Everest 1982: los primeros catalanes en el techo del mundo
40 años del primer intento nacional de subir a la montaña más alta del planeta, una expedición marcada por el espíritu aventurero, los valores y un final trágico
BarcelonaGeorge Mallory enloqueciendo, literalmente, por llegar a la cumbre. El monumento de las botas verdes de Tsewang Paljor. La Gran Tragedia de 1996 con testimonio directo de Jon Krakauer. La histórica cordada de Hillary y Norgay. Y la de Messner y Habeler, los primeros que llegaron a la cima sin oxígeno. El Everest suma leyendas como metros mide, tantos como 8.848. La historia de esta montaña la han escrito centenares de grandes aventureros empujados por un magnetismo difícil de explicar. Sus relatos son de superación, riesgo y ambición, pero también de obsesión por llegar a pisar el techo del mundo. La conquista del Everest ha sido una fuente inagotable de creación de mitos y de competiciones para ser los primeros desde que, en 1922, Reino Unido envió a sus mejores alpinistas para intentar coronarlo. Viejas historias de fracasos y victorias en épocas coloniales que se extienden hasta el final del siglo XX. Y justo aquí, más concretamente en 1982, es cuando pasa esta historia, la del primer intento catalán de subir al Everest, una tentativa que apenas acaba de cumplir 40 años.
Situémonos. Estamos en un momento de explosión del himalayismo, el alpinismo en el Himalaya, un macizo que se reparte entre Bután, la India, Pakistán, Tíbet, China y Nepal y donde se concentran las montañas más altas del planeta, con varios picos que superan los 8.000 metros. En el momento en el que los catalanes deciden atacar el Everest por primera vez, nuestros escaladores habían logrado pocas cumbres que llegaban a la altura mágica: la ascensión al Annapurna Este en 1974, el Makalu en 1976, el Gasherbrum II en 1980 y el Dhaulagiri y el Broad Peak en 1981. Alpinistas vascos sí que habían llegado al techo del mundo, en 1980, de la mano de Martín Zabaleta por la ruta suroeste.
El primer gran éxito
Pero para entender la primera expedición catalana al Everest, hay que remontarse unos cuantos años en el tiempo, cuando en los primeros 60 una nueva generación de alpinistas catalanes empezó a exhibirse de punta a punta del planeta. Algunos de los grandes tótems históricos de la escalada mundial empiezan a caer, uno a uno, en manos del duo que formaban Jordi Pons y Josep Manuel Anglada, los dos socios del Centre Excursionista de Catalunya (CEC). Entre 1962 y 1967 se apuntan las tres grandes paredes norte de los Alpes: el Cervino (logrado por Pons con un clásico de la escalada en Montserrat, Heinz Pokorski), el Eiger (ya con Anglada) y las Grandes Jorasses. Serían los primeros escaladores con carné de identidad español que lo conseguían. También fueron los primeros que escalaron un seismil (el Nevado Huascarán en Perú) y un sietemil (el Istor-o-nal de Pakistán, virgen hasta entonces). El paso natural siguiente era, evidentemente, el ataque a un ochomil. Estamos en 1974 y ningún catalán, ni español, lo había logrado nunca. ¿El objetivo? El Annapurna.
Durante el viaje a Nepal, la expedición coincidió con otra vasca que quería alcanzar la cumbre del Everest. "Si lo hubieran hecho durante las mismas semanas que estábamos allá, de nuestro intento no se habría ni hablado: el pez gordo se habría comido al pequeño", recuerda Jordi Pons, miembro de aquel equipo. No pasó. Meses antes, un grupo madrileño había probado a escalar el Manaslu, pero también había vuelto a casa sin éxito, así que los catalanes tenían delante una oportunidad de oro para conseguir llegar a la primera cumbre de ocho mil metros estatal: el Annapurna Este (8.026 metros), un pico que no se había escalado nunca. "Decidimos no seguir la ruta de la primera ascensión francesa, la histórica de Maurice Herzog, porque era suicida y no se había repetido. Cuando nos encontramos ante el macizo del Annapurna decidimos ir al pico del este, que tenía cincuenta metros menos que el Annapurna I y que era un ochomil virgen", explica Pons. Fue una decisión extraordinaria. El 29 de abril de 1974, después de veinte días de expedición, Catalunya se despertó con la gran noticia: la cordada formada por Jordi Pons, Josep Manuel Anglada y Emili Civís había llegado a la cumbre y escribía una página de oro del deporte nacional como la primera expedición catalana -y española- que escalaba el esperado ochomil. La gesta de este trío de alpinistas tuvo una gran repercusión e incluso el dictador Francisco Franco recibió personalmente a los deportistas en el Pardo.
