Vinos que brotan en lugares inusuales: de la ciudad de Barcelona a las cimas del Pirineo
Viñedos que arraigan en la sierra de Collserola, cepas que brotan a más de mil metros de altura en los Pallars y vinos que envejecen bajo el mar en la Costa Brava. En Cataluña existen proyectos vitivinícolas que enriquecen el sector con propuestas singulares.
Si coges el coche, subes la carretera que une Vallvidrera con Molins de Rei y la sigues hasta el kilómetro 5 encontrarás un desvío señalizado que anuncia la masía de Can Calopa de Dalt. De este lugar sale el único vino que se hace en el término municipal de Barcelona. El propietario de los viñedos, de hecho, es el Ayuntamiento de Barcelona, pero la gestión corresponde a L'Olivera, una cooperativa de trabajo y de iniciativa social que elabora vinos y aceites ecológicos. Empezaron la aventura en 1974 en Vallbona de les Monges y en 2010 sumaron el reto de recuperar estos viñedos de la vertiente norte de la sierra de Collserola, todavía dentro del distrito de Sarrià-Sant Gervasi. "Es una iniciativa abierta en la ciudad donde se pueden experimentar los valores y beneficios que aportan los proyectos de agroecología periurbana", asegura Pau Moragas, responsable de producción de L'Olivera.
Hoy, no sólo cultivan viña con variedades históricas catalanas. También tienen un pequeño rebaño de ovejas, un campo de olivos arbequines que han rescatado de una finca abandonada de la montaña y un huerto en el que han recuperado una variedad local de tomate: el mandón. "El objetivo es ir construyendo una masía con distintos cultivos, una pequeña parte de producción animal, una zona de cata y un espacio donde los visitantes pueden venir a descubrir qué significa Can Calopa", explica.
El origen del proyecto se remonta a principios de los años 2000 con el alcalde Joan Clos. Tras visitar varias ciudades europeas se dio cuenta de que, en muchas de ellas, había viñedos junto a la ciudad, como en Lausana, París y Viena, y quiso reproducirlo en Barcelona. "Contactó con un enólogo del Priorat, Josep Lluís Pérez, y construyeron el proyecto: querían hacer un vino con diversas variedades del Mediterráneo", contextualiza Moragas. Entre 2003 y 2005 salieron las primeras añadas.
Hacer brotar el viñedo no fue fácil. "La producción agrícola en entorno periurbano es muy complicada, casi heroica", avisa el responsable de producción de L'Olivera. Apunta que no existe un entorno socioeconómico orientado a la agricultura, que las gestiones administrativas son complicadas y que deben proteger los cultivos de animales como los jabalíes, algunos pájaros e insectos: "También tenemos el riesgo añadido del vandalismo", dice. "La agricultura periurbana tan sólo sobrevivirá si los ciudadanos la defienden activamente escogiendo sus productos".
Vinos de altura
Poca gente lo sabe, pero el Pallars ha sido históricamente territorio de vinos. Aunque durante buena parte del siglo XX la viña desapareció del paisaje de los valles pirenaicos, desde hace un par de décadas las cepas vuelven a brotar. Con el cambio climático de fondo, varias bodegas catalanas apostaron por replantar viñedo en esta zona del Alt Pirineu y hoy algunas de estas iniciativas han acabado en manos de los agricultores que trabajaban. El resultado: pequeñas bodegas arraigadas en el territorio que elaboran vinos singulares y de alta calidad. Las condiciones climatológicas del Pallars —con noches frescas y días calurosos— favorecen una lenta y equilibrada maduración de la uva. Esta combinación permite conservar la acidez de los vinos y potenciar sus aromas y su color, una calidad que cada vez despierta más interés entre los sumilleres. También ayuda la elevada altitud de los viñedos, que a menudo se sitúan por encima de los mil metros.
