Un acuerdo firmado en Bruselas

"Y pese a las discrepancias estructurales, dada la distancia entre nuestros proyectos nacionales, buscamos una solución en términos distintos a los de la última legislatura porque, seis años después, la cuestión de fondo sigue sin resolverse".

Por supuesto, en el pacto PSOE-Junts podemos poner la música delPoloniay desnudarlo de solemnidad hasta la parodia, o podemos revestirlo con trompetas de Haendel.

Pero tal y como está el mundo de violencias, ver que un partido que votó en el 155 ha acordado el inicio de un diálogo con el partido del presidente en el exilio a partir de las cartas que les han dado las urnas debería ser motivo de alivio, por lo menos, para todos los que creemos en las capacidades del diálogo.

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Salvo en la amnistía, el acuerdo consiste en acordar el desacuerdo, pero dentro del marco conceptual que Puigdemont quería: el PSOE ha ido a Bruselas a restablecerle la condición de interlocutor, a negociar y firmar un documento que declara que existe un conflicto entre el Estado y Cataluña que tiene raíces en el Decreto de Nueva Planta (Felip V) y ramas en forma de Estatut capat, 1 de Octubre y cargas policiales de difusión mundial. La ambigüedad está servida: Junts cree que este marco es la base para un compromiso histórico que acabe en referendo y el PSOE vende que el pacto estabiliza a España.

Todos sabemos que el acuerdo está con el PSOE, no con España, ni mucho menos con el Estado, que cree que no hay conflictos sino delitos. El Estado no lo dejará hacer. Feijóo debe decidir si hace caso a Pablo Motos o en el Financial Times.

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Los pactos de ERC y Junts con el PSOE pueden significar el regreso de los exiliados. Puigdemont ha separado el acuerdo de cualquier implicación emocional personal. Sin miedo a pactar y sin estar obsesionado con volver. Algo se ha movido, sin que el estatus político de Catalunya haya mejorado. Ahora veremos si los abajo firmantes son capaces de cambiar algo.