Superación

"Si me quedo aquí me muero": el rescate imposible de Anna

En mayo del año pasado, esta enfermera de Barcelona sufrió un grave accidente dentro de una cueva durante una práctica de rescate de montaña. Diez meses después explica su historia

BarcelonaUn trocito de papel insignificante provocó un clic en el cerebro de Anna Comellas Vilanova, todavía afectada por el accidente. Era la primera vez que los recuerdos que se le amontonaban conectaban con la realidad. Todo lo que estaba viviendo en la cama del Hospital Miguel Servet de Zaragoza era muy duro, pero no poder recordar lo que le había pasado era lo que más le martirizaba. Sus compañeros, los que la habían rescatado y cuidado dentro de aquella cueva, le explicaban, uno por uno, todos los detalles vividos durante horas de angustia. Ella intentaba digerir cada detalle, cada decisión.

A las 11.10 h del 15 de mayo del 2022, la vida de Anna se paró en seco. Estuvo a punto de no poder explicarlo, pero la suerte estuvo de su lado. Ahora, unos meses después, es capaz de narrar su milagro. 

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"El 15 de mayo era domingo e íbamos a hacer una práctica en la cueva de Esjamundo, en Huesca. Éramos un grupo de cuatro, el más avanzado dentro de la cueva", relata Anna con voz pausada y un poco temblorosa. Anna con Jorge, el instructor de la incursión, Júlia, Laura y Diego, alumnos como ella, eran el grupo líder del curso de medicina de montaña y rescate. El grupo era muy bueno y, por primera vez, los instructores habían decidido entrar hasta el final de la cueva, de unos dos kilómetros de largo. 

Estaban casi a punto de llegar al final cuando Anna perdió el equilibrio. "Estaba de cuclillas y, cuando iba a levantarse, se resbaló. Empezó a irse poco a poco hacia atrás, como a cámara lenta, mientras intentaba agarrarse a la pared", relata Júlia, que estaba justo detrás de Anna. "Yo veía cómo se le iba escapando. Cayó hacia atrás como si el cuerpo cayera a plomo. Se cayó al vacío de espaldas, pozo abajo, casi horizontal. Su cara era de terror. "¡Me estoy yendo!". Su cuerpo se quedó inerte, yo pensaba que se había muerto", recuerda su compañera.

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Jorge y Laura bajaron deprisa, con mucha precaución, hasta donde estaba Anna, totalmente inconsciente. Había caído unos seis metros, sin chocar con nada, hasta llegar a un montículo de piedras que había parado la caída. "Me puse debajo de la piedra [en la que se había precipitado] para ver si respiraba y recuerdo, entre toda la sangre, ver burbujitas de aire. Estaba inconsciente, pero con mucho cuidado la giramos", relata Jorge. En aquel momento hicieron el primer reconocimiento y apuntaron en un pequeño trozo de papel su estado: le diagnosticaron un estado de Glasgow 3 –el nivel más bajo de conciencia–, además de múltiples fracturas. 

"Recuperó el conocimiento en pocos minutos, pero estaba totalmente desorientada. La situación era muy desagradable: había mucha sangre, había perdido muchos dientes, que se habían quedado incrustados adentro del maxilar superior. Lo que más nos preocupaba era la desorientación, el corte y el golpe que tenía en la cabeza", relata el instructor. En la primera valoración médica detectaron alteración neurológica; por lo tanto, hacía falta organizar un rescate para sacarla en camilla. A partir de aquí, Jorge da el aviso y se pone en marcha todo el dispositivo para sacar a Anna de la cueva.

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A pesar de que no es de las cavidades más complicadas, la cueva de Esjamundo tiene diferentes puntos por los cuales hacer pasar una camilla es difícil. "Como la teníamos que sacar inmovilizada había que volar los pasos estrechados de la cueva con microexplosivos. Esto solo lo puede hacer la Guardia Civil, concretamente el equipo TEDAX, que está en Madrid", explica Jorge, que recalca la dificultad del rescate. Las comunicaciones entre el grupo, el 112 y el 061 fueron fluidas y constantes para preparar todo el material necesario para pasar días dentro de la cueva hasta poder evacuar a Anna. Este era el plan hasta que Anna empezó a estabilizarse.

