Educación

Con poco vocabulario y frases más simples: así hablan los niños de ahora tres años

Los maestros han detectado que los niños tienen un abanico de palabras más básico, sin diversidad de vocabulario, y con dificultades para expresar lo que quieren y lo atribuyen al ritmo acelerado de vida de las familias y las pantallas

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Una maestra con alumnos de I3 en la escuela Maria-Mercè Marçal de Tàrrega

BarcelonaDespués de más de cuatro décadas ejerciendo de maestra en el Colegio San Pablo Apóstol de Tarragona, Maria Isabel Soler ha notado que en los últimos años las criaturas llegan a la escuela con menos habilidades de lenguaje que anteriormente. Si antes, explica, de treinta niños unos cinco o seis no hablaban bien, ahora la proporción está al revés: sólo cinco o seis hablan bien, pronuncian correctamente todos los sonidos, tienen un vocabulario rico y construyen frases completas. Soler ha detectado que los niños tienen un abanico de palabras muy básico, sin diversidad de palabras, y con dificultades para expresar lo que quieren.

Todavía no hay estudios sobre este fenómeno, pero es una situación que también ha observado Núria Sans, maestra en la Escuela Maria Mercè Marçal de Tàrrega, que lo describe como “habla blanda, poco estimulada, ininteligible”. Sans reconoce no saber los motivos de esta situación, pero habla de niños poco estimulados en este ámbito. Que el niño no hable bien implica que no puede expresarse ni comunicarse como quisiera. “El lenguaje oral es muy importante tanto para las conversaciones como para el juego libre o las asambleas”, dice Sans, por lo que se intenta remediarlo desde las aulas. Desde la escuela El Roure Gros, Mar Hurtado, quien también es presidenta de la Asociación de Maestros Rosa Sensat, también ha comprobado la misma situación. Los niños y niñas llegan al primer curso de educación infantil con una construcción de frases y un vocabulario mucho más limitados, con dificultades de pronunciación y habiendo hecho, en los años previos, una evolución muy sencilla.

No es una preocupación generalizada pero sí que ha puesto en alerta a algunos profesionales. M. Concepció Torres, doctora en pedagogía y presidenta de la comisión de deontología del Colegio Oficial de Pedagogía, asegura que hay varios profesionales que lo han notado, tanto en clase como en actividades de fomento de la lectura, y cree que s debería estudiar de forma científica para comprobar si la percepción en las escuelas es real o es un hecho puntual. De hecho, a raíz de la pandemia del cóvido se había apuntado que los niños habían perdido ciertas habilidades por no ver la boca de las personas que les hablaban, pero Hurtado cree que esto ya no es un “argumento de peso”, aunque pueden pervivir ciertas consecuencias, ya que curso pasado todavía había clases confinadas y los maestros iban con mascarilla a clase. Por tanto, los niños que iban a la guardería pasaban muchas horas con adultos con mascarilla –no todo el mundo llevaba transparentes– y había mucha más distancia corporal y de actividades. "Hemos estado mucho más en casa", reconoce también Sans.

¿Qué dicen los profesionales?

Esther Huguet es logopeda en el espacio Tengo Tan de Mollerussa. Lleva 26 años trabajando y pese a que las familias recurren a sus servicios sobre todo cuando hay problemas de articulación, sí ha detectado que se utilizan frases más simples, poco elaboradas y sin estructura. Cree que a los tres años puede haber cierto retraso que se nota hasta los cinco o seis. Pero alerta de que si este problema todavía se da a los seis o siete años debe empezar a estudiarse si hay algún tipo de trastorno.

La sensación de Huguet es que antes había más tiempo para la conversación. “Somos la generación del corre, va”, añade. Lamenta que no haya tiempo para jugar en casa y señala que el juego simbólico es muy enriquecedor para potenciar ese vocabulario, así como situaciones de la vida cotidiana. En este sentido, también ve que se han dejado de realizar actividades como ir de compras con los niños. Para facilitarse la vida, los adultos compran por internet o procuran ir sin hijos, de manera que se pierden situaciones en las que se puede practicar la escritura, para hacer la lista –¿qué necesitamos?–; el cálculo, a la hora de coger los productos – tomamos seis manzanas y diez mandarinas–; el vocabulario –compremos rape, merluza o lenguado–... Esta situación se puede compensar ordenando la compra en casa o cocinando una receta.

