Barcelona y Milán: ¿dónde termina la ciudad?
Estos días, aprovechando la celebración de la cuarta edición de la Bienal de Pensamiento y con la colaboración de la CUIMPB y del CCCB, hemos establecido un diálogo entre Milán y Barcelona que ha confirmado, por un lado, los grandes paralelismos entre las dos ciudades y, por otro, la gran y poco visible transformación que está cambiando la fisonomía y la forma de ser de una ciudad y otra. Como decía el profesor Alessandro Balducci en el debate que tuvimos en la Modelo, "estos cambios invisibles están haciendo más invivibles nuestras ciudades".
No tenemos ciudades preparadas para el cambio climático que cada vez sufrimos con mayor intensidad. Los barrios de las ciudades con más problemas económicos y sociales no siempre tienen una dotación de espacios verdes que compense unas viviendas poco preparadas para temperaturas extremas. Si ya nos ocurre que hay diferencias de esperanza de vida muy significativas a pocos kilómetros de distancia, si ahora añadimos una mayor frecuencia de episodios de calor, viento, lluvia o frío extremos, las cosas no irán mejor.
La digitalización, también invisible, está modificando nuestra forma de vivir, trabajar, comunicarnos o disponer de todo lo necesario para subsistir. Con la digitalización masiva podemos prescindir de la densidad como valor que nos acercaba a todo lo que necesitábamos y, en cambio, nos facilita y multiplica la movilidad. Pensábamos que no deberíamos movernos tanto, pero, de hecho, lo que pasa es lo contrario, ya que todo lo que necesitamos para estar conectados se mueve con nosotros. La digitalización cambia nuestros hábitos y es a la vez oportunidad y amenaza. Oportunidad para facilitar el aprendizaje, la conexión y la innovación. Amenaza para muchos puestos de trabajo, por una creciente obsolescencia de lo que sabíamos, amenaza por lo que tiene de reforzamiento de la individualización, en un espacio como la ciudad pensado precisamente para estar juntos y crecer interactuando.
Tanto Milán como Barcelona están acostumbradas a recibir grandes oleadas de inmigrantes. Primero quienes llegaban del sur, buscando trabajo y mejorar su perspectiva vital en ciudades líderes en plena revolución industrial. Y, muchos años después, inmigrantes venidos de cualquier lugar del mundo para cubrir los trabajos de servicios que los locales están menos dispuestos a realizar, sea en la hostelería, en el cuidado de personas mayores o en otros servicios intensivos de mano de obra. Los miles de personas de fuera, casi siempre mujeres, que trabajan en los hogares, haciendo los trabajos de casa, cuidando a personas mayores y discapacitados, constituyen una población invisible pero cada vez más determinante para encarar los retos demográficos a los que estamos abocados. El cambio demográfico y la presