Entrevista

Catherine L'Ecuyer: "Muy pocos jóvenes están preparados para tener un 'smartphone' o estar en las redes antes de los 18 años"

BarcelonaFue pionera en cuestionar el uso de la tecnología en las aulas, ya hablaba de ello en sus dos bestsellers, Educar en la realidad y Educar en el asombro (Plataforma Editorial). Doctora en educación y psicología, Catherine L'Ecuyer es un referente en el mundo de la educación, es canadiense pero vive en Barcelona desde 2012, y es madre de cuatro hijos. Recientemente, ha publicado Conversaciones con mi maestra (Espada) sobre el origen de las diferentes corrientes educativas. Hablamos con ella sobre tecnología, educación e innovación ahora que las familias se están uniendo para retrasar el acceso al primer móvil hasta, al menos, los 16 años.

Padres y madres de Catalunya –y también del resto del Estado– se están organizando para retrasar la edad del primer móvil hasta, al menos, los 16 años. ¿Qué le parece?

— No puedo estar más de acuerdo. En mi libro Educar en la realidad, publicado en el 2015, ya defendía la postura de retrasar la edad del primer móvil. En ese momento había una fiebre tecnológica y muchos me tildaron de loca. Ahora que hemos tocado fondo, estamos de vuelta del empacho tecnológico, estamos –podríamos decir– de resaca tecnológica.

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¿Ha percibido un cambio en la opinión de las familias sobre la tecnología? Antes las familias valoraban, a la hora de elegir escuela, que introdujeran las TIC de forma precoz. Ahora tengo la sensación de que se valora lo contrario.

— Mucho. El cambio surge a raíz de la pandemia. Antes de la pandemia se vendían las TIC como la panacea. "No se puede poner puertas al cambio", "la educación será digital o no será", "esto es el futuro"... A raíz de la pandemia nos dimos cuenta de que los jóvenes aprendieron menos a distancia, incluso llegamos a rebajar las exigencias de los exámenes para adaptarnos a las carencias de la educación online. Nos hemos dado cuenta de que el verdadero lujo no es la educación digital, sino la educación presencial. Y esa es la educación que dan a sus hijos los dueños de las grandes tecnológicas de Silicon Valley, por cierto. Parece que ellos sí pueden permitirse el lujo de las relaciones interpersonales.

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¿Es necesaria la tecnología en las escuelas y como parte de la educación? ¿O negarla es ir en contra de lo que van a encontrarse en el mundo exterior?

— Sé que existe el mantra de que "la escuela debe ser como el mundo", pero discrepo. Pienso que la escuela no tiene como misión emular lo que está fuera. Es un lugar resguardado en el que preparamos y equipamos al niño o al joven para su eventual encuentro con el mundo; pero esto no significa volcar el mundo, con todas sus miserias y sus problemáticas, dentro del aula. Hoy no existe un conjunto de evidencias, no hay consenso, que apunten a la necesidad de digitalizar las aulas. Hay estudios puntuales, pero no existe consenso. Es más, hay estudios que desmontan el mito del nativo digital y que indican que los jóvenes tampoco son capaces de la multitarea tecnológica. Y existe un creciente goteo de estudios que relacionan el uso de las tecnologías con la falta de atención. La atención es clave para el aprendizaje.

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¿Debería prohibirse el uso del móvil en las escuelas, como ya se ha hecho en otros países?

— Antes de plantearnos prohibir, habría bastado con pedir a la industria que demostrara (con un conjunto contundente de estudios) que sus dispositivos comportan beneficios académicos y no conllevan serios inconvenientes. No se hizo. Dejamos entrar estos dispositivos en la escuela sin debate ni examen previo. ¿Tratamos con niños, con jóvenes, y ahora estamos preguntando si deben prohibirse? ¿Por qué les dejamos entrar en el aula en primer lugar? ¿Dónde están los responsables de estas decisiones? ¿Por qué no pedimos responsabilidades? ¿O existe una impunidad total en el ámbito educativo? Hay una línea roja en nuestras escuelas que no debe cruzar ninguna empresa deseosa de hacer dinero a expensas de nuestro sistema educativo. Así como no podemos pedir a Pizza Hut que diseñe el menú de las escuelas, no podemos dejar que la educación esté en manos de las empresas tecnológicas. Cuando patrocinan estudios y congresos educativos o riegan las aulas con sus productos, están en pleno conflicto de intereses.

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Fui madre por primera vez hace nueve años y la última vez fue hace tres años. En ese tiempo he visto cómo la presencia de pantallas ganaba terreno entre los niños y los adultos. Ahora es mucho más habitual ver a niños en el cochecito con un móvil entre las manos, por ejemplo, o entretenidos en un restaurante con una pantalla para que no molesten. ¿Qué efectos tiene esto?

