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Lleno del Congreso

En tiempos de globalización, la profundización democrática y los debates sobre soberanía estatal y reconocimiento nacional no son fáciles. El libre mercado mundial no quiere hablar de derechos ni equidad. La política es más compleja que en otros momentos en los que las causas y las soluciones de los déficits eran evidentísimas.

Este año será especialmente intenso porque hay elecciones en lugares que suman más de la mitad de la humanidad, y el impacto de lo que pasa a las grandes y pequeñas potencias del mundo cada vez es más evidente en nuestro quehacer diario, y especialmente en la economía doméstica.

Las europeas serán un buen momento para darnos cuenta de que quien pide que los estados recuperen soberanía son, precisamente, quienes creen que pueden recetarnos soluciones fáciles y levantar exaltaciones patrióticas para hacernos olvidar la gravedad de los efectos del cambio climático, la causa de las migraciones, las desigualdades sociales en el acceso a los servicios de bienestar.

No es fácil trabajar con rigor para garantizar la sostenibilidad de los sistemas de salud universales, ni redefinir modelos educativos arraigados en el entorno que preparen a los niños para ser ingenieros aeronáuticos y estudiar los recursos del espacio. No es fácil crear red de atención social que supla a la familia y al vecindario e incorpore nuevas modalidades de envejecer en casa. No es fácil diseñar infraestructuras de comunicación respetuosas con el territorio y que cambien el actual frenesí de mercado global que desmerece los productos cercanos y gasta energía innecesaria.

A todo esto y mucho más, Catalunya no está ajena. Al contrario, hace años, al menos una década, que la Cataluña institucional ignora decisiones sobre seguridad, educación, salud, gestión del bosque, papel de la agricultura, obtención del agua en las grandes zonas metropolitanas, descarbonización, infraestructuras de movilidad... y la Catalunya despierta trata de huir de las chispas del combate político.

Una parte de España ha iniciado un proceso de reconocimiento de la plurinacionalidad; los líderes del PSOE hablan de reconocimiento nacional de Catalunya todavía con poca convicción. Pero hay otra España que llama a una uniformidad imposible, y que niega todos los caminos para devolvernos a una situación de debate político encalmado que permita explorar dónde llega ese reconocimiento nacional. Gritar mucho para evitar hablar de los problemas de difícil solución es una técnica cada vez más utilizada por el populismo. Gritar y gesticular mucho es la más antigua forma de no resolver nunca los problemas de fondo. Es verdad que la justicia española como poder del Estado y como servicio público debe renovarse y adecuarse a los nuevos tiempos y necesidades, pero ¿cómo podemos formular propuestas sobre una cuestión tan delicada si los gritos lo amaran todo ?

Como no a menudo se proponen medidas de gracia que necesiten una ley orgánica para conceder el perdón penal, es razonable que el debate sea intenso. Sería agradecer que también fuera instructivo, pero ya sé que pedirlo es una ingenuidad. Las comparativas delirantes, el tono exaltado, la política furiosa e iracunda que la derecha utiliza sin querer dejar atrás éxitos de la democracia como la finalización de la banda terrorista ETA, violentan cada día el necesario esfuerzo de seriedad y calidad legislativa que merecería una norma excepcional como esta ley. En su título figura la "resolución del conflicto político entre Cataluña y el Estado español". Pero todos los que intervienen, estén a favor o en contra, saben que ya habremos conseguido mucho si en los próximos años somos capaces de devolver al debate sereno, con toda la determinación necesaria, sobre qué reconocimiento obtenemos como nación, cuál mecanismo de cooperación interterritorial conseguimos que no sea oneroso para nuestra hacienda, y qué ley orgánica desarrollará la obligación constitucional de especial respeto y protección de las lenguas propias de las distintas naciones.

La derecha española cree que la negación de la plurinacionalidad le es rentable electoralmente, y abarca desde tiempo inmemorial la defensa de un estado fuertemente centralista y uniformizador. El debate sobre el modelo de estado, que las elecciones gallegas de este domingo habrán definido más nítidamente, provoca reacciones irracionales y no permite que aflore la conversación necesaria sobre las recetas para el buen funcionamiento de los servicios públicos o de las infraestructuras. Es muy evidente que entre la defensa de la España radial de Ayuso y las necesidades de verticalidad y población litoral de Portugal que favorecen la propuesta gallega existe un abismo.

Volviendo a Catalunya, los resultados del pasado 23-J no le otorgan fuerza a Junts, sino valor estratégico, que son cosas diferentes. Los catalanes que en un momento u otro de esta última etapa se han sentido cercanos a postulados independentistas han visto con dolor y tristeza la entrada de miembros de su gobierno en prisión, han presenciado con decepción la pelea por el espacio electoral de los dos partidos que han gobernado la Generalitat durante este período, y han sido espectadores directos de la evidencia de que las grandes consignas épicas no se correspondían con la organización de mecanismos legislativos o gubernamentales serios.

Ahora, todos los catalanes, antes de afrontar el debate de unas europeas que serán muy importantes, nos merecemos que sea verdad que nos preocupan "todos los soldados y no queremos una amnistía VIP" como pronunciaba el secretario general supeditado, Jordi Turull. Ahora, todos los catalanes y catalanas que llevan una década llevando un peso en el estómago y miran con preocupación la situación de la política útil catalana, merecen ser amnistiados por poder participar de los debates del mundo que nos afectan.

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