'Barbie', elogio de la complejidad

Hollywood ya tiene un buen historial de películas hechas a partir de juegos, juguetes y videojuegos, pero seguramente ninguna hasta ahora había sido tan buena (y no sé si alguna película de este tipo había tenido un éxito tan apabullante) como esta Barbie autoral que ha escrito y dirigido Greta Gerwig y que juntamente con Oppenheimer de Christopher Nolan han generado un fenómeno que ha significado el mayor éxito de taquilla en no sé cuántos años, conocido con el nombre, felizmente trash, de Barbenheimer. Son los milagros del capitalismo: coger dos realidades tan alejadas, en principio, como el físico Robert Oppenheimer, director del Proyecto Manhattan, y la muñeca Barbie (en Mallorca, a las muñecas las llamamos pepa) y que vayan juntos como productos de la industria cinematográfica. Bien mirado, Barbie y el hongo atómico no dejan de ser dos iconos del siglo XX.

El fenómeno es conjunto, sí, pero no equitativo: inevitablemente, la tendencia es establecer comparaciones entre las dos películas. Pues bien: tienen en común el hecho de que su gran impacto comercial no les quita el hecho de ser películas autorales, que llevan la firma y la personalidad de sus creadores. Así, Barbie se aleja tanto del modelo digamos prefabricado de la comedia romántica actual (es mucho más ácida y, sí, inteligente) como Oppenheimer del blockbuster de acción (hay poca, casi todo el film pasa en interiores) con coartada histórica. Son películas que huyen intencionadamente de las normas que se supone que deberían seguir, y solo eso ya las vuelve más valiosas, y más de agradecer el hecho de que tengan tanto éxito (supongo que, en ambos casos, bastantes espectadores deben de salir del cine habiendo visto algo bastante diferente a lo que esperaban).

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Del dueto, sin embargo, sale vencedora Barbie. Cumple mejor el reto que se impone, el guion (de Gerwig y su pareja, Noah Baumbach, director de la fenomenal Historia de un matrimonio) no tiene momentos muertos ni énfasis innecesarios, y, sobre todo, Greta Gerwig no transmite, a diferencia de Christopher Nolan, la molesta y cretina idea de creerse una directora excepcional. Barbie contiene tanto o más cine que Oppenheimer (las grandes tradiciones de la comedia elegante, el musical y el melodrama: Frank Capra, Howard Hawks, Douglas Sirk, Stanley Dan, etc.) pero no hace ostentación de ello y está libre de pretensiones sabihondas. Lean en este diario el artículo de Laura Gost que explica con detalle los motivos para aplaudir el film de Gerwick.

Donde Opphenheimer se ve obligada a simplificar una historia compleja, Barbie hace un elogio de la complejidad a partir de una premisa tan aparentemente banal como el mundo de la pepa más famosa de la historia y su compañero, el soso (pero ya no) Ken. Y lo hace, rotundamente, a través del feminismo. La sombra del purple washing la sobrevuela inevitablemente. Pero lo que hace Barbie es sobre todo aprovecharse de un contexto conservador para difundir un discurso progresista. Y además hace reír al público, es visualmente deslumbrante y divertida, y revienta las taquillas.