El hombre del subsuelo

Hace tiempo que quiero decir algo sobre los comentarios que los lectores digitales dejan en mis columnas. Empecé cuando todavía la prensa era sólo de papel, y tengo una relación algo ambivalente con los comentarios. Mi trabajo es ir adelante y no dejarme llevar por los gustos de los lectores, pero llevado al extremo, esto comportaría el solipsismo y la demencia. Lectores y autor deben hacer equipo. Naturalmente, siempre leo los comentarios: a veces estoy de acuerdo ya veces no, pero agradezco a todos.

La columna de la semana pasada,Viaje a las cloacas, de hecho era un comentario mío alViaje al pueblo de las ratas,del libroViajes y flores, de Mercè Rodoreda. Quise hacer una actualización, con agradecimiento y homenaje implícitos.

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Esta semana pasada, algunos lectores (en comentarios en la columna pero también de palabra, e incluso por correo) me han pedido que continuara elViaje a las cloacas. Me ha sorprendido, porque yo daba la historia por encerrada. La relación entre la eliminación de las lecturas obligatorias en la enseñanza y la decadencia moral del país es bastante evidente. También lo es que los catalanes encontraremos formas de conservar la conciencia. Si se pierde la conciencia, se pierde la moral. El día que dejemos de tenerlo, estaremos muertos como humanos. De modo que necesitamos libros. Que esto se aplique también a los partidos políticos es buena noticia.

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Toda la semana he pensado cómo podría continuar la historia y redondear su sentido, y si valía la pena. El cuento terminaba cuando la guía, enfadada, me dejaba solo en las cloacas. La historia podría completarse como sigue.

Me paseé un poco a mi aire por las cloacas. En medio de la oscuridad, me encontré una rata (colgaba unos carteles de un concierto de sopranos) y le pedí "Perdone, ¿podría informarme de dónde puedo encontrar una tapa de alcantarilla?" "¿De las de arriba o las de abajo?", dijo ella. "De las de abajo". Me señaló un punto en el suelo, al final del pasillo. Quizás era la tapa marcada en rojo en elTractatus. La abrí y bajé por la escalera de mano. La sorpresa fue que no fui a parar a un tercer alcantarillado, sino que salí de nuevo a una calle de mi país. ¡Había un circuito cerrado de cloacas! ¡Las aguas fecales que subían y las que bajaban eran las mismas! Entonces descubrí que mientras había estado en el alcantarillado habían salido más tapas y agujeros nuevos. Ahora había por todas partes; el mundo se había convertido en un colador o (teniendo presentes a los habitantes del subsuelo) en un queso suizo, suculento y vacío por dentro.