Una escalada de consecuencias inciertas en Oriente Próximo

Más allá de la espectacularidad de acciones como la de hacer explotar a miles de aparatos buscapersonas y de walkie-talkies de los milicianos de Hezbollah, lo cierto es que los ataques de Israel al Líbano están colocando a la región al borde de un conflicto de consecuencias muy inciertas. Este viernes Israel bombardeó dos edificios en el sur de Beirut y causó 12 muertos y 66 heridos, entre ellos niños. El objetivo del ataque era un alto mando de la guerrilla proirianiana, Ibrahim Aqil, que habría fallecido junto a varios colaboradores, según Tel-Aviv. Israel, por tanto, continúa su política de extensión del conflicto más allá de la Franja de Gaza para convertirlo en una guerra de alcance regional. Benjamin Netanyahu parece que ha llegado a la conclusión de que ha llegado la hora de saldar cuentas pendientes con todos sus vecinos (y enemigos declarados) por la vía más peligrosa posible.

Hasta ahora, ni el propio Hezbollah ni Irán han respondido a las operaciones israelíes de forma contundente para iniciar un conflicto abierto, pero este escenario está cada vez más cerca. Y eso que la administración Biden está haciendo esfuerzos por resucitar la vía diplomática e intentar encauzar los diferentes conflictos abiertos hacia una mesa de negociación. También la Unión Europea y Gran Bretaña lo ven con preocupación. Londres y Berlín han limitado recientemente la exportación de armas a Israel presionados por sus respectivas opiniones públicas, siendo más que evidente la incomodidad de Kamala Harris y una parte del electorado demócrata con esta cuestión.

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Si Netanyahu ha decidido apretar el acelerador es precisamente porque quizás ahora no está tan clara la victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses de noviembre, y pretende hacer estallar el conflicto con Líbano antes de la cita electoral. En cualquier caso, la demostración de fuerza de estos días de las fuerzas israelíes y sus servicios secretos, el temido Mossad, ha sido tan espectacular que tanto Hezbollah como Teherán están actuando con una prudencia máxima. Entendiendo el dilema existencial que sufre Israel desde su fundación, lo cierto es que un proyecto nacional construido sobre la guerra y la destrucción nunca acabará de lograr. La victoria total con la que sueña Netanyahu es una fantasía muy peligrosa, ya que siempre será imprescindible cierto grado de convivencia entre árabes y judíos. Por eso, la comunidad internacional debe ser más contundente a la hora de presionar a Netanyahu para que deje de jugar con fuego y ofrezca una perspectiva de paz tanto a sus ciudadanos como a sus vecinos.

El problema es que, viniendo de él, esta oferta nunca será creíble. Toda su carrera política ha estado dirigida a entorpecer cualquier acuerdo de paz con los palestinos, y además es el responsable de la principal falla de seguridad en la historia del país, como fueron los execrables ataques de Hamás del pasado octubre. Por eso, el único camino que le queda por perpetuarse en el poder es el de la guerra total.