Vascos, madrileños, catalanes. ¿Ser los primeros se había convertido en una cuestión de orgullo nacional? "Éramos conscientes de que teníamos un pueblo detrás que nos animaba, que ser los primeros despertaba un cierto sentimiento patriótico en Catalunya. Entre los alpinistas quizás, de una manera sutil, había este pensamiento, pero para nosotros el éxito era puramente deportivo. Era un momento en el que toda experiencia era buena", recuerda Pons. Visto con perspectiva, cada zona obtendría su triunfo: los catalanes se llevaban el ochomil, los madrileños alcanzarían el primero de los famosos catorce y los vascos el Everest. Todos contentos. "Catalunya fue una punta de lanza del alpinismo español", explica Lluís Giner, director técnico de la Federación Española de Deportes de Montaña y Escalada (FEDME): "Hasta cierto punto, todo el mundo quiso ser el primero. Pero es un deseo que ha existido siempre en el mundo de la montaña. La competición existe desde el momento en el que dos rivalizaban por quién sería el primero en escalar la cara norte del Eiger o en escalar los catorce ochomiles".
La previa ya se había conseguido, ahora les tocaba a los catalanes ir a buscar el premio gordo, el Everest. Un pico que evidentemente tiene su atractivo en la gran altura y la mística por todas las grandes historias que lo rodean, pero que técnicamente y deportivamente no representa un reto tan mayúsculo como, por ejemplo, el K2. Por otro lado, por los medios de comunicación, sobre todo los no especializados, llegar al techo del mundo es especialmente llamativo, y por eso es lo que siempre está en boca de todo el mundo, y todavía más a principios de los años 80.
El Everest en otoño
La historia de Catalunya con la montaña más alta del mundo empieza dos años antes, mientras Lluís Belvis y Jaume Altadill hacían un trekking por Nepal. Recorriendo el macizo se les ocurrió pedir un permiso para escalar el Everest. En aquella época, al contrario de las multitudes que se concentran hoy, el gobierno local solo repartía dos permisos anuales para intentar ascenderlo, uno en la primavera y otro en otoño. La escasez de autorizaciones suponía que hubiera una larga cola para conseguir el preciado pase, pero Belvis y Altadill encontraron una rendija: probarían a subir la montaña desde el cuello del Lho La, en la frontera entre el Nepal y el Tíbet, y por la arista oeste, una ruta que había abierto una expedición yugoslava en 1979 y que no se había repetido. Sin pensárselo, los catalanes volvieron a Barcelona con el permiso, pero no tenían ni el dinero ni el equipo, así que ofrecieron el proyecto al CEC, que lo aceptó con entusiasmo.
El paso siguiente fue decidir los miembros de la expedición. Cuando haces un equipo con un objetivo de esta magnitud, puede compararse con construir un rompecabezas en el que todo tiene que cuadrar sin que quede ninguna pieza fuera de lugar. Lo formaron algunos de los mejores alpinistas llegados de todo el país, una especie de dream team de diecisiete aventureros de altísimo nivel, organizados y decididos a llevar a Catalunya a la cumbre del mundo. "Igual uno tenía más pedigrí escalador y otro más capacidad organizativa, la clave era que todo se complementara. No hacía falta que todo el mundo fuera puntero, que también teníamos grandes alpinistas sino que cada uno aportara algo", recuerda Jordi Pons. Repasando los nombres, muchos son leyendas del alpinismo catalán: Josep Manuel Anglada, Òscar Cadiach, Xavier Pérez Gil, Joan Ribas, Emili Civís, Jordi Pons... Todos sobradamente capacitados para formar una cordada que pudiera llegar a la cumbre. Pero una expedición necesita más que unas buenas piernas, ya que no van a ninguna parte sin un buen coordinador, un cocinero, un médico o un geólogo.
