Fui a ver Barbie hace unos días con unas expectativas elevadas: me gusta la mirada creadora de Greta Gerwig y pensaba que tenía que salir algo bueno de un film dirigido por ella, de un guion escrito por Gerwig y Noah Baumbach, de un reparto tan bien encontrado, con Margot Robbie y Ryan Gosling como cabezas de cartel. El trailer ya permitía intuir que Gerwig haría una lectura feminista, irónica, paródica, moderna y poliédrica de las connotaciones de Barbie, y la película colmó con creces la previsión.
Era todo un reto intentar crear un producto de estas características sin caer en los simplismos y sin blanquear descaradamente los aspectos más polémicos del juguete. También era complicado seducir a hombres y mujeres, niños y niñas, marcas diversas y redes sociales y conseguir que todos se tiñeran de rosa para promocionar hasta la extenuación una película que de frívolo solo tiene eso, el marketing. Y es que Gerwig no ha pretendido eliminar los elementos intrínsecos en el universo Barbie (la belleza estereotipada, los cuerpos normativos, el rosa, el artificio), sino que los ha cogido todos y los ha puesto al servicio de una reflexión compleja y no dogmática; de un análisis empapado de humor inteligente que tiene el acierto de explorar en las contradicciones y los conflictos que nos acompañan cuando entramos en la sala de cine y también cuando salimos.
El papel de Ken en esta película es también digno de mencionar. Gerwig y Baumbach escriben (y Gosling interpreta) a un Ken inicialmente básico, tonto e insustancial que, tras sentir una fascinación incipiente por un sistema patriarcal que le era ajeno, se convierte en una especie de hombre deconstruido en busca de una identidad con la que sentirse cómodo y de un sitio en el mundo. Barbie, como los espectadores y las espectadoras grandes y pequeños, hace lo mismo.
La Barbie de Gerwig toma de excusa este símbolo de la cultura pop y lo utiliza para reflexionar sobre unos conceptos que, además de interactuar con nuestra realidad, son inseparables de la película y de todo lo que la rodea: la relación entre superficialidad y profundidad, el sistema patriarcal, la tiranía del perfeccionismo, la mala prensa de la tristeza, el concepto de poder, el papel del feminismo, los prejuicios que salpican a unos y otros, la emancipación de la mujer, los roles de género.
No sé cuántas mujeres o niñas que estaban en la sala juegan o han jugado con una Barbie. Sin embargo, el miedo a que un juguete tenga hoy en día un gran impacto en la configuración de la personalidad de un niño pierde fuerza si equiparamos este impacto a la influencia persistente, omnipresente, de las redes sociales, con sus propios códigos, mensajes y cánones con luces y sombras. Por lo tanto, quizás no se trata de proteger a los niños y niñas de la exposición a ideas, conceptos o productos, sino de darles herramientas para forjarse un espíritu crítico, para revisar ideas preconcebidas o para evitar que estas ideas lleguen a consolidarse en sus mentes. En este sentido, creo que la película Barbie puede ser una aliada.