Barcelona y la decadencia

Hace décadas que los apóstoles tradicionales de la decadencia de Barcelona anuncian la proximidad del apocalipsis. Hasta ahora los Nostradamus encarnados en novelista de éxito con intenso complejo de superioridad lingüística no se han salido con la suya en la invocación del Titanic, ni la ciudad ha dejado de ser -todavía- abierta y atractiva para el talento internacional. Antes han naufragado sus aventuras políticas con Ciudadanos que no se han llegado a cumplir los malos augurios y las expectativas de ver la ciudad provincianizada. No, ni Barcelona es hoy una ciudad provinciana, ni el soberanismo amenaza las ambiciones de la Ciutat Condal. Tampoco le está pasando nada que no pase en las principales ciudades europeas después de la hecatombe que ha significado la larga pandemia.

Barcelona todavía es una ciudad dinámica y atractiva, pero es momento de preguntarse si tiene un plan de futuro ambicioso a la altura de su pasado.

¿A punto para el futuro?

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¿Está bien gestionada para competir en un mundo donde nadie la está esperando ni le regalará nada?

Hoy, cuando apenas la cultura recupera la totalidad del aforo y se empiezan a ver visitantes extranjeros, Barcelona tiene que preguntarse hacia dónde quiere ir y quienes pueden llevar mejor las riendas de una ciudad que ha hecho de su singularidad y heterodoxia su tesoro. Una ciudad emprendedora y original con unas condiciones naturales que le dan una calidad de vida única, pero que hoy tiene que recuperar la alegría.

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Ahora que podemos empezar a decir que la pandemia va quedando atrás, es momento de revisar qué ha significado el confinamiento y qué consecuencias arrastramos. Barcelona cerró en 2020 con una caída del PIB de un 11,5%, y el primer trimestre de 2021 el descenso se ha moderado pero continúa en unos números rojos del 4% en términos interanuales. La economía de la ciudad está en la línea del batacazo del Estado, pero es muy superior a la caída media que ha sufrido la Unión Europea, que ha sido del 1,2%. El tejido comercial y de servicios de la ciudad ha quedado tocado y, a pesar de que el paro empieza a retroceder y se empieza a recuperar la actividad del emprendimiento, todos los barceloneses percibimos cuál es el ambiente que se respira en las calles y dónde están aquellos que duermen noche tras noche en los portales de nuestras casas.

En una entrevista al ARA, la alcaldesa de Barcelona atribuye al inicio de la campaña electoral las críticas sobre la decadencia de la ciudad. Tiene razón, pero solo en parte. Barcelona no se hunde, hoy, pero sería un error actuar con autocomplacencia o a la defensiva. No todo son intereses electoralistas, ni complejo de superioridad, y cuando la nueva generación del Cercle d'Economia advierte que “podemos quedar atrapados en una espiral de irrelevancia económica, de decadencia lenta pero inexorable”, se la tiene que escuchar. Para salir de esta crisis hay que sumar esfuerzos e identificar proyectos que vayan más allá de las singularidades políticas.

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Tienen razón aquellos que piden pensar a medio y largo plazo y poner los diferentes agentes a negociar y trabajar en grandes proyectos transformadores.

Intereses generales

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Los intereses generales son identificables, los grandes activos y los grandes déficits están más que diagnosticados, y es responsabilidad del gobierno municipal impulsar los proyectos y trabajar en el consenso que haga posible ejecutarlos con el resto de administraciones. Hay que desencallar los temas atrapados en un bucle eterno, como la ampliación del Clínic, el Hermitage y el aeropuerto. El caso de la ampliación del aeropuerto contiene todos los síntomas de la mala política de las diversas administraciones y de la dejadez de la gestión de Aena en El Prat. Sin negociar es imposible llegar a un acuerdo y sin escuchar a las partes implicadas es imposible salir del reproche mutuo. Sin una política comunicativa valiente tampoco se puede hacer un debate adulto, y ninguna de las administraciones implicadas -ninguna- se salva de la crítica. Tiene que ser posible tener las mejores infraestructuras con el mínimo impacto ecológico e impulsar un modelo económico que no favorezca el turismo de bajo coste.

¿Barcelona es una ciudad vibrante, abierta, rica, que cuida a los emprendedores, que cuenta con una red social que evite la fractura? ¿Tiene un plan de futuro para conseguirlo con una salida vibrante del trauma pandémico?

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Barcelona está triste y los barceloneses quieren razones para volver a enorgullecerse de la ciudad donde luchan y construyen día a día. La salida de la crisis no será cosa de un alcalde u otro. Será posible con un cambio de actitud que pase por la cooperación de todos los partidos con todos los agentes sociales. No es imposible, Barcelona lo ha hecho en otros momentos de su historia.