En este contexto, han ido surgiendo proyectos con una mirada innovadora y joven, muy vinculados al territorio. Es el caso de la bodega Batlliu de Sort. "Aquí disfrutamos de un clima con suficiente pluviometría para que no nos haga falta regar, pero tenemos una orografía escarpada, que nos encarece el cultivo", explica al ARA Josep Maria Rabasa, el gerente de la bodega. Sus viñedos han arraigado entre 900 y 1.200 metros de altitud y están rodeados por montañas del área periférica del Parque Nacional de Aigüestortes y Sant Maurici, que se acercan a los 3.000 metros. Esta situación incide de lleno en las uvas. "Tiene un potencial aromático elevado, un sabor intenso y una maduración lenta", describe. Aunque trabajan con las variedades pinot noir, riesling y viognier, participan en una iniciativa de recuperación de variedades ancestrales del Pirineo con el Instituto Catalán del Vino (INCAVI).
Otro ejemplo lo encontramos en la bodega El Vinyer, en Fígols de Tremp. Nació en 2014, después de años cultivando uvas en la zona para otros proyectos. Eva Carmona, enóloga e impulsora de la bodega, también hace notar que el clima de la zona afecta al vino que sale. "El contraste térmico entre el día y la noche -que puede superar los veinte grados- permite que la planta descanse de noche y conserve la acidez y los aromas de la uva", concreta. A quince minutos del embalse de Terradets, en el valle de Barcedana, brota el vino de otro proyecto: el del Celler Miquel Roca. Tras varias generaciones elaborando vino para consumo propio, a principios de los 90 Miquel Roca decidió dedicarse a la producción y venta de vino a granel. En 2015, su hija, Sílvia Roca, formada en viticultura y enología, tomó las riendas del proyecto familiar. "En nuestro valle, todavía estamos unos grados más frescos que en otras zonas de la comarca —remarca—. Conseguimos hacer unos vinos frescos y sutiles, fáciles de beber y con un objetivo: que reflejen el carácter del territorio".
Cada vez más reconocidos
Para impulsar bodegas como éstas, el Ayuntamiento de Tremp puso en marcha el programa A tu gusto, alimentos del Pallars, que apuesta por la dinamización agroalimentaria comarcal. En el caso concreto del vino, han creado la plataforma Vins del Pirineu, que agrupa las bodegas locales y les da visibilidad. Además, organizan seminarios técnicos, jornadas de cata, acciones en bibliotecas y festivales gastronómicos como el Cordevi. Todo ello para reivindicar la singularidad de un paisaje —y de un vino— con personalidad propia. En el Pallars Sobirà existe una iniciativa similar, llamada Sobirà Dinàmic, que promueve los productos del territorio para dinamizarlo económicamente.
"Cada vez, los vinos del Pallars despiertan mayor interés", explica Roca. En el Batlliu de Sort lo corroboran y añaden: "También somos muy bien valorados por la crítica especializada", apunta Rabasa. "En los últimos años, hemos percibido que los vinos del Pallars y del Pirineo empiezan a hacerse un hueco y que se valora más su calidad", completa Carmona, de El Vinyer.
Envejecer bajo el agua
En Cataluña hay vinos que se afinan en barricas de roble, algunos en ánforas de barro y otros pasan meses en depósitos de hormigón. Pero en cala Jóncols, una pequeña cala dentro del Parque Natural del Cabo de Creus, decidieron probar otra cosa: sumergirlos en el fondo del mar.
El origen de la idea debe buscarse en el Hotel Cala Jóncols, un establecimiento modesto que la familia Gómez Fernández regenta desde 1955. Siempre han estado vinculados al mar: primero vendiendo el pescado que pescaban y, más adelante, gestionando un centro de submarinismo propio. Un día se propusieron llevar el mundo marino también al vino. En el 2009, cuando acabó la temporada, tomaron todas las referencias de la carta de su restaurante, las colocaron en una jaula de acero y las sumergieron en el agua. Así empezó un proyecto pionero de envejecimiento submarino, el primero de todo el Estado.
Después de doce meses bajo el agua, recuperaron sus botellas. El resultado les sorprendió: gustos afinados, texturas distintas y una capacidad insospechada de evocar el paisaje de donde provenían. Desde entonces, a cada nueva inmersión han ido aprendiendo cosas, puliendo técnicas y compartiendo el proyecto con los clientes más atrevidos. El resultado es un vino que se vinifica al suelo, pero que madura en el fondo del mar. Las botellas sumergidas se pueden comprar en su tienda online y tienen un precio que oscila entre los 55 y los 180 euros.