Día Internacional por la Prevención del Suicidio

"Los pensamientos suicidas están ahí, pero pasan"

Una joven activista de Obertament habla sobre cómo la terapia hizo que recuperara la confianza

BarcelonaEs la primera vez que actúa como activista de'Obertament, con un objetivo muy claro: "Los pensamientos suicidas están ahí, duelen mucho, pero pasan". Se llama María (no quiere que se sepa su apellido), tiene 24 años ya los 16 le diagnosticaron qué le hace caer en depresiones. La suya es una historia que rompe muchos estereotipos sobre por qué una persona tiene intenciones suicidas. "No tenía dramas ni traumas –afirma–. Hasta entonces había sido una niña modelo, notas de 10, que hacía gimnasia, con unos padres encantadores, una familia maravillosa y unas grandes amigas". Pero a los 15 empezó a notar cosas raras que no entendía. Ni ella ni nadie de su entorno Su rendimiento académico bajó y erróneamente lo atribuyeron a problemas físicos, al hierro bajo, al instituto la intentaron ayudar como pudieron, adaptándole alguna asignatura para que no se quedara atrás, pero sin abordar el malestar emocional. Ni siquiera, recuerda, la psicóloga del centro supo cómo gestionar su caso._BK_COD_ Hasta que cayó en una fuerte depresión y anunció en casa que no volvería a la escuela.El siguiente paso fue ir a la psicóloga de la mutua, que le admitió que no podría ayudarla con su plan de visitas, la derivaron al hospital de día del Clínic, donde ya le dieron la información sobre qué tenía y van poner etiqueta: trastorno bipolar. Ya en tratamiento empezó a tener pensamientos suicidas, que "escondía" porque no quería que nadie estropeara sus planes. Sufría mucho, y para evitar que acabara haciéndose daño la ingresaron. Sin embargo, el recuerdo que tiene de los años de los servicios de salud mental para jóvenes del Clínic son muy buenos. Dice que le "salvaron la vida" porque allí aprendió a escucharse y entenderse, y sobre todo a saber hablar con los padres de los que se le pasaba por la cabeza.

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Lamenta que en aquella época lo que más echó de menos fue saber cómo funcionaba el cuerpo emocional y mentalmente, porque al instituto le habían enseñado el sistema nervioso, el aparato reproductor o el cerebro, pero no le dieron ningún pista sobre cómo estaba reaccionando su organismo. "Quizá si se hablara más de salud mental dentro del currículo reconoceríamos más los síntomas", propone; una idea que también serviría –reflexiona– para que las personas de alrededor, que no tienen ningún trastorno, conozcan también los síntomas y no caigan en insultos o risas que duelen. Es la forma de acabar con el estigma que las personas que tienen un trastorno mental todavía arrastran.

Lo peor del paso por el Clínic fue tener que pasar a los servicios especializados para adultos, un cambio brutal que deja a los jóvenes pacientes como si estuvieran "en la selva", nada que ver con la protección que sentía de los profesionales para jóvenes. A sus 21 años, una nueva depresión muy fuerte hizo que ella misma pidiera un ingreso voluntario. En los cinco años que habían pasado desde la primera hospitalización, María había trabajado su salud mental, había aprendido a cuidarse ya hacer que la familia, los amigos y la pareja estuvieran a su lado. "Cuando era una adolescente los pensamientos suicidas me parecían un gran plan que quería llevar a cabo, pero ahora ya no, porque tengo más confianza y sé que pasan –relata–. Aquí demuestras que avanzas, que la terapia te ayuda y que puedes dejar atrás las ideas del suicidio", concluye.

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