A final de junio la expedición catalana ya estaba en Katmandú para empezar la aclimatación y planear la marcha de aproximación, que duró diecisiete días: se transportaron unas cinco toneladas de peso en material hasta el campamento base del Everest. "Era una expedición pesada -explica Pons-, como todas las de aquella época: entre nosotros y los sherpas sumaban cuarenta personas". Una vez llegados, a 5.400 metros, había que empezar a trabajar en la montaña. Para hacer la ruta planeada desde Barcelona, estudiada con ayuda directa de los yugoslavos que la habían abierto y que estuvieron en Catalunya para echar una mano, el equipo se tenía que instalar en el cuello del Lho La, a 600 metros del campamento base. Pero no era un camino fácil, al contrario. Para llegar al cuello había que superar un muro de roca descompuesta muy complicado, especialmente para pasar toda la equipación. Para superar el escollo se llevó una especie de teleférico casero que transportaría el material.
La expedición trabajaba en buen ritmo, a pesar de que los alpinistas empezaban a ser conscientes de que el otoño avanzaba peligrosamente y, cuanto más tarde, más frío y más viento haría. En aquel momento, la tragedia hizo el primer acto de presencia. No sería la última visita. El sherpa Ang Tshering murió debido a una hemorragia interna mientras estaba en el campamento 2. El luto y las tareas de evacuación del cuerpo implicaron un retraso de una semana que podía ser decisiva para conseguir, o no, el objetivo. Pero todavía habría otro contratiempo: el 6 de octubre se desprendió una roca desde más de 100 metros de altura que desmontó toda la infraestructura que el equipo tenía que pasar del campo base al campamento 1. El recorrido montado para subir y bajar y el teleférico quedaron inutilizados y la expedición dividida entre los dos campamentos. Se abrió una nueva ruta, pero se perdieron más días.
'Too much wind'
Era a mediados de octubre y todavía faltaban los puntos 3, 4 y 5 por montar. La situación empezaba a ser preocupante y por eso tenían la necesidad de dar un puñetazo sobre la mesa: "Nos reunimos todo el equipo, alpinistas y sherpas, y decidimos que había que hacer un tour de force para atacar la montaña. O íbamos a todas o el otoño se nos echaría encima y no tendríamos ninguna posibilidad", recuerda Pons. Con la temperatura cada vez más baja -el termómetro oscilaba entre los 20 y los 30 grados negativos-, los catalanes decidieron dirigirse hacia arriba sin vacilaciones. Equipados los campamentos siguientes y fijadas las cuerdas, el 14 de octubre se planeó el plan de ataque a la cumbre: Emili Civís, Toni Llasera, Joan Ribas y Jordi Pons instalaron el campamento 5 y los dos últimos se quedaron en el 4, haciendo de equipo de apoyo de los tres alpinistas que probarían el ataque final: Òscar Cadiach, Xavier Pérez Gil y el sherpa local Nima Dorje eran los escogidos. "Es la montaña la que va determinando el puesto de todo el mundo", asegura el experimentado Pons. Los tres escaladores subieron con relativa normalidad, dejando atrás todos los campamentos, mientras veían como el viento era cada vez más y más fuerte. Esto hacía que apareciera constantemente nieve nueva que barría la montaña. Se llegó a un punto insostenible: a 8.530 metros y con una temperatura de 40 grados bajo cero, Nima Dorje llamó a los catalanes "Too much wind, too much wind". Con aquellas condiciones no era posible llegar a la cumbre.
Los alpinistas analizaron la situación y estuvieron de acuerdo con Dorje. Aquel día la montaña no se dejó domar: había que dar media vuelta. Eran deportistas de élite, con una gran experiencia en la montaña y tomaron la decisión correcta. Pensaron que ya habría más ocasiones de probar el ataque. Los escaladores empezaron el descenso, con Nima Dorje bajando en primer lugar, mientras que Cadiach y Pérez Gil iban a paso lento, detrás, hasta el punto que lo perdieron de vista. Todo parecía que iba bien cuando, de repente, el equipo a la retaguardia que esperaba noticias desde el campamento 1 vio una imagen que les heló el corazón y que recordarían toda la vida: un cuerpo caía 2.000 metros, toda la pared del Everest, hasta los pies del glaciar de Rongbuk. Un accidente que no dejaba dudas de su fatalidad.
