Estreno

El niño lama que cambió el monasterio budista por las discotecas de Ibiza

El Serielizados Fest preestrena 'Osel', la serie documental sobre el niño de la Alpujarra que fue reconocido como una reencarnación de un lama del Tíbet

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Una imagen del docuemental

BarcelonaEn los años 80, su historia llenó páginas y páginas de diarios y revistas. Con 14 meses de vida, Osel Hita Torres, un niño nacido en la Alpujarra granadina, fue declarado la reencarnación del lama budista Yeshe, del que sus padres eran admiradores. Conocido como el niño lama en todo el mundo, Osel, adornado con la tradicional vestimenta budista roja y amarilla, ingresó en un monasterio de la India con 18 meses y no lo abandonó definitivamente hasta que cumplió 18 años, cuando decidió que quería experimentar el mundo occidental con todas sus implicaciones. Después de que durante mucho tiempo su historia la hayan explicado los medios, el niño lama, ahora ya un adulto de 37 años y padre de un hijo de cinco, ha decidido compartir su experiencia con la serie documental Osel, que se presenta en el Serielizados Fest este sábado. El estreno será en HBO Max a partir del 3 de noviembre.

"Yo ya ni soy un niño ni me identifico como lama, pero la gente me sigue llamando el niño lama", explica al ARA Osel Hita Torres, que confiesa que una de sus esperanzas es que la docuserie haga que los espectadores vayan más allá de la etiqueta que se popularizó en su infancia. La producción hace un repaso a la historia de Osel, el quinto de nueve hermanos, desde antes de su nacimiento hasta la actualidad. Así, el primer capítulo sirve para poner en contexto la cultura hippie de la que formaban parte sus padres y su fe budista, un elemento clave para comprender por qué accedieron al hecho de que su hijo viviera en un monasterio y tuviera un contacto esporádico con su familia. Lucas Figueroa, director de la serie, asegura que su intención ha sido narrar los hechos dejando de lado los prejuicios y las ideas preconcebidas respecto a los padres del niño lama. "No queríamos juzgar a los padres ni a nadie. Para mí explicar una historia tan densa y con tantas capas sin tener un posicionamiento claro de quién es el bueno y quién es el malo es un mérito", remarca.

Osel en diferentes etapas de su vida

Experimentación en Ibiza

Con nueve años, Osel consiguió grabar un casete que envió a su madre en el que le pedía que lo sacara del monasterio, una necesidad que experimentó en varias ocasiones a lo largo del tiempo que estuvo retirado. "El tiempo era infinito, los segundos eran como años. Esto, para mí, era lo más duro. Todo era siempre igual, incluso la comida: arroz, lentejas y verduras, cada día. Esto me acojonaba", rememora Osel. Durante su tiempo en el monasterio fue adorado como una divinidad, nadie podía tener contacto físico con él salvo que él les diera permiso, comía solo y estaba sometido a largas jornadas de estudio.

Hasta los 18 años, Osel pudo hacer algunas visitas a España para ver a su familia, unos viajes que hacían que la reintegración a la vida monástica fuera muy difícil. Con 16 años consiguió que le dieran un permiso especial para estar tres meses con su madre, que se había trasladado a vivir a Ibiza. La vida en la isla encendió el chispazo del deseo de trasladarse a Occidente y descubrir un mundo que le era totalmente ajeno. "La primera tarde que estuve en Ibiza mi madre me llevó a una playa nudista, y, por la noche, a la gala de la juventud de la discoteca Pacha. Pasé de un monasterio donde ni siquiera había música a aquello", explica Osel, que recuerda que fue en ese momento cuando se le empezaron a romper muchos esquemas.

Para volver al mundo occidental tuvo que esperar hasta la mayoría de edad, cuando teóricamente ya podía decidir por él mismo qué quería hacer. Explica que su salida del monasterio fue, en realidad, una fuga: "Pedí permiso para ir a visitar a mi familia y me pidieron que prometiera que volvería. Yo dije: «Prometo volver», pero en mi cabeza dije «Pero dentro de 10 años». Y lo hice, volví al cabo de siete años". Cuando se le plantea que las normas del monasterio pueden recordar a las de una secta, tiene una respuesta rápida: "Todas las religiones empezaron como una secta y, para mí, esto no tiene relevancia. Para mí, lo importante es lo que representa cada religión, los valores de amor, respeto y humildad".

En su nueva vida, Osel descubrió el pelo largo –llevaba la cabeza rapada desde bebé–, los tatuajes, la música trance y las fiestas en la playa en las que se podía pasar horas tocando los tambores. Con unos padres abiertos al hecho de que su hijo experimentara, inició un viaje para descubrirse a sí mismo que lo llevó a vivir un tiempo en las calles de Italia. Además, decidió alejarse de cualquier contacto con los medios de comunicación: "No tenía mucho interés en exponerme porque sabía que no me entenderían porque ni yo mismo me entendía".

Osel, que ahora se dedica al activismo medioambiental con una organización que se dedica a plantar árboles, asegura que su infancia no fue emocionalmente estable porque siempre estaba rodeado de gente diferente. A pesar de todo, no guarda rencor a sus padres por la decisión que tomaron. Eso sí, hay una cosa que tiene muy clara: "Con mi hijo no haría lo mismo que hicieron ellos ni en un millón de vidas".

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