Hablar a los niños y niñas, la solución

Con la trayectoria que tiene detrás, Soler se atreve a decir que parte del problema es que “hablar con los padres y los abuelos se ha perdido”. culpa al estilo de vida actual y la “obsesión” de muchas familias por “hacer muchas cosas”, que les maneja “a toque de pito”. "Los niños son los mismos, es el adulto que ha cambiado -resume Soler-, y los niños suben alterados". Cuando alguno de los casos les parece más complicado hablan con las familias, se les recomienda ejercicios y si el curso siguiente no ha mejorado se deriva al logopeda. Sans también ve que hay familias que siempre quieren tener la última palabra y que son reacias a acudir a los profesionales del CDIAP. Por eso cree que una logopeda en cada escuela sería una buena forma de hacer frente a estos casos.

Mar Hurtado coincide con Maria Isabel Soler en su diagnóstico del ritmo que traen las familias. Recuerda que aprender el sonido de las palabras requiere mucha claridad y mucha calma y que, en cambio, actualmente estamos sumergidos "en un mundo rápido y de corta comunicación". Por eso propone recuperar el tiempo de entretenerse, contar muchos cuentos antes de ir a dormir y hacerlo con tranquilidad, y dejar de lado a las extraescolares de los niños más pequeños. “Para hablar bien se necesita un entrenamiento con alguien que sabe escuchar. Ralentizamos el tiempo y damos espacio para todo esto”, concluye Hurtado, que propone cosas tan sencillas como hablar del desayuno, de lo que se cocina, de todo lo cotidiano. Pero el gran consejo que da Hurtado es “priorizar a los hijos y valorar bien sus necesidades para que estén el máximo tiempo posible con el padre o la madre". Además, recomienda no infantilizarlos y atreverse con el vocabulario adulto , ya que los niños lo acaban entendiendo y comprendiendo.

El papel de las pantallas (y otras causas)

M. Concepció Torres tiene muy claro que las pantallas y los móviles podrían estar detrás de este problema. "La comunicación con pantalla no te da respuesta y tú no respondes", dice. Por tanto, añade, “haces una comunicación sin lenguaje” incluso en situaciones tan cotidianas como pasear. “Tenemos el vicio de darles el móvil para que se callen incluso en el cochecito”, critica. Hurtado comparte esta opinión pero no pone énfasis en el uso de las pantallas por parte de los pequeños sino de sus padres y familiares. "Es un problema de los adultos -alerta-, las pantallas nos hacen estar callados y entretenidos sin hacer lo que necesita el niño". La maestra pone de ejemplo situaciones como pasear al niño en el cochecito mientras miramos el móvil y no decirle nada, o ir al parque y sentarse con el teléfono en la mano sin interactuar con su hijo.

Hurtado aún va más allá y hace una reflexión sobre el mundo actual y el estrés de la nuestra la sociedad. Cree que esta sociedad “de prisas” no ayuda a escuchar al adulto y, por tanto, tampoco a aprender a hablar bien, a interpretar los sonidos, etc. Para Hurtado muchos momentos de la vida cotidiana pueden ser idóneos para que el adulto sea un modelo, pero el estilo de vida que llevamos no es “el más adecuado” para favorecerlo.

Torres también cree que en casa "hay que vivir, hablar, conversar, compartir historias, contar el bienestar y el malestar que tenemos" para que los más pequeños entiendan su entorno y lo que pasa. Este ejercicio ayudará a que en otras ocasiones sea el niño quien pueda hacer entender al adulto cómo está. "Ya son personas y hay que tratarlos como tales", concluye Torres.

La escuela siempre se adapta

El lenguaje es una de las habilidades más importantes en los primeros años de escolarización, básico para pasar a la lectura y la escritura. Que una parte importante del alumnado llegue menos hábil obliga a los maestros a adaptarse. Pero esto, dice Mar Hurtado, no es raro, porque los profesionales "se adaptan siempre a todas las particularidades". “Se acabó la escuela que educa o enseña de una forma para todos; debes saber detectar las potencialidades y las carencias de cada uno para ayudar a reforzarlas o revertirlas”, añade.

En esta situación concreta, Núria Sans explica que se potencian ambientes de conciencia fonológica, es decir, con una maestra de audición y lenguaje que les ayuda a trabajar los sonidos con onomatopeyas, rimas, cantos u otros recursos similares.

Soler explica que estas dificultades también se traducen en menor atención en el aula. Pone de ejemplo los cuentos: “O le pones mucha salsa o debes acortarla, porque no están acostumbrados”, explica. Lamenta que las dinámicas cambian y que el efecto en las aulas es grande y que deben dedicarse a enseñar a hablar y, por tanto, “a hacer de logopedas”. Por su parte, Torres también cree que cuando el niño tiene dificultades para hacerse entender esta situación le genera malestar y, por tanto, le puede salir cierta agresividad. En este sentido, Huguet recuerda que en la escuela ya hay lenguaje, y recalca que los primeros que deben ser conscientes de estas necesidades son los padres.

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