Un zapato entre la tortura y la liberación

El pasado invierno reavivó un clásico del calzado como es la bailarina, una tipología de zapato femenino caracterizada por ser plana y por tener un escote redondeado y generoso y una flexibilidad que la dota de una gran comodidad. Un zapato que recibe la categoría de clásico debido a que, desafiando la caducidad de las tendencias, nunca acaba de marcharse y permanece impasible, mientras buena parte del calzado de temporada cae en el olvido. Pero es cierto que, actualmente, su presencia ha invadido con gran intensidad zapaterías, pasarelas y grandes cadenas de confección, en buena parte bajo la tendencia del balletcore. Pero ¿cuál es la historia de este zapato que, de tan presente, se ha convertido ya en tipología y qué relación tiene con el mundo del ballet?

Este tipo de zapatos planos eran habituales tanto en hombres como en mujeres en la Edad Media, aunque quedaron desterradas entre los siglos XVI y XVIII, cuando los talones para ambos sexos se convirtieron en elementos importantes de demostración de privilegio. Cuanto mayor era el talón, mayor era la posición social. Pero los zapatos elevados desaparecerán con la Revolución Francesa. Si bien este evento supuso un cambio de paradigma a todos los niveles, abandonar la moda de corte y abrazar una nueva evidenciaba socialmente la adhesión a los nuevos valores ilustrados, afines a un calzado más cómodo y natural, como lo era la bailarina, convertida en el zapato por excelencia del siglo XIX.

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El ballet cogió un empuje importante en el siglo XVII bajo la corte de Luis XIV, para el que se empleaban zapatos de tacón y los mismos vestidos de periódico, muy ornamentados y con volúmenes para hacerlos bien visibles a los espectadores y poder demostrar la grandeza de la corte. El gran cambio vino en 1832, cuando la bailarina Marie Taglioni creó una indumentaria específica para interpretar La Sílfide. A través de una falda vaporosa erigida en origen del tutú, un corsé que afinaba la silueta y unos pequeños zapatos planos anudados en las piernas, se otorgaba a la bailarina un estado de gracia aéreo, etéreo, virginal, inmaterial y celestial, totalmente afín al ideal de feminidad romántica. Unos zapatos que transformaron también la danza, que intercalaba en momentos fugaces despegues sobre las puntas de los dedos de los pies. Si en un origen los zapatos de las bailarinas tenían grandes similitudes con las que se llevaban a la calle, no será hasta 1870 cuando éstas se articularan como instrumento pensado específicamente para la técnica de baile. Elaboradas ya por zapateros especializados y con un refuerzo en la punta, permitían que los momentos de despegue dejaran de ser fugaces y se alargaran mucho más en el tiempo, definiendo en buena parte la esencia del ballet clásico, transgrediendo el mundo terrenal y desafiando las leyes de la gravedad.

Durante la Segunda Guerra Mundial los zapatos bailarina volvieron con mucha fuerza, debido a que no se encontraban sujetos a normas de racionamiento. Un éxito apoyado por la prescripción que hizo la famosa editora de moda Diana Vreeland y la diseñadora Claire McCardell. Durante los años 50, la actriz Audrey Hepburn será una gran embajadora, empleándolas en sustitución de los tacones de aguja y como símbolo de juventud y revelación respecto a las normas de decencia y comportamiento impuestas por la generación anterior. Una vinculación a la emancipación femenina que también puede verse en la película Las zapatillas rojas (1948), en la que los zapatos bailarines rojos de puntas simbolizan la difícil decisión de la protagonista: si optar por perseguir sus sueños (la danza) o sucumbir al papel de esposa que la sociedad le reclama. Pero, a pesar de esta interpretación de los zapatos bailarina como símbolo de comodidad, emancipación y liberación, nunca debemos olvidar que su origen se encuentra, precisamente, en una disciplina como la del ballet clásico, en la que la gracia y el dolor se conjugan a partes iguales y en las que la bailarina debe pasar por la tortura de su cuerpo para llegar a encarnar un ideal de belleza femenina.