A continuación intentaron ponerse en contacto con los alpinistas que bajaban a través de un walkie-talkie : "Sabemos que ha habido un accidente, decidnos quién ha sido". El mensaje se repetiría durante horas angustiosas, hasta que Cadiach y Pérez Gil, que hacía rato que no veían al sherpa, se dieron cuenta de lo que había pasado cuando pusieron en marcha el aparato: el muerto era Nima Dorje. Pérez Gil respondió entre lágrimas: "Ha sido Nima". Los dos alpinistas catalanes siguieron bajando absolutamente deshechos hasta el campamento 4, donde estaban Pons y Ribes, que esperaban instrucciones. El día siguiente se hizo un análisis general de la situación, porque la segunda cordada podría intentar el ataque a la cumbre, pero no tenían ningún apoyo de nadie y la meteorología seguía siendo mala. Hacer un intento de cumbre era demasiado temerario y no había debate posible. Lluís Belvis, jefe de la expedición, comunicó a los dos escaladores que también tenían que volver: la aventura se había acabado.
"Cuando la montaña no quiere que subas, no subes. Ni teníamos las condiciones adecuadas ni el ánimo para continuar. Han pasado cuarenta años y sigo convencido de que no volver a intentarlo fue acertado", recuerda Pons. Nunca se supo la causa del accidente de Dorje, por qué un alpinista de aquel nivel cayó de aquella manera. Es pura especulación, pero el hecho más plausible es que se habría enganchado con los crampones, una desgracia que con una pendiente de 2.000 metros es un accidente fatal salvo que haya un milagro. El sherpa nepalí fue enterrado en una grieta del cuello del Loh La.
Todos sabían que estaban probando una ruta muy complicada, seguramente casi imposible, pero ni la dificultad ni el mal tiempo fueron la principal razón para abandonar. El esfuerzo de dos años para llevar a cabo la aventura acabó con tragedia y nadie tenía ánimo de continuar. "Fue un final triste. No merecíamos dejar a nadie allá y menos a un chaval experimentado, que era encantador, casado y con un hijo. No valía la pena perder la vida en el Everest, ninguna montaña lo vale. Ante un hecho así, el hito deportivo deja de tener importancia", dice Pons, que nunca más volvería al Everest, pero que completaría su impresionante currículum con dos ochomiles más: el Cho Oyu (1984, primera ascensión estatal) y el Gasherbrum II (1988), entre otras gestas en los Alpes, los Andes y los Dolomitas.
¡Hemos llegado a la cumbre!
En 1985, tres años después de aquel intento, Catalunya conquistaría el Everest con una nueva expedición comandada por Conrad Blanch. Òscar Cadiach, que repetía de la del 1982, Toni Sors y Carles Vallès, pudieron ondear la señera en la cumbre del mundo el 28 de agosto por la ruta de la arista nordeste (conocida como la vía Mallory). Era la cuarta ascensión mundial por aquel recorrido. Con aquel icónico "¡hemos llegado a la cumbre!" se culminaba el trabajo de una escuela irrepetible de escaladores que llevaron la bandera catalana a los picos más altos y complicados del mundo. Finalmente, fueron tres los que llegaron a la cumbre de la Everest, pero el éxito fue, también, de todos aquellos jóvenes locos que elevaron el alpinismo nacional a cuotas inimaginables. "Estos nombres tienen que quedar para siempre en el recuerdo, porque son los precursores de todo lo que hay ahora. ¡Que nadie los olvide!", reclama Lluís Giner, que también subió a la cumbre más alta del mundo con Nil Bohigas en una expedición del 1988.
Y si los recordamos para siempre será por su valentía innegable y por sus currículums incuestionables, claro, pero también por unos valores muy alejados de la actual banalización y comercialización del Himalaya y del Everest en particular: "Las expediciones comerciales han puesto en venta la montaña", dice Pons, una absoluta leyenda de este deporte. La aventura en el Everest se ha acabado, pero los mitos quedan para siempre. Los protagonistas de esta historia serán mitos.