El ciclón electoral del 2024 nos ha dejado una democracia algo más magullada y un nombre propio: Elon Musk. El magnate tecnológico ya ejerce de poder político global, en las recepciones de Mar-a-Lago, en las llamadas diplomáticas a potencias extranjeras, y en la apuesta estratégica y financiera por las agendas ultraconservadoras internacionales. Musk ha irrumpido en la campaña electoral alemana, después de el atentado en el mercado de Navidad de Magdeburgo, para pedir la dimisión del canciller Olaf Scholz por "incompetente" y asegurar, en un mensaje a X, que "sólo Alternativa para Alemania" puede salvar al país. El hombre más rico del mundo también se ha ofrecido a ayudar al nuevo partido de Nigel Farage, Reform UK, y el gobierno británico ya se ha apresurado a avisar de que reforzarán las normas y controles sobre la financiación a partidos políticos.
X ya no es una red social, es un aparato de propaganda, y su propietario lo utiliza como el altavoz principal en la ejecución de su nuevo rol como poder global. El tándem Donald Trump - Elon Musk ha empezado ya a revolucionar la política, incluso antes de llegar a la Casa Blanca. Pero en los próximos meses serán una prueba de estrés de esa relación de conveniencia y de la capacidad de resistencia de las instituciones estadounidenses y globales.
De momento, las elecciones presidenciales en Estados Unidos han proclamado la victoria del ego por encima del carisma y han reforzado las alianzas iliberales. Del personalismo y la gesticulación política de Donald Trump al fenómeno comunicacional del presidente argentino, Javier Milei, o el polémico Calin Georgescu, el candidato ultraderechista a la presidencia de Rumanía, que se hizo un sitio contra todo pronóstico sin el apoyo de un partido detrás y gracias a una campaña antisistema dirigida a los jóvenes a través de TikTok. En las presidenciales de Indonesia, el ganador es Prabowo Subianto, empresario y ex ministro de Defensa acusado de violaciones de derechos humanos durante su carrera militar.
El informe El mundo en 2025 que cada fin de año publica el Cidob habla del triunfo de la egopolítica; de un narcisismo reforzado por las urnas; The Global State of Democracy 2024, cuatro de cada nueve países están hoy en peor situación democrática que antes, y aproximadamente sólo uno de cada cuatro ha mejorado la calidad de su democracia.
Los cinco estados más poblados del mundo, y hasta casi setenta países más, han pasado por las urnas este año. Ha sido un ciclón electoral marcado por el malestar, y que ha castigado a buena parte de los gobernantes: en Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Portugal, Irlanda, Uruguay o Panamá. En Botsuana, el Partido Demócrata perdió el poder por primera vez en casi 60 años. Y Corea del Sur cierra el año con la caída en desgracia del presidente Yoon Suk-yeol, que había llegado al poder como eloutsiderque triunfó en las llamadas "elecciones de los incel" del 2022. Incluso aquellos gobernantes que han resistido electoralmente han salido debilitados, como es el caso de Ishiba Shigeru en Japón, o de Narendra Modi en la India, o de Cyril Ramaphosa en Sudáfrica.
Aunque los resultados electorales responden a realidades locales, la preocupación por la economía, y en muchos países por la inflación, ha sido uno de los motivos principales y compartidos del malestar expresado en las urnas. Según un estudio del Pew Research Center, el 64% de los adultos encuestados en una treintena de países de todo el mundo consideraba que la economía nacional "estaba en mal estado". En Francia, Japón, Sudáfrica, Corea del Sur y Reino Unido, más de siete de cada diez estaban de acuerdo con esta afirmación. Y un 54% de estos adultos también se mostraban insatisfechos por cómo la democracia funciona en su país.
En 2024, uno de cada tres votantes vivía en un país donde la calidad de los procesos electorales ha empeorado. Hemos cerrado una legislatura marcada por la contestación. El Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral, conocido como IDEA, asegura en un informe que la legislatura de 2020 a 2024 se ha caracterizado por el llamado "negacionismo electoral": es decir, el resultado de 'una de cada cinco elecciones fue cuestionado por alguno de los candidatos o partidos perdedores. También este año casi uno de cada tres comicios derivó en disputas y protestas y en el 20% de los casos ha habido violencia y víctimas civiles. Pero el 20 de enero de 2025 éste negacionismo llegará al Despacho Oval. La victoria de un Trump que aún no ha reconocido su derrota del 2020 ni su responsabilidad en el asalto al Capitolio que desató, personifica ese declive en los derechos y la representación democrática que se confirma a nivel global. Cerramos un año de una profunda resaca electoral que ahora debe traducirse en políticas que pueden intentar dirigir o amplificar los agravios que nos han traído hasta aquí.