Si es sexo, no hace falta que lo llamemos amor
En 1993, cuando no teníamos etiquetas para decir tantas cosas que ahora podemos decir, se estrenó una película de maravilloso título: ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? El título disparaba directamente al centro de todo, el amor y el sexo, y la relación o no relación entre el sentimiento y el deseo. La película era divertidísima, pero quizá ahora se vería antigua porque en el tema de las relaciones, por suerte, podemos hablar de forma más franca. Pero, aun así, a algunos les explota la cabeza cuando exclamo cosas como que qué carajo tiene que ver el sexo con el amor. Porque tener sexo estando enamorado es maravilloso, pero no para todos es condición indispensable. Y, aunque parezca algo de otros tiempos, todavía hay quien me juzga desde una moralidad antigua. Porque, si encima es una mujer la que reivindica que tiene relaciones sexoafectivas fantásticas sin estar enamorada, la explosión de cabeza es máxima.
Recuerdo que cuando me divorcié y entré en el mundo de las citas sentía un cierto temor. Venía de una relación de muy largo recorrido y mi experiencia previa era menos que escasa. Y cuando hablaba de las ganas de descubrir quién era yo sexualmente, me llegaba la idea de que el sexo ocasional o el sexo no tan ocasional pero sin amor era ensuciador, especialmente para una mujer. De hecho, todavía oigo (incluso a expertos en relaciones y sexualidad) apuntar que las mujeres necesitamos, a toda costa, este vínculo para acostarnos con alguien. Y, claro, cuando descubrí que yo y un montón de mujeres no lo necesitamos, fui la primera sorprendida. Porque no solo no lo necesitaba, sino que me parecía fabuloso. Que el sexo me empoderaba (y me empodera) energéticamente. Eso sí, no de cualquier modo.
Está claro que todo depende de cómo estés tú, ya seas hombre o mujer. Hay que saber qué quieres. Hay que saber qué no quieres. Respetarse es la norma. Y esto pasa no solo por saber decir que no, sino también por saber decir que sí. Decirte que sí a ti, en primer lugar y siempre. Sin miedo a tu propio deseo. Y respetar al otro también siempre, siempre, siempre. No hace falta enamorarse, pero la conexión, ver a la persona que tienes delante, tratarla como tal y no como un trozo de carne, un mero medio, es importante. Y al revés también. Que el otro haga lo mismo contigo. La responsabilidad afectiva, aunque sea por unas horas.
A mí me gusta esta nueva forma de hablar del sexo que antes no existía. La palabra sexoafectividad me entusiasma porque implica madurez y respeto. Asumir que no toda la afectividad pasa por el amor sentimental, pero que existe mientras dure esa conexión. Y me entusiasma que ya no sea necesario disimular. Ya no hace falta preguntarse lo que se preguntaba el equipo de guionistas dirigido por Joaquim Oristrell en el título de la película. La vida hay que vivirla y las mujeres que no siempre hemos tenido la oportunidad de experimentar esta libertad, aún más. Y, claro, si el amor nos viene a encontrar, ¡siempre adelante! Y, si no, también.