Soy una madre distinta: bisexual, no monógama y con mucha vida social

Soy consciente de que no soy una madre como tantas otras. Todas las mujeres que somos madres lo somos a nuestra manera y no creo en estereotipos ni clichés, pero también admito que hay demasiadas veces que sorprendo a mis tres hijos con gestos y actitudes que se salen de la norma.

Cuando Eva era pequeña insistía en que llevara bolsos colgados y no mochilas. Y ahora que llevo bolsas maravillosas de mi amiga Núria Brussosa me he vuelto a escapar de lo que tocaría admitiendo que soy bisexual y no monógama. Sé que no le molesta nada porque mi hija está abierta y bonita. Pero también sé que no tiene muchas amistades con madres que declaren públicamente lo mismo.

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Y lo mismo me ocurre con la defensa enconada de mi intimidad y de mi espacio propio. Los hijos saben que no pueden pedirme el piso que utilizo de oficina y del que me plazca porque les diré que no. Y que cuando Pol y Nil no están conmigo deben avisar si vienen a casa para venir a buscar lo que sea. He tenido gestos contundentes en este sentido que nadie pensaba que me atrevería a tener. Y aunque por dentro sufría, me he mantenido firme. Por ellos. Y por mí. A veces pienso que les sería más cómodo una madre que de repente no decidiera salir de casa entre semana a las diez y media de la noche. O que no tuviera tanta vida social. Alguien con una vida personal menos florida. No tan lengua larga. Una madre con menos de cinco trabajos distintos. A quien algunas semanas le ven poco el pelo porque le coincide trabajo, vida social y personal, y ahora que son mayores ya no está dispuesta a renunciar a nada. Que no llevara el pelo rojo. Alguien convencional, vamos. Porque entiendo que ser mi hijo o mi hija a veces puede ser pesadito o cargante. O quizás no. Porque después resulta que cuando pienso "ay, pobres, la madre que les ha tocado", de repente me hacen saber que sus amigos les gusta tanto lo que hago o lo que digo, y me los traen para que hable y les ayude o para que les firme un libro. Y que el hecho de que conozca a tanta gente les hace ilusión. Me emociona cuando me doy cuenta de que están orgullosos de mí. No profesionalmente. De mí.

Para mí es muy importante enseñarles que aparte de madre soy una mujer con vida propia y las ideas claras. Que les he dedicado todo el tiempo del mundo y que ahora estoy a su lado para acompañarles en todo lo necesario pero que confío en ellos para que tiren solos. Saben que si tienen dudas vitales importantes pueden compartirlas conmigo (y también con su padre) y siento que mi opinión les resulta un espacio de seguridad y calma.

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Durante once años admitié en este diario semanalmente mi condición de “peor madre del mundo” y nada de lo que digo lo desmiente. Porque dentro de nuestra relación entra este factor, el de la imperfección, el humor y el perdón por todo lo que nos hayamos podido equivocar. Sí, soy una madre distinta, porque quiero que ellos sean personas distintas, propias y con un carácter único. Y así es.