Ateneos e inmigración

¿Tienen sentido los ateneos en el siglo XXI? Con este título se inauguraba en enero del 2023 en el Ateneu Barcelonès la tertulia de jóvenes Café Continental rememorando la misma tertulia que había tenido lugar a principios de siglo en la que participaban los jovencísimos Sagarra, Papasseit, Foix, Garcés… Con el enunciado del debate los participantes ya respondían. Estaban ahí y daban valor a encontrarse físicamente, sentirse cerca y debatir cualquier tema después de la pandemia y de un entorno de soledad virtual como el que les había tocado vivir. Dos años después, este interrogante adquiere más sentido que nunca en un contexto catalán y europeo donde la inmigración ha desbordado todas las previsiones de Occidente. Los sociólogos dicen que los fracasos en la integración de los migrantes recaen en la no vinculación con el entorno. El caso francés lo explica muy bien: con una buena escuela pública, unos barrios equipados y una cultura potente, el malestar y los guetos siguen existiendo.
En Cataluña, posiblemente porque no tenemos estado propio, alrededor de 2.300.000 catalanes son miembros de alguna asociación, una cuarta parte larga de la población, y de éstos, 1.000.000 pertenecen a una entidad cultural. La Federación de Ateneos de Cataluña tiene federados 208 ateneos, y sólo en Barcelona hay 27. Los ateneos históricamente han sido los grandes alfabetizadores y difusores de la lengua y la cultura catalanas, porque han permitido el acceso al ascensor social a los recién llegados y han sido espacios de convivencia en los que se han podido crear. Hoy, en aquellos ateneos del territorio donde en su sede se practican deportes y cultura popular, castellers, etc., los nuevos catalanes se mezclan con naturalidad. Las entidades que son espacios estrictamente de debate, estudio y cultura, ¿qué papel deben tener ante el reto de cohesionar la sociedad catalana de hoy?
Por el volumen de socios, por la antigüedad y por su tradición, el Ateneu Barcelonès no ha rehuido la responsabilidad que tiene ante este problema, que desgraciadamente genera posturas enfrentadas, cuando debería ser lugar de consenso por la emergencia nacional y social que representa. La cuestión no se resuelve sólo enseñando la lengua. Aunque es un primer paso importantísimo –y las instituciones deben verter todos los recursos en lugar de decir de una forma vergonzosa que hay más demanda que oferta y qué no se da alcance–, la cuestión es cómo se acogen los nuevos catalanes para que sientan que este país es el suyo y quieran formar parte para una vida más rica y más plena.
En el Ateneu Barcelonès hemos iniciado un proyecto que se llama Club de Català donde no sólo se enseña la lengua y se hacen parejas lingüísticas con muchos de los casi 3.500 socios que tenemos, sino que a través de una serie de mentorías queremos vincular a los nuevos hablantes a las secciones, a las tertulias, a las actividades de los espectáculos ya los debates. Este ambicioso proyecto, que ha arrancado con entusiasmo, lo pondremos a disposición de todas las entidades asociadas a la Federación de Ateneos de Cataluña y les ofreceremos la posibilidad de reproducirlo por todas partes. A ver si dejamos de lamentarnos del hecho de que nos estamos quedando sin país.