Uso del catalán

¿Ya podemos ser 'tontos' o sólo podemos ser 'burros'?

Los lingüistas debaten sobre la dificultad de tener un catalán expresivo pero sin contaminar a los medios de comunicación

BarcelonaEl lingüista Joan Coromines y el editor Joan Sales discutieron sobre lengua durante casi cuatro décadas. Su batalla epistolar –que ahora Club Editor ha publicado en el volumen Cartas 1946-1983. En busca del catalán usual– radicaba en una cuestión todavía irresuelta: hasta qué punto el catalán literario y mediático debe abrir la puerta al hablar bastardo de la calle o debe ceñirse más a la normativa. Uno defendía que si se escribía de aliento iríamos por el pedregal y el otro decía que el catalán no podía estar en manos de una minoría de iniciados, pedantes y maniáticos.

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Sin tanta mala baba, pero con la misma preocupación por la mala salud de hierro del catalán, el debate ha continuado esta semana de la mano de cuatro lingüistas de los principales medios del país, gente "que hoy toman decisiones generales con un impacto mucho mayor" que ningún escritor, pero desde una posición muy silenciosa", señalaba el presentador del acto, Enric Gomà, mirándose Pau Domènech (ARA), Magí Camps (La Vanguardia), Ernest Rusinés (Corporación Catalana de Medios Audiovisuales) y Marta Morros (RAC1), en el Colegio de Periodistas.

Sesenta años después, el contexto educativo y mediático del catalán ha cambiado radicalmente hacia mejor; sin ir más lejos Sales estaba convencido de que nadie diría acera (acera), entierro (entierro) o quinto (quinto) y bien que nos hemos acostumbrado. También ha mejorado en leyes, mercado y volumen, pero existe una presión demolingüística y globalizadora brutal. "Ya no es la interferencia suave, lo que nos preocupa, sino directamente el uso del castellano y el inglés mezclados con el catalán. Y, por ejemplo, es muy difícil recuperar la estructura de los pronombres débiles, si los pierdes. Estamos en un momento en que esto se produce muy acentuadamente", avisa Pau Domènech.

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La diversificación de los canales de comunicación, además, hace que el modelo de lengua que se reproduce por redes no sea precisamente modélico. "En las escuelas e institutos enseñan un catalán estándar, pero se está perdiendo el catalán genuino y la espontaneidad bien entendida", dice Morros, y pone ejemplos: hoy hay periodistas que escriben "no hay espacio suficiente" en vez de "no hay suficiente espacio" o "el día siguiente" en vez del más natural "al día siguiente". Que el catalán sea la segunda lengua para la mayoría de hablantes puede hacer que se aprenda con menor profundidad y riqueza.

El riesgo de epitafio permanente

Todo ello conduce más a la cordura que al arrebato entre los filólogos, convertidos en los guardianes de la lengua. Porque hoy los lingüistas no sólo deben preocuparse de que sus medios no reproduzcan léxico poco cuidadoso, como despedir (despedir) y disfrutar (disfrutar), sino que deben batallar para mantener firme la sintaxis. "Podríamos ser más transgresores si no estuviéramos todo el rato luchando contra los barbarismos e intrusismos que nos llegan por todos lados. Si ahora transgredimos la norma, creamos desconcierto en los hablantes y redunda en la idea de que el catalán es difícil", observa Marta Morros.

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Rusinés admite que es necesario reducir la distancia entre el catalán oral y el escrito (como queda en evidencia en los reeles de Instagram subtitulados), pero cree que el camino es defender la genuinidad, la diversidad dialectal y todos los registros que ya permite la gramática normativa, y con manga ancha para utilizar el léxico que no está en el DIEC pero no es incorrecto. "Los medios necesitamos decir cosas como abusananos, acojonando, aplasta guitarras, ir de culo, ápale, estar hecho caldo, mercio, tío..., palabras que no son normativas pero sí tenemos al Esadir", convertido en una especie de diccionario de tolerancias como lo que pedía Joan Sales. Todos los lingüistas están de acuerdo con variaciones: el ARA ha aceptado los tontos y La Vanguardia en catalán todavía mantiene los burros. Magí Camps lo justifica: "Intentamos poner algunos límites, porque debemos hacer un esfuerzo por cuidar nuestra lengua. No aceptamos vivienda si ya tenemos hogar, casa, piso y vivienda". Ahora bien, también añade: "Todos los virgilismos duelen porque es poner el dedo en la llaga con cosas que no haría falta. El tronco de la lengua es la sintaxis y las hojas son el léxico; las hojas caen y se renuevan cada año", augura Camps. El problema, claro, es que cada invierno sufrimos un poco más por si la planta ya no vuelve a florecernos.