Foto hecha minutos antes del accidente
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"Recuerdo sacar la cabeza del punto caliente [la tienda térmica] y decir que quería intentar salir de la cueva", dice Anna. "Jorge me dijo que no y me agobié muchísimo. No era muy consciente de lo que estaba pasando, pero sabía que tardarían mucho en venir a buscarme. Pensaba «Si me quedo aquí, me muero», pero no de manera dramática. «No pasa nada si no me dejan salir, pero me muero», pensaba. No sentía pánico, pero lo veía muy claro. Volví a insistir en salir". Fue cuando, entre todos, decidieron empezar a salir hasta donde ella dijera basta.

Jorge y Anna se convirtieron en una sola persona. Él ató su arnés al de ella y todo lo hacían juntos. Era un trabajo en equipo que destilaba instinto de supervivencia. "En los puntos estrechos, yo iba reptando y a ella la tumbaba encima de mí para poder pasar. Cada cinco minutos nos parábamos y nos abrazábamos. Le decía «¡De esta nos saldremos!»", explica Jorge, emocionado. Dos personas que hasta minutos antes de empezar la incursión no se conocían quedaron unidas de por vida. 

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Rescate milagroso

Y, después de más de dos horas, vieron la luz. El exterior estaba solo a un par de metros y se escuchaba el alboroto de la gente preparándolo todo para el rescate, cuando los dos aparecieron por la boca de la cueva. Se hizo un silencio: nadie de los que estaban ahí fuera sabía que habían decidido salir. "Me inmovilizaron con el collar y la mesa rígida. El médico me iba poniendo morfina y yo le decía «¡Con un Paracetamol o un Nolotil tengo bastante, eh!» ¡Se me quedó mirando con una cara...! Ahí fue cuando tuve que llamar a mis padres. Quería ser yo quien hablara con ellos, no quería que alguien que no conocían les explicara lo que me había pasado", recuerda Anna de la conversación que tuvo camino del hospital.

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En el Hospital Miguel Servet de Zaragoza llegó el choque de realidad. Una vez despierta después de pasar por el quirófano de urgencia para intentar sacarle los dientes incrustados en el maxilar, todo empezó a volverse real. La fractura del radio y del sacro eran pruebas físicas de lo que había pasado, pero a Anna todo le parecía una película que no le había pasado a ella, unos hechos lejanos. "El primer impacto de realidad lo tuve el día siguiente, cuando vinieron mis compañeros a verme. No sabía qué había pasado y cuando me lo explicaron... Tenía muchas preguntas y lo quería saber todo. Cuando me dieron el papel me di cuenta de que los recuerdos que tenía eran reales, que eso me había pasado. El papel hizo que todo fuera real. Con el casco se me hizo extraño, pero me ayudó a ver la gravedad del accidente", confiesa.

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El casco fue un elemento clave dentro de este milagro. "Con otro casco se habría matado, porque justo el lugar de la cabeza con el que chocó lo tendría descubierto, porque no todos los cascos llegan hasta tan abajo", explica Jorge. "Nada de lo que podía salir mal salió mal. Al cabo de una semana hubo otro accidente en un barranco y una chica joven murió. También unas semanas antes, una chica de 22 años, estudiante de medicina, murió. Pasa tantas veces que no sale bien, que tenemos que dar gracias de que todos los astros se alinearan" a favor de Anna, añade.

Han pasado diez meses desde aquel 13 de mayo, y desde entonces, ha sido un aprendizaje constante. "El accidente me ha hecho parar. Me ha enseñado a encontrar la paz y la tranquilidad en las pequeñas cosas. He aprendido a valorar más la vida. Como enfermera trabajo con la vida y también con la muerte, que veo de muy cerca pero era como que hasta el accidente no tenía nada que ver conmigo", confiesa Anna, que alterna especialistas en estrés postraumático y terapia para gestionar las secuelas que el accidente le ha dejado. El día que vio aquel pequeño trozo de papel se hundió. Todo dejó de ser una pesadilla difusa para convertirse en realidad. Ahora, este papelito es el recuerdo dulce de su milagro.