Francia: "¡Que viene el lobo!"

La élite política francesa, bien instalada en el poder, lleva años llamando "que viene el lobo". De hecho, hace décadas: en el 2002 el padre Le Pen llegó ya a la segunda vuelta de unas presidenciales contra Chirac. Las primeras veces la alerta funcionó. Pero más allá de la gesticulación, poco se ha hecho para combatir en serio, con políticas tangibles, los ataques de la bestia demagógica. Se ha enfrentado a la extrema derecha con retórica y grandes proclamas republicanas, pero no con hechos o políticas concretas. De modo que al final la gente se ha cansado y ha perdido el miedo. El lobo Le Pen, además, ha sabido disfrazarse con piel de cordero. Y esta vez sí está en disposición de comerse, desde dentro, la suculenta tarta institucional. La República, la casa francesa de la democracia liberal, corre ahora un verdadero peligro. El lobo está en la puerta, sonriendo, con el visto bueno de una amplia parte del pueblo harto de tecnocracia, una mayoría de ciudadanos que se han creído su disfraz de liberador antisistema. Francia está a punto de meterse en la garganta del lobo. Como ya ha ocurrido en la Italia de Meloni. Y cómo podría volver a ocurrir en Estados Unidos en noviembre con el regreso del magnate republicano Donald Trump.

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Las causas de la ola autoritaria populista están bien radiografiadas: los votantes se han ido desengañando de unos partidos tradicionales de izquierda y derecha incapaces de generar un crecimiento económico acompañado de reparto de la riqueza a través de los servicios públicos, y de una corrupción y una burocracia convertidas en endémicas. La inestabilidad global por la pandemia y la guerra, como el fatalismo por el miedo climático, sumada a un ágora público cada vez más dominada por los mensajes simplificadores y confrontacionales de las redes sociales, ha acelerado el malestar y la desafección. Sí, la crisis viene de lejos. El lobo ideológico de la extrema derecha, del autoritarismo y de la antipolítica hace tiempo que ronda nuestras democracias. La francesa ahora experimenta en propia piel un mordisco letal acelerado por el altivo ensimismamiento del presidente Macron, que lejos de combatir a la bestia le ha acabado abriendo camino.

Lo bautizado como fachanguixa está justificado: los valores que defiende Reagrupament Nacional poco tienen que ver con el viejo lema revolucionario de "libertad, igualdad y fraternidad", y mucho con un nacionalismo xenófobo y excluyente que señala como gran culpable a la inmigración —la vieja y la nueva –, y con un conservadurismo que pretende detener la evolución de las mentalidades (feminismo, diversidad cultural) y con un disimulado clasismo que muchos votantes ignoran aunque hay sobradas y fehacientes pruebas de cuál es su programa político económico y social, afín a las agendas más liberalizadoras y desreguladoras. La incapacidad de aplicar auténticas agendas reformistas está llevando a una involución de manual en el terreno de los derechos y libertades, de los valores democráticos y humanos, y de las políticas sociales y económicas. Esta es la Francia que se divisa. El frente republicano vuelve a gritar "¡que viene el lobo!" ¿Bastará esta vez?