Los jóvenes y la incomodidad con el catalán

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Ilustración dossier El catalán que (no) hablan los jóvenes

El catalán no puede esperar. Y si hablamos del catalán y los jóvenes, menos. Cada hablante que se pierde o no se gana antes de los 20 años es alguien que difícilmente se va a recuperar. Los datos son claros: el uso como lengua habitual entre los de 15 y 34 años ha caído en 15 años a un ritmo de un punto por año a favor del castellano y otras lenguas (del 43% en 2007 al 25% el 2022). Durante décadas se pusieron las esperanzas de recuperación del idioma, que salía minorizado del franquismo, en niños y adolescentes gracias a la escuela –con la inmersión– ya la televisión. Pese a los límites evidentes en otros terrenos (por ejemplo, en los cines), se trabajó y se adelantó. Hasta que la fórmula se agotó a finales de siglo. La explosión del mundo audiovisual (primero con las telas privadas y después con internet, las plataformas y las redes sociales) ha perjudicado al catalán y ha tenido un efecto directo en el mundo infantil y juvenil. La crisis educativa, y en concreto la relajación de la inmersión, combatida política y judicialmente, también ha debilitado el papel de la escuela como factor de implantación de la lengua histórica del país. Ha habido otros factores: se ha asociado el catalán al independentismo (lo que le ha marcado políticamente) y la llegada de población foránea ha supuesto un reto no siempre fácil de abordar.

Aunque en términos de arraigo y progreso social sigue siendo útil, aprenderlo y utilizarlo no es percibido como realmente necesario, ni mucho menos como algo cool. El castellano y el inglés muelan más. Hablar catalán supone un esfuerzo: no está normalizado en muchos ámbitos y ambientes. Entre los adolescentes, este distanciamiento comienza a ser tendencia, no tanto por rechazo ideológico como por sentido práctico, por comodidad. La cosa ha comportado que incluso bastantes chicos y chicas catalanohablantes a la mínima se pasen al castellano: el 28% de los jóvenes abandonan a menudo el catalán en su vida cotidiana. En un entorno bilingüe, o trilingüe, la lengua pequeña tiene todos los números para quedar relegada. Y entre quienes se declaran bilingües, un 40% hablan más castellano que catalán: es el bilingüismo asimétrico.

El catalán ha acabado siendo sinónimo de oficialidad, de enseñanza reglada, de lengua institucional, rígida; no es la lengua de la calle. La lengua franca, del ocio y la fiesta, de ligar y malhablar, y en muchos casos de ganarse la vida, es el castellano. Urge revertir este marco sociolingüístico, y es posible: pide consenso político e implicación de la sociedad civil. Pero también pide flexibilidad, es decir, muchos registros, mucha apertura. Una cosa es mantener el estándar en la educación y en los medios, y otra es que la lengua tenga vitalidad y pueda evolucionar en los entornos lúdicos informales con usos creativos y populares. Sólo con ese doble esfuerzo se conseguirá la imprescindible incorporación al catalán de los jóvenes.

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