Neurociencia

Tener pensamientos trascendentes contribuye a la maduración del cerebro

Un estudio con 65 adolescentes durante años mostró que pensar más allá del contexto cotidiano mejora la capacidad de generar objetivos vitales propios

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Adolescente pensando en sus cosas.

La adolescencia es una época de grandes cambios físicos y mentales. El cerebro experimenta importantes reorganizaciones en algunas de sus sinapsis, que son las conexiones que establecen las neuronas para comunicarse entre ellas. Tienen que dejar atrás la forma de pensar y de hacer propias de los niños para adquirir progresivamente las de la juventud y la edad adulta. Estos cambios implican la eliminación de muchas sinapsis, un proceso que se llama podado neuronal, y la adquisición de muchísimas más nuevas.

Hace tiempo que se sabe que el ambiente donde viven, los estímulos que se les ofrecen, las experiencias que viven, los pensamientos que tienen, la confianza que se les transmite y el apoyo emocional que reciben influyen significativamente en el desarrollo y maduración del cerebro adolescente. Y, en consecuencia, en la forma de ser que tendrán en el futuro. Es decir, en cómo se percibirán a sí mismos y en cómo se relacionarán con las demás personas.

La psicóloga especializada en neurociencia educativa Rebecca JM Gotlieb y sus colaboradores, de las universidades de California y del Sur de California en Los Ángeles, han añadido un nuevo elemento que contribuye positivamente a la maduración del cerebro adolescente: tener pensamientos trascendentes. Según han publicado en Scientific ReportsEsto incrementa y fortalece las sinapsis entre dos zonas del cerebro que son cruciales para establecer y mantener los objetivos vitales y para la capacidad de reflexionar internamente: las redes de control ejecutivo de la corteza prefrontal y la llamada red neuronal por defecto.

Tener pensamientos trascendentes es, como definen estos investigadores, la práctica de mirar más allá del contexto inmediato de cualquier suceso o situación para entender los significados y las implicaciones más profundas que puedan tener. De modo más general, implica pensar en conceptos o ideas que van más allá de los aspectos cotidianos. Se centra en cuestiones profundas o filosóficas, tales como la naturaleza de la existencia, el propósito de la vida, la conciencia o la moralidad, entre otros. Y puede conducir hacia una profunda reflexión sobre el propio yo y el lugar que ocupamos en nuestro entorno, que son justamente dos de los aspectos propios de la adolescencia.

El experimento que han realizado Gotlieb y sus colaboradores es de tipo longitudinal. Es decir, que ha alcanzado el análisis de un número significativo de personas durante varios años de su vida. Y ha incluido tests psicológicos e imágenes cerebrales obtenidas mediante resonancias magnéticas funcionales. De forma resumida, entrevistaron individualmente a 65 adolescentes que tenían entre 14 y 18 años y que estaban cursando educación secundaria. Les contaron historias reales sobre adolescentes de otros lugares del mundo, y les preguntaron cómo les habían hecho oír estas historias. A continuación obtuvieron imágenes de su cerebro mediante una resonancia magnética funcional.

Dos años más tarde les hicieron una nueva resonancia magnética funcional, y dos más los siguientes tres años. Los datos obtenidos les permitieron ver cómo había ido cambiando la conectividad del cerebro de estos voluntarios en un período de cinco años, hasta el final de la adolescencia y el inicio de la juventud, según el caso. Observaron que, a pesar de que todos habían tenido algún tipo de pensamiento trascendente a la hora de evaluar las historias, en los adolescentes que más habían debatido internamente sobre el significado y las implicaciones y que más aprendizajes habían extraído, más había incrementado la coordinación entre dos áreas muy específicas del cerebro. Son las redes de control ejecutivo de la corteza prefrontal, que están implicadas en la generación de pensamientos reflexivos, la planificación, la toma de decisiones razonadas y la gestión emocional, y la red neuronal por defecto, que está implicada en la capacidad de tener pensamientos internos, reflexionar sobre uno mismo, recordar el pasado y pensar en el futuro. También se asocia con la introspección, la autorreflexión y la llamada teoría de la mente, que es la capacidad de comprender los pensamientos y las emociones de los demás y de nosotros mismos.

Dicho de otro modo, potenciar los pensamientos trascendentes durante la adolescencia favorece el desarrollo de la identidad personal, del propio yo, y establecer y mantener objetivos vitales propios y en relación con el entorno donde se vive. Además, estos investigadores también vieron que se relaciona con una mayor sensación subjetiva de bienestar y que disminuye la incidencia de posibles trastornos psicológicos posteriormente en la vida. Aunque este trabajo no analiza por qué algunos adolescentes al inicio del experimento ya tenían más capacidad de tener pensamientos trascendentes que otros, estos hallazgos tienen implicaciones muy importantes en el diseño curricular y en las experiencias de aula educación secundaria. Favorecer y generar situaciones de debate y discusión en las que se potencie el pensamiento trascendente, buscar las implicaciones personales y sociales de lo aprendido y que vayan más allá de los propios aprendizajes, mejora la autopercepción y la capacidad de generar objetivos vitales propios a lo largo de la vida. Y también la percepción subjetiva de bienestar.

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