San Jorge: que nadie nos desgarre la fiesta
Martes de San Jorge. Nada como la fiesta del libro y la rosa en día laborable. Ir a trabajar y encontrar el rato para salir a pasear. Es un día de trabajo y al mismo tiempo de ambiente festivo. Un día civilizado, amable, un punto azucarado. ¡Y qué! ¿Es un espejismo cultural y cívico? Ojalá hubiera muchos más espejismos cotidianos como éste, que nos obligaran a regalar cultura y naturaleza, libros y flores.
En una Europa y un mundo que se preparan para la guerra, en un país que inicia otro ciclo electoral incierto, en una sociedad que no sabe cómo revertir la pobreza y gestionar la diversidad, en un país que no encuentra la fórmula educativa para soñar con un futuro mejor, el paréntesis de Sant Jordi es de agradecer. Es una fiesta para todos, sin fronteras mentales. Nadie puede apropiársela, todo el mundo quiere hacérsela suya. De modo que Sant Jordi nos viene a decir que, sin embargo, hay esperanza. Por un día, la gente siente la obligación de incitarse a la lectura, de desearse felicidad, de compartir un día único al que pocos renuncian. Grandes y pequeños, autóctonos y foráneos, todos estamos invitados. Es como una Navidad laica y cultural, aún más inclusiva porque no existe el factor religioso, mientras que el factor nacional tiene un carácter queridamente abierto, de una catalanidad convertida en una invitación a la participación de todos. Las escuelas hacen festivales poéticos, las oficinas se llenan de rosas, las bolsas van llenas de libros, las calles se engalanan con banderas.
Ciertamente, también es una fiesta comercial. Los libros y las rosas se venden y se compran, claro. Pero la causa lo vale. Más allá del intercambio monetario, en este día hay cierta nobleza colectiva. El comercio al servicio de algo superior, de un orgullo comunitario. Todos nos comportamos educadamente pensando en qué regalamos ya quién: elegir un libro y una rosa con intención, emoción e inteligencia. Está bien dejarse llevar por esa atmósfera de civilidad de un día especial, único.
Después de la pandemia, en los últimos años hemos vivido un resurgimiento del día, que además de conquistar más calles y hacer de la presencialidad su gran valor (encontrar a tu autor preferido, tropezar con amigos, conocidos y saludados, pasear, curiosear), ha ido acompañada de un aumento de ventas librescas, y en especial de títulos en catalán, con mucha atención al libro infantil. Un punto de optimismo lingüístico es siempre bienvenido, sobre todo ahora que el uso social del idioma está en horas bajas. El último Sant Jordi la facturación subió hasta los 23,6 millones de euros, la cifra más alta de la historia, y durante la campaña del díala proporción de obras en catalán alcanzó el 50%,porcentaje muy superior al del resto del año, que se encuentra en torno al 30%.
Sant Jordi nos acerca al país ideal, aunque tenga un punto irreal. Es un espejo de cómo quisiéramos ser. De cómo podríamos ser. Que nadie nos estropee la fiesta y que ésta nos encomiende ganas, ideas y determinación de futuro.