— Las asociaciones pediátricas de prácticamente todo el mundo recomiendan que los niños menores de 2 años no vean ninguna pantalla y que entre los 3 y los 5 años vean menos de una hora al día. Y no es un tema educativo, sino un tema de salud pública. Los estudios asocian el consumo de pantalla en edades tempranas con la dispersión, la disminución del vocabulario, la impulsividad, la pérdida del sentido de relevancia...

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¿Con qué patologías se asocia el abuso de pantallas a los niños?

— Es importante entender que no existe el concepto de abuso de pantallas para bebés de 0 a 2 años, ya que cualquier uso se considera un abuso. La Clínica Mayo de Estados Unidos recomienda que los niños menores de 6 años no vean pantallas como medida preventiva del TDAH.

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Hay guarderías y maestros de E3 que han detectado que los niños de tres años de ahora hablan peor, tienen menos vocabulario pero también menos tolerancia a la frustración y menos límites. Se atribuye a las pantallas pero también al ritmo acelerado de vida de las familias. ¿Qué piensa?

— Esto mismo decía en Educar en la realidad, en 2015. Lo advierten los estudios desde hace muchos años. Los niños aprenden de dos formas: con las relaciones interpersonales y con las experiencias sensoriales. Los niños de 0 a 6 años no aprenden a través de pantallas. Las leyes educativas que no lo tienen en cuenta y que insisten en las competencias digitales para estas edades, una de dos, o están 40 años atrás respecto a las investigaciones sobre el apego y la pedagogía, o bien tienen una deuda pendiente con la industria tecnológica. No encuentro otra explicación.

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¿Cuándo se deben introducir las pantallas en casa? ¿Y en la escuela?

— La Asociación Canadiense de Pediatría es contundente. Dice que "ningún estudio establece la necesidad de la introducción de la tecnología en la infancia". La cuestión no es "cuándo se deben" sino "cuándo se puede", y esto dependerá de la preparación del joven. Hace años que digo que la mejor preparación para el mundo online es el mundo offline. Si insiste en que sea más concreta, diré lo siguiente: pienso que muy pocos jóvenes están preparados para tener un smartphone o estar en las redes antes de los 18 años. Pero no me dedico a dar consejos, sino a hablar de las implicaciones, cada familia debe aterrizarlo a su modo. Depende del niño, también. Y atención, no es lo mismo un móvil de tecla que un smartphone. Los móviles de tecla no hacen daño.

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Acaba de publicar 'Conversaciones con mi maestra', donde explica el origen de los diferentes métodos educativos y desmonta mitos sobre la innovación. ¿Qué opinión le merece la escuela actual? ¿Qué le falta y qué le sobra?

— Le falta volver a lo básico: la lectura, la belleza, el apego, la sorpresa, la transmisión de la cultura... Y le sobra la obsesión por la innovación.

Hablando de innovación, hay padres que escogieron escuelas con métodos innovadores que ahora, en cambio, están preocupados o se quejan porque sus hijos no leen ni escriben con 5 años, por poner un ejemplo. ¿Hay un choque o cierto desconcierto por cómo nos educaron a nosotros y cómo se educa a nuestros hijos?

— Efectivamente. La innovación ha prometido y no ha sido capaz de entregar lo prometido. La innovación no es un concepto educativo, sino comercial. Es importante que la educación esté basada en evidencias. Por lo general, los métodos de aprendizaje por "descubrimiento puro" que proponen las corrientes innovadores no están sostenidos por las evidencias. Lo que funciona mejor es la instrucción directa combinada con el descubrimiento guiado. Ya sé que hay sectores que tienen manía a la instrucción directa. De hecho, suele haber ponentes en los congresos educativos que dan charlas demonizando a la clase magistral y después todo el mundo aplaude de pie su clase magistral. Cuando hablamos de instrucción directa, a veces pensamos en una clase magistral abstracta, aburrida y pasiva. Pero la instrucción directa no tiene por qué ser ni abstracta (puede ser una demostración en la etapa infantil, por ejemplo) ni aburrida ni pasiva. De hecho, nada más activo que escuchar una explicación clara. Es mucho más activo esto que ir a remolque de estímulos frecuentes e intermitentes provocados por algoritmos.

¿Existe una sobreestimulación de los niños?

La sobreestimulación da por sentado que el niño es un ente pasivo que no desea conocer. Parte del siguiente punto de vista: "Si no lo bombardeas, no aprende" o "El movimiento no se desarrolla, se estimula". La sobreestimulación adormece lo que yo llamo el asombro, el deseo de conocer, y genera seres embotados y pasivos. Si queremos que nuestros hijos y alumnos vuelvan a interesarse por la realidad y sean capaces de disfrutar de una conversación, por ejemplo, debemos bajar el nivel de estímulos. Debemos ayudarles a readaptarse a la belleza de la realidad.