El día que bajé a las cloacas me fascinó el laberinto subterráneo, que era una sombra de la ciudad de encima. Me encantó la simpatía de las ratas, educadas y prósperas. Navegaban en góndolas por los canales y los mariachis cantaban. Una guía oficial me acompañó a cambio de un poco de queso y me llevó a ver los monumentos y edificios públicos.
“¿Y cómo vais de bibliotecas?”, pedí. Sonrió y me hizo señales de que la siguiera. “Como nunca. Lo llevaré a la Biblioteca Nacional.” Y así, tres esquinas después, pude ver miles de libros en un estado deplorable, desordenados y apilados hasta el techo. “Se están secando,” dijo la guía, “los recogemos de los canales. Los de arriba los tiran en el inodoro, no quieren que sus hijos lean. Tenemos primeras ediciones de todos los clásicos. Ahora le enseñaré la sala de lectura.” Aquello fue peor: cientos de ratas mordisqueando los volúmenes. “¿Pero se los coméis?”, pregunté. “Naturalmente. De algo debemos vivir.” "Pero… ¿Y el conocimiento que se perderá?"
“Perdone –dijo la guía, a la defensiva y en un tono impropio de alguien educado y políglota–, les han lanzado ustedes. Tienen robots para sustituirlos, ¿no?” "¡Pero no es igual!" –protesté–. “Ah, muy bonito, venir a aleccionar –dijo ella–. ¡Al menos nosotros les damos utilidad! Los libros no te hacen mejor persona”. “Ya lo sé –contesté– pero te vuelven más consciente y por tanto más responsable”. “Más culpable, querrá decir. ¡Ya echaremos un trecho en la olla! Mire: aquí antes leíamos mucho. Nos criticaban, nos llamaban ratas sabias, ratas de biblioteca. Ahora nos comemos los libros, ganamos estrellas Michelin y nos venden turistas como usted. Todo cambió cuando descubrimos elTractatus Geographicus de Cloacios. Este libro tenía un grabado con el mapa de todo el alcantarillado. Antes de encontrarlo, los de arriba nos tenían por ratas de alcantarilla, pero nosotros nos consolábamos diciéndonos que éramos pobres, pero honrados. Ya podía criticar, que nosotros decíamos: ¿ver estos canales llenos de mierda? Sonsuscloacas. ¡Nosotros no tenemos cloacas! Hasta que descubrimos elTractatuscon el mapa que marcaba en rojo una tapa de husillo aquí abajo. Puedo enseñárselo, si quiere. Y descubrimos que nosotros también teníamos cloacas, más miserables, más subterráneas y escondidas, más hipócritas, más inmorales. ¿Y ahora qué? ¿Aún le parece que no hacemos bien sacando de la circulación los libros? ¿Quiere que los de abajo también descubran qué hay debajo suyo?” Y saltó a una góndola y me dejó solo.