Combate contra la pandemia con vacunación masiva –220 millones de dosis administradas– y fuertes estímulos económicos de tipo keynesiano. Más impuestos a los ricos como vía para hacer algo más real la igualdad de oportunidades. Inyección de inversión pública para infraestructuras y creación de puestos de trabajo de economía verde. Apuesta por la educación desde la infancia hasta la universidad, con ayudas directas a las familias. Todo esto, que no es poco, de cara adentro. Y de cara afuera, multilateralidad, lucha contra el cambio climático y defensa de los derechos humanos y la democracia frente a la pujanza de China y del peligro autocrático global que esto representa.

En 100 días de mandato, el presidente demócrata norteamericano, Joe Biden, con el acelerador puesto, está estableciendo las bases de un cambio radical respecto a su predecesor, tanto en objetivos como en estilo y concepción de la sociedad. Biden pretende hacer olvidar rápidamente la tensión de la época Trump y, a pesar de que es pronto para cantar ningún tipo de triunfalismo, parece que empiezan a apreciarse brotes verdes de recuperación económica y que la polarización social e ideológica que había generado su predecesor empieza a remitir. La imagen de Biden en el Congreso, flanqueado por Harris y Pelosi, también lanza un mensaje de cambio: las mujeres pueden y saben mandar. Pero, a pesar de que la letra y la música suenen bien, la administración Biden no lo tendrá fácil. Entre otras cosas porque algunas de las ambiciosas medidas de inversión millonaria piden una mayoría en el Congreso que no tiene, debido a la ajustada ventaja de los demócratas.

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En todo caso, Biden aspira a poner en marcha la inversión gubernamental más grande desde la Segunda Guerra Mundial con una subida de impuestos a las grandes empresas y a las grandes fortunas del 1% más rico. El presidente de los EE.UU. quiere sacar adelante una reforma impositiva que acabe con los vacíos legales y el uso de los paraísos fiscales, y elevar los impuestos hasta un 39,6% para aquellos que cobren más de 400.000 dólares al año, lo mismo que pagaban cuando George W. Bush llegó a la presidencia. Se trata, de hecho, de un cambio en profundidad que supone empezar a desmontar la revolución conservadora iniciada con Ronald Reagan en los 80. De alguna manera, el plan de Biden, que apela a la clase media por encima del poder financiero de Wall Street, es un America First de carácter social, no neoliberal como el de Trump.

En el terreno ideológico, este mensaje de Biden a favor de una economía con alma social y con motor público, basada en la fuerza de una democracia plena y plural, además de imprimir un profundo giro interno, también puede tener un efecto global opuesto al que tuvo Trump, que dio aire a los autoritarismos populistas. De hecho, Europa también está siguiendo, a pesar de que con más dificultades, la línea del estímulo público con los fondos Next Generation, poniendo igualmente el acento en la economía verde y haciendo bueno el eje franco-alemán como emblemasde las democracias liberales.