Somos 8 millones, y si somos 10, mejor
En Cataluña somos 8.113.490 catalanes y catalanas. No sé si llegaremos a 10 millones, pero me parece absolutamente razonable que como país y especialmente desde los poderes públicos se planifique y anticipe qué servicios públicos y qué infraestructuras necesitaremos llegados al caso.
El debate en Cataluña debería ser cuántos millones necesitamos para garantizar servicios públicos e infraestructuras de primer nivel para los millones de catalanes y catalanas que viven en nuestro país, no cuántos millones de catalanes y catalanas somos o somos todos catalanes y catalanas.
Estos recursos deben venir, obviamente, de un nuevo acuerdo de financiación justo y singular que, de una vez por todas, reconozca que es Cataluña quien sostiene la sanidad, la educación, la dependencia y la seguridad pública de sus ciudadanos y ciudadanas. Derechos universales y, por tanto, para todos los catalanes y catalanas. Recursos que también deben venir de una fiscalidad justa, en la que quien más tiene paga más. En esta tarea hemos dejado cuerpo y alma a los comunes en los acuerdos presupuestarios desde 2020.
Sin duda, el crecimiento del presupuesto de la Generalidad de estos últimos años se explica por el ciclo económico, pero también es fruto de nuestro papel. Hemos construido un modelo que se aleja radicalmente del Madrid de Ayuso. La última muestra es el impuesto contra la especulación inmobiliaria a partir de un aumento sustancial del impuesto de transmisiones patrimoniales que pagan sólo los grandes tenedores.
Situar el debate sobre cuántos catalanes somos o podemos ser es nítidamente comprar el marco de la extrema derecha, independentista o espanyolista. Y no deja de ser chocante que este debate se aborde desde esa perspectiva desde sectores de la izquierda catalana. Basta ver las fiestas por parte de esta extrema derecha en estos argumentos teóricamente disfrazados sobre sostenibilidad o sobre nuestro modelo productivo.
Hay tres razones de peso para rechazar sin tapujos este marco:
En primer lugar, es un debate sólo funcional a los intereses del racismo y la xenofobia porque no se plantearía ninguna duda sobre llegar a ser 10 millones de catalanes si fueran hijos e hijas de padres y madres de 8 apellidos catalanes. ¿O es que alguien se estaría planteando abrazar la política china de un solo hijo?
En segundo lugar, la llegada de personas, insisto personas, en Cataluña poco tiene que ver con nuestro modelo productivo. No los convocamos, huyen. Como explicaba siempre el añorado Arcadi Oliveres, se marchan empujados por la falta de esperanza de vida. Y en ese caso se trata de una esperanza no metafórica sino literal. ¿Qué haríamos nosotros si estuviéramos hoy en Congo, Sudán o Gaza?
Y, en tercer lugar, no tiene ni pies ni cabeza plantear este debate en términos ecológicos porque estamos hablando de personas que ya viven o, mejor dicho, malviven en nuestro planeta, algunas de ellas en la orilla sur del Mediterráneo, mucho más cerca de países que forman parte del espacio Schengen y, por tanto, tenemos acuerdos de libre circulación de personas. Podríamos realizar una larga lista de ciudades que tienen más población que un país como la Cataluña de los 10 millones.
Por último, uno de los argumentos que alertan de la Catalunya de los 10 millones es el riesgo que supone para nuestra lengua, el catalán. No puedo entender en qué momento la esperanza ha dejado paso al derrotismo. Este año, en el centenario del Año Candel, la historia nos enseña que en momentos en que el catalán lejos de estar protegido era perseguido por la dictadura fue abrazado por miles y miles de personas bienvenidas que vieron una forma más de ser un solo pueblo. Algunas, como mi padre, que por amor aprendió catalán, por amar aún más a mi madre. Hoy contamos además con un autogobierno que reconoce el catalán como nuestra lengua propia y recursos para protegerla y fortalecer su conocimiento, pero sobre todo su uso. En un mundo global y en una Europa que aún niega su oficialidad, antes que tarde, una lengua que hablen sólo en el Principado 9 o 10 millones de personas, cada vez hará más imparable su fuerza y reconocimiento.
A veces la ficción recoge, explica y alerta mejor sobre la realidad distópica del mundo de hoy. Y como ya vimos en la gran serie Baron Noir, "Cuando donde mélange le brun te le rouge, c'est toujours le brun quien lo lleve".