Informe PISA, una emergencia
Barcelona"No mejoramos". Con este llamativo y premonitorio titular, el diario ARA abría la edición del 4 de diciembre de 2013. Exactamente diez años después, el titular sólo puede ser malo. Hemos empeorado. El reportaje de la noticia se ampliaba con valoraciones de expertos, seguramente sensatas y acertadas, que venían a decir un par o tres de cosas: la incertidumbre legislativa (muchas leyes en pocos años), la formación de profesorado (siempre mejorable) y la inversión en educación (nunca resuelta). Ahora afirmaríamos lo mismo.
Sin miramientos, los datos de PISA de 2022 para Cataluña son negativos. Hundimiento, desastre o catástrofe encajan bien. La pandemia explica una parte del retroceso, así como en el resto de países. Pero en Cataluña, el descenso es muy acusado, demasiado. Y era previsible si se miran los datos con detalle. Pero es necesario ir más allá de los datos. Si queremos encontrar soluciones, hay que definir bien el problema y todo apunta a que este problema no es educativo, ni estrictamente docente, sino social.
PISA no deja de ser un termómetro que toma la temperatura a aspectos de la educación escolar que siempre han sido importantes y, en la mente de todos, todavía tienen esa consideración. Pero el dominio de la comprensión lectora, matemáticas y ciencias ha dejado de ser una prioridad. No para el sistema escolar, que todavía dedica esfuerzos y personas, sino para la sociedad. Lo vemos claro con la comprensión lectora, cuyos índices no paran de bajar y no pasa nada. Lo vemos con las matemáticas, que nunca han formado parte de las pruebas de acceso a la universidad, por ejemplo. Y lo podemos constatar con las ciencias, reservadas a los más espabilados de la clase.
Ni multilingüismo ni migración
La bajada de rendimiento no se debe a la situación multilingüe, ni al componente migratorio, ni a la complejidad de las escuelas; tampoco las metodologías innovadoras han tenido tiempo de impactar en los resultados, si es que estas metodologías han podido implantarse de verdad en el conjunto del sistema; tampoco sirve de demasiado aventurar hipótesis sobre los déficits en la formación del profesorado. Son factores que pueden contribuir a ello, pero no son determinantes.
Las causas profundas que explican la situación actual del sistema educativo deben buscarse fuera porque la crisis no es educativa, ni siquiera docente; nos encontramos frente a una crisis social. Y la crisis es de confianza, de convicción y de compromiso en lo que da sentido a la educación, que justifica la función de la escuela y que explica el rol docente.
Podemos poner parches, pero esto no combatirá el problema de raíz. Mirado así, desde los parches, sin tener en cuenta qué ocurre alrededor, no se resolverá nada. El abandono escolar prematuro es un problema social; que la escuela sea inclusiva es un reto social; que la inversión en educación nos sitúe en los niveles de los países de alrededor es una decisión política y social; que los consellers de Educación se mantengan suficiente tiempo en el cargo también es un asunto que debería preocuparnos socialmente.
Es necesario, por tanto, situar la escuela en el centro, porque parece que por ahora interesa poco o nada. Ante una crisis de estas dimensiones, sería una rotundo señal de que la máxima autoridad del país declarara pronto la emergencia educativa si es que de verdad nos interpela el presente y el futuro de los niños; si es que la escuela importa.