En el momento de analizar cualquier conflicto, los historiadores generalmente distinguen entre causas inmediatas y causas remotas. El enfrentamiento árabe-israelí no escapa a esta lógica. Situar las remotas en el momento de la Declaración Balfour (1917) ayuda a entender la actual guerra como una rémora más del imperialismo. Los británicos propusieron entonces "el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío". Un objetivo que debía alcanzarse sin hacer nada que pudiera "perjudicar a los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina". De ese fracaso diplomático de Londres, uno más, de la mala conciencia de la comunidad internacional que descubre el horror del Holocausto a finales de la Segunda Guerra Mundial, y del menosprecio de los palestinos por los propios dirigentes del mundo árabe durante la Guerra Fría, una vez más ahora el mundo vive con el alma en el corazón por el nunca resuelto conflicto de Oriente Medio. La llamada a la creación del estado palestino, a la convivencia en paz y seguridad de ambos estados, el hebreo y el árabe-palestino, es más necesaria que nunca, pero, probablemente, está también más alejada que nunca de la realidad diplomática y geopolítica.