Un año del asalto al Capitolio: polarización vs. diálogo

Se cumple un año del asalto al Capitolio de Washington por parte de una ultraderecha populista amparada por el derrotado presidente Donald Trump. Aquel episodio, que avergonzó a Estados Unidos, es difícil de borrar. Queda como una mancha insidiosa y persistente para la democracia norteamericana, que mostró impúdicamente su fragilidad. Sus consecuencias todavía se hacen notar. De hecho, la sociedad norteamericana continúa marcada por aquellos hechos inéditos que dieron la vuelta al mundo en directo, a través de las pantallas: un asalto ciudadano que obligó a evacuar a los congresistas amenazados por la turba y se saldó con cinco muertes y centenares de detenidos.

Y del mismo modo que EE.UU. aún no ha cerrado una herida muy viva, que continúa dividiendo a la opinión pública, la repercusión también es mundial y se plantea en términos de polarización o moderación. ¿El asalto al Capitolio fue un aviso para navegantes o el final de una amenaza? De entrada, el ridículo de Trump y el exceso de sus seguidores se hizo evidente. Pero bien es verdad que el debate ideológico y político mundial se mantiene encallado entre, por un lado, la confrontación de los extremos con una ultraderecha que continúa entre desatada y latente, y, por otro lado, el intento de reencontrar las bases de un amplio consenso que recupere el prestigio de las instituciones de la democracia liberal y la gobernanza pública. Dirigentes como el mismo Trump, que desde un populismo iliberal han exacerbado –y lo continúan haciendo– los ataques a la democracia desde dentro del sistema, mantienen el pulso y la influencia entre buena parte de una ciudadanía muy desconfiada con los poderes y la autoridad en general, como se está viendo, por ejemplo, con el negacionismo antivacunas que está complicando la victoria científica y sanitaria contra el covid.

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Todo ello hace que no esté nada claro hacia dónde puede continuar la situación política y social mundial en los próximos años. Ningún país ni sociedad está a salvo de la sombra alargada de este radicalismo antipolítico que explota el malestar popular, mientras que a las opciones dialogantes y moderadas, tanto desde el terreno de la derecha como de la izquierda clásicas, les cuesta mucho encontrar la conexión con la ciudadanía.

Trump continúa distorsionando la política norteamericana y dificultando las grandes decisiones de Biden que piden un mínimo de consenso, imposible de conseguir con el actual Partido Republicano. En América Latina, desde Bolsonaro a Ortega, hay motivos para el pesimismo. Y Europa tampoco se escapa del peligro divisorio: más allá de los casos directamente preocupantes como los de Hungría y Polonia, las opciones de ultraderecha contaminan por todas partes la acción política y hacen muy difícil abordar con garantías cuestiones capitales como la inmigración, la gestión de la pandemia o la crisis climática o, en el caso español, el reto soberanista catalán, envenenado de manera sistemática por Vox, el PP y Cs. En todo caso, la esperanza es que, a causa precisamente de la fuerte sacudida que está suponiendo la doble crisis del covid y del clima, las opiniones públicas opten por el sentido común, el diálogo y el entendimiento, y destierren el griterío demagógico de los que siempre prometen falsas soluciones que a menudo acaban de manera dramática.