El independentismo mágico y el mapa político catalán
El independentismo mágico se va fragmentando. A la espera de ver qué ocurre con la negociación de ERC y Junts para la investidura de Pedro Sánchez, hay tres sectores minoritarios que especulan con presentarse a las elecciones catalanas de 2025. Comparten la idea de unilateralidad y de bloqueo del Estado, pero les favorecería precisamente que no se produjera ese bloqueo y que por tanto ERC, y sobre todo Junts, con quienes tienen un electorado más fronterizo, llegaran a un acuerdo con el PSOE y dejaran de ser competencia en el discurso del “cuanto peor, mejor” y en la promesa de una pretendida vía rápida hacia el estado propio, que no resiste el principio de realidad: para empezar, en las encuestas hace tiempo que el apoyo a la independencia retrocede y está por debajo del no.
Las tres facciones de esta parte minoritaria del independentismo tienen diferencias ideológicas. Por un lado, existe la hipotética candidatura de la ANC de Dolors Feliu, en cuyo interior, sin embargo, el apoyo a esta estrategia ha generado una fuerte oposición, con deserciones notables en el equipo de gobierno. Pero la presidenta parece decidida a impulsar la llamada "lista cívica", tal y como reiteró durante la Diada, una lista que se reclama ideológicamente transversal. Más decantada al centroderecha estaría la exconsejera en el exilio Clara Ponsatí, que ha roto con Carles Puigdemont y que no renuncia a encabezar un proyecto personal que no sea cívico, sino político: en su retaguardia tiene al filósofo Jordi Graupera, cada más cómodo en un populismo liberal, un discurso con el que fracasó en su carrera a la alcaldía de Barcelona en el 2019, cuando con el 3,7% de los votos no entró en el consistorio.
El tercer proyecto es el de la ultraderechista Sílvia Orriols, alcaldesa de Ripoll, que ha hecho de la islamofobia su marca personal. Líder de Aliança Catalana, partido fruto de una escisión del FNC, ya ha iniciado un plan de expansión territorial con la vista puesta en las catalanas. Es la que tiene más claro que quiere entrar al Parlament.
La atomización del independentismo es una señal de desorientación y debilidad. La resaca del 1-O no ha terminado. El sistema de partidos catalán sigue inestable. Por el lado soberanista, ERC parece no haber capitalizado ser partido de gobierno ni la apuesta por el diálogo. Junts, con dos almas enfrentadas, ha perdido todas las cuotas de poder y ahora Puigdemont, su indiscutible líder en el exilio –pero sin cargos en la formación–, se ha lanzado a explorar la negociación con el Estado que hasta ahora solo practicaban los republicanos. La CUP se ha quedado al margen del diálogo y va de baja. Del lado unionista, el PSC se ha fortalecido con la desaparición de Cs y la desmovilización independentista, y los comunes han perdido Barcelona pero han resistido en las generales: unos y otros defienden la negociación con el independentismo central. A la derecha, y contra cualquier tipo de acuerdo con los independentistas, están el PP y Vox, disputándose el voto más españolista.
La investidura o no de Pedro Sánchez también será clave para resituar el mapa político catalán.