Turismo

Viaje al Lloret auténtico (y sorprendente) que la mayoría de catalanes desconocemos

La fiesta mayor de Santa Cristina cambia por unos días la fisonomía estival del gran destino hotelero de sol y playa de Catalunya

Lloret de Mar (Selva)Justo al inicio de la temporada de verano, a principios de mayo, mi compañero y yo decidimos realizar una escapada de fin de semana –sin niños– a un destino atípico para la mayoría de catalanes: Lloret de Mar. Vivimos en Girona ciudad y los amigos nos preguntaban: ¿en un hotel para guiris, de estos buffet todo incluido? Pues sí, hicimos una experiencia totalmente inmersiva –y baratísima– en la playa de Fenals, convertida en una pequeña Ucrania con la apertura de todo negocio por parte de los más de 1.500 refugiados de guerra llegados hace dos años y medio. Y debemos decir que volvimos contentísimos y, sobre todo, sorprendidos: más allá de las cuatro calles cargadas de tiendas de souvenirs anticuados y de discotecas, descubrimos un patrimonio y una puerta de entrada a la Costa Brava preciosa en la que muchos catalanes , cargados de tópicos, hemos dado la espalda.

Os mentiría si no te contara antes de dónde viene mi particular enamoramiento con Lloret de Mar. Mi abuela materna, Maria Sala Quintana, pasaba allí los veranos de joven, antes del gran boom del turismo y que el municipio se convirtiera en el primer destino de sol y playa en cuanto al volumen de plazas de hotel. tiene más de 120–. No iba porque hubiera nacido ni porque viniera de una familia acomodada con segunda residencia a orillas del mar. Ella era la criada de las Guetes: dos hermanas solteras que vivían en invierno en Girona. Aún salen en el álbum de fotos familiar comiendo una chicra de chocolate con ensaimada para desayunar el día de la boda con mi abuelo (se casaron a las 8 de la mañana y no había dinero para más). Poco sabía yo de su historia a menos que la casa donde veraneaban era la única propiedad hindú que quedaba de pie en primera línea de la playa de Lloret. ¡Y qué casa!

Can Garriga

Hablamos de Can Garriga, un edificio esquinero de tres plantas y terraza construido en 1887 en el lado derecho del paseo Jacint Verdaguer, una rambla de tierra roja rodeada de palmeras –y con una reproducción de la fuente de Canaletes–, que termina en el ayuntamiento de Lloret de Mar. Las dos hermanas Garriga, nacidas en Cuba, murieron con sólo mes y medio de diferencia. Nunca habían tenido hijos y en nuestra familia deducimos que mi abuela las llamaba Guetes como diminutivo de Garriguetes. Entonces la casa pasó a manos del consistorio, que en el 2007 abrió el Museu del Mar. Visitarlo permite entender la historia y brutal transformación del municipio: ser un pueblecito de interior de "pobres de solemnidad" que se dedicaban a la agricultura, a convertirse en un núcleo que recibe más de 1,3 millones de visitantes al año pero todavía con una de las rentas per cápita más bajas de Cataluña.

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Quizás una de las imágenes que más encarna este cambio durante el siglo XX es que mi abuela lavaba la ropa en el patio de la casa que daba al mar. "Entonces era la parte más humilde, se vivía de espaldas al mar", explica la guía Ana Peña. Sin ir muy lejos, Maria Sala Quintana, que había nacido en Moncalt, junto a Canet d'Adri, y que se quedó sin padres durante la Guerra Civil –la madre murió y el padre se exilió en Francia– y tuvo que ganarse la vida sirviendo con sólo siete años, no sabía nadar.

Can Font

Hacer una visita guiada por el Museu del Mar comporta, de repente, cambiarme las gafas –de sol– con las que metafóricamente paseo por Lloret. Os parecerá extraño, pero de pronto dejas de ver guiris chamuscados y empiezas a imaginar la alegría que debía ser antes del desarrollismo de los 60, en los que los propios hijos y nietos de indianos se vendieron las propiedades a orillas del mar para hacer grandes hoteles. Quedan pocos ejemplos, pero si destrias el grano de la paja se mantienen. ¿O quizás no sabías que en Lloret hay la única casa hindú pública y todavía visitable tal y como era de Cataluña? Escondida entre las callejuelas estrechas del casco antiguo, fuera de la primera línea de mar, Can Font se convirtió también en 1877 en uno de los primeros edificios que tuvieron luz eléctrica en el municipio. Y más excepcional aún, a tener un baño de visitantes en la planta baja que utilizó Jacint Verdaguer, que se alojó un tiempo en la casa.

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Con sólo 14 años, Nicolau Font se marchó a Cuba y volvió rico en 1867. Donde había nacido, una casa muy humilde, erigió el edificio que ahora se puede visitar sólo si se pide con tiempo. Era la condición para ser un indiano de verdad: haber nacido muy pobre, hacer las Américas y volver cargado de una fortuna que, en su caso, le permitió comprar la finca del santuario de San Pedro del Bosque, situado en una zona boscosa del interior de Lloret y hoy convertido en hotel de cinco estrellas.

La fiesta mayor

Pero no hace falta tirar sólo de nostalgia para revivir al Lloret más auténtico. Cada 24 de julio, los lloretenses se hacen un homenaje en plena temporada turística. Es Santa Cristina, patrona de la ciudad. Y su fiesta, que incluye una gran regata y una procesión por el mar, un desayuno estofado y una danza única con más de 500 años de historia, se ha preservado de las hordas de turistas. "Es el mejor día del año en medio de la vorágine de la temporada, un verdadero oasis de autenticidad que, además, se ha ido recuperando". Quien lo cuenta es Àlex Giral, periodista lloretense, bailador de la fiesta en el 2019 y vogador. Cuando habla le sale un orgullo de pertenencia como pocos del barrio de los Pescadores. Un barrio que, curiosamente, actualmente no está a ras de playa: en 1963 cambió de ubicación para dar paso a los turistas junto al mar. Pero todavía se conservan las barcas –la mayoría con fines lúdicos o abandonados– en la playa de Sa Caleta, donde se llega en línea recta bajando una calle.

