quita las preocupaciones”, comenta Maite. “Después de zambullirme salgo renovada”, añade Marga. Y así todas.

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"Este proyecto quería ser una especie de homenaje a estas mujeres, quería lucir su fuerza, su entereza, su disfrute, su valentía física, y la actitud que tienen frente al mar, que por muchas parece que sea la su vida. Aunque en algún momento parecen frágiles, el mar les da la fuerza", comenta Marsà. "Quería agradecer lo que nos aportan a las demás porque creo que verlas da ganas de copiarlas, de reflejarse en su fuerza y ​​su disciplina".

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Ella, Mont Marsà, no se echa al agua en invierno, pero comparte mucha de la fuerza y ​​la ilusión de las demás. Éste no es el único proyecto en el que está empeñada, y no le detiene el hecho de no tener ningún encargo concreto, porque ella misma se hace de productora. Desde que se jubiló hace poco más de dos años como profesora de la Escuela Llotja –donde se despidió con otro proyecto silencioso en el que, tras retratarlos discretamente, expuso repartido por el centro grandes imágenes de los profesores escondiéndose de los alumnos– aparcó a medias el trabajo como diseñadora gráfica de catálogos, carteles y libros –que forman parte de la colección del DHUB y de forma muy parcial se mostró el año pasado en la exposición Mujeres diseñadoras del Museu del Disseny– y mantuvo abierta la mente a los proyectos más artísticos.

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Así, en 2022 participó en el evento de arte en el espacio público Forma Espais d'Art Contemporani Balaguer con Los lazos del exilio, instalado en las paredes de la orilla del río, y en la exposición El paisaje que habla de la Universidad de las Islas Baleares con el proyecto El silencio de la justicia. Casi desde sus inicios –cuando ya fue becada en Nueva York para analizar cómo utilizan las minorías el diseño gráfico–, le ha interesado mostrar el mundo desde una perspectiva social, feminista y humanista. "La fotografía siempre ha sido mi compañera, también en el trabajo de diseño gráfico. He utilizado la fotografía tanto por mis trabajos como por los proyectos más semiartísticos que he ido haciendo siempre".

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Ahora, que más o menos puede dar por cerrado el proyecto de las Mujeres, agua y sal, que presentará en otoño en el CNAB, seguirá con los demás que tiene en marcha, como Las casas del frío, en el que rastrea las autoconstrucciones precarias de los sintecho del Raval, barrio en el que vive, o la revisión de la ciudad solitaria que retrató, a escondidas, durante el confinamiento. La alegría y el ejemplo de las mujeres del agua, dice, le estimulan a no parar.

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Monte Marsá

Nacida en Balaguer en 1956, estudió diseño gráfico en Elisava, el Instituto Europeo de Design de Milán, y en la Parsons School y el ICP de Nueva York. Se ha dedicado muchos años profesionalmente y ha sido docente en la Escuela Llotja y en ESDI de Sabadell. En la imagen, aparece ante su proyecto sobre el exilio del Forma Espacios de Arte Contemporáneo Balaguer de 2022.