De Argentina a España, vía populismo

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La presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, por detrás del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en la Junta Directiva Nacional del partido

1. Peligro. Ahora Javier Milei en Argentina y quién sabe si, dentro de un año, Donald Trump en Estados Unidos. Las señales son inquietantes, a ambos lados, Europa incluida, el autoritarismo posdemocrático sigue haciendo camino. Y es una amenaza real para las democracias liberales: hubo un tiempo en el que a los países latinoamericanos que intentaban huir del control de Washington se los sometía por la vía del golpe de estado militar. Ahora parece ser la hora de los populismos, la desmedida que se apropia del malestar de la gente con promesas sin sentido que capitalizan el desconcierto ciudadano por los cambios radicales en el paso del capitalismo industrial al financiero y digital. Un tiempo de profundas mutaciones que dejan a mucha gente en fuera de juego y con un sentimiento de abandono que los hace sensibles a las sobreactuaciones del populismo, eso sí, siempre con la patria como la realidad trascendental que lo justifica todo. Incluso prometer, como hace Milei, la disolución de los ministerios de Sanidad y Educación: todo en manos del capital privado.

Cada país tiene sus singularidades. Y Argentina es muy suya. Su historia con el peronismo como mito fundacional es bastante singular. Un estilo que ha encajado mal con las exigencias del capitalismo hegemónico. Argentina no se libró de la fiebre de los golpes de estado de los años setenta, liderados desde EE.UU. Y ahora mismo la sensación de desbordamiento es considerable, con una crisis económica y social sin límite, que se ha llevado por delante al peronista Sergio Massa, y ha entregado el país al demencial espectáculo del hombre de la motosierra. Pero por mucho que los argentinos se hayan expresado con formas exageradas, propias de su singular manera de estar en el mundo, no hay que distraerse. No es un capricho suyo, es la enésima advertencia de una evolución general del mundo hacia el populismo neofascista. Y todo esto en un alarmante clima de desgobierno global, con la guerra de Ucrania y el nuevo momento salvaje del conflicto de Israel, que vuelven a interrogarnos sobre los límites de lo posible. ¿Todo está permitido?

2. El PP, en línea. El ascenso del populismo de extrema derecha viene de lejos. Y en Europa en pocos años ha dado el paso del aislamiento al poder, con la complicidad de las derechas llamadas liberales. El PP se ha inscrito definitivamente en esta tendencia. Ha utilizado a Feijóo de parapeto y no le ha salido bien. Los electores han dicho no al gobierno PP-Vox. Y el ruido organizado en torno a la investidura de Pedro Sánchez y de la amnistía elimina cualquier duda. Es solo el comienzo de un camino. Y Mariano Rajoy ha puesto su vela, firmando un documento de apoyo a Javier Milei. Es el testimonio del presidente que rehuyó la responsabilidad de resolver políticamente el conflicto catalán y lo derivó a la justicia. El PP quiere estar a la vanguardia en la era del autoritarismo posdemocrático. Se apunta a la movilización callejera como punto de partida para abrir una nueva etapa. Y desde hace ya tiempo están construyendo a su propio Milei, versión castiza. Isabel Díaz Ayuso, la presidenta madrileña, degustadora de fruta, se asoma a cada oportunidad que se da, a la espera de que llegue el momento adecuado. Desde su debacle, Feijóo ha buscado la vía populista, pero no encaja en ella. Cuando se indigna parece leer y el populismo requiere indignación desvergonzada. En cualquier caso, le habrá hecho el trabajo a Ayuso al dar plena legitimidad a la extrema derecha. Un barro que seguramente le habrá costado la presidencia, pero que ahora ya está asumido. Y sitúa definitivamente al PP en la línea reaccionaria que recorre Europa. Ahora queda por ver hasta cuándo la ciudadanía seguirá diciendo que no.

3. América. Entramos en un año decisivo, con la elección presidencial americana a la vista, que puede confirmar el momento crítico de la política. ¿Cómo es posible que en la mayor potencia mundial en los campos de la economía, la tecnología y el conocimiento se puedan disputar la presidencia un señor de 83 años, Joe Biden, con signos visibles de senilidad, y un demagogo cerca de los ochenta con un montón de frentes abiertos por la justicia? ¿Tenemos que creer que para los nuevos poderes del mundo la política es irrelevante, un espectáculo miserable para entretener al personal?

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