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Se Amorra Amorra

Hoy, festividad de Santa Cristina, Giral se ha levantado temprano para participar en s'Amorra Amorra. El evento comienza a las 7.30 h de la mañana con una procesión desde laiglesia parroquial de Sant Romà con la imagen de santa Cristina y de otras figuras de Lloret, como san Elmo, que Giral transporta este año hasta la playa, donde después subirá a la barca capitana con las obreras y los bailadores, que se encargarán al anochecer de escenificar la danza de ses Almorratxes frente al ayuntamiento de Lloret, en el otro punto del paseo Verdaguer, que lo une con Can Garriga. A estas alturas ya debe llevar un empacho de nombres propios lloretenses, desde s'Amorra Amorra hasta las obreras, pasando por la barca capitana y las almorrachas.

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Iglesia parroquial de Sant Romà

Vamos a palmos. Si no ha visitado nunca el casco antiguo de Lloret se llevará un susto: la iglesia que sobresale es una muestra increíble de modernismo. Sobre todo las capillas laterales, la rectoría y las antiguas escuelas de al lado. Son obra del arquitecto barcelonés Bonaventura Conill i Montobbio, discípulo de Antoni Gaudí y con abuelos lloretenses, que convirtió la iglesia parroquial de Sant Romà en una joya arquitectónica gracias al dinero de los indianos. Pero durante la Guerra Civil se destruyó el pórtico. Es de donde cada mañana del 24 de julio sale la procesión con santa Cristina hasta la playa, acompañada del obispo de Girona, decenas de bogadores con traje tradicional que participarán en la regata –todos con estándares– y también autoridades como el presidente del Parlamento, Josep Rull, otro enamorado de Lloret.

Ermita de Santa Cristina

Otra sorpresa: ¿sabía que en Lloret de Mar hay hasta ocho clubs de remo? ¿Y que las entradas anticipadas para acompañar con barcos turísticos la regata y procesión de Santa Cristina se agotan en sólo 40 minutos? El S'amorra amorra deja huella a los lloretenses desde pequeños. Lleva por nombre el grito de guerra que hacía antes el público desde la arena para ver qué laúd se amorraba antes en la arena y ganaba la competición. Giral remaba antes con el Club Rem Pescadores, el de su barrio, que entonces competía con dureza contra el Club Remo de la Obrería de Santa Cristina. Ahora rema con Es Vano, lo que antiguamente era el único club exclusivamente femenino del municipio. Todos ellos participan en la regata, que sale desde la playa principal de Lloret y va hasta la ermita de Santa Cristina, ubicada en uno de los únicos parajes casi vírgenes de esta zona del litoral donde se puede entrar de forma libre y gratuita .

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Esto es gracias a la Obrería de Santa Cristina, creada a principios del siglo XX y que, a fin de proteger la ermita situada sobre la playa con el mismo nombre, donde se encuentran las instalaciones del hotel de lujo Santa Marta, fue comprando terrenos boscosos alrededor hasta tener actualmente una finca de 10 hectáreas al abrigo de "la especulación urbanística". Me lo explica Jordi Roca, que desde 1980 es socio obrero de la ermita y otro entusiasta lloretense. "Este pueblo lo sufrimos dos meses pero disfrutamos diez meses", asegura.

Cuando llega la procesión de Santa Cristina, se recibe la comitiva con un estofado multitudinario de carne y patatas que se come desde el balcón sobre el mar de la plaza del Pi. Es un árbol con cinco siglos de historia que ya inmortalizó a Joaquim Sorolla en una de sus estampas tradicionales de la Costa Brava. Dentro de la ermita, exvotos de réplicas de barcos que zarparon a las Américas son el testimonio del boom económico y de población que vivió Lloret en el siglo XIX.

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La danza de ses Almorratxes

El gran día estival de los lloretenses se cierra con otra tradición única: el baile de plaza. Ya por la noche, cuatro parejas de chicos y chicas bailan la danza de ses Almorratxes. La primera referencia al baile data de finales del siglo XVI, pero los historiadores creen que ya llevaba décadas bailándose. La pieza narra la historia de una chica cristiana que rechaza a un pretendiente musulmán. Como símbolo, al final del baile las chicas arrojan al suelo una almorracha, un botijo ​​virtuoso hecho de vidrio que contiene agua perfumada con flores encima. Sólo pueden participar en estos momentos chicas que escriban con insistencia en la Obrería de Santa Cristina para bailar. Después, invitarán a un chico para que las acompañe. En 2019 fue Giral, que ya bailaba desde pequeño. Pero igualmente se entrenó todos los días durante todo el mes de julio.

Una tradición auténtica lloretense que se mantiene a pesar de la transformación del municipio y que busca seguir viviendo al abrigo de un turismo que normalmente ya visita otras joyas de Lloret: desde el camino de ronda entre Fenals y la playa principal, que pasa por el exótica cala Banys, hasta los acantilados de Can Juncadella, pasando por los jardines de Santa Clotilde, el castillo neogótico de Plaja –ahora reconvertido en un museo con una experiencia virtual sobre el cambio climático–, el cementerio modernista y el oasis de cala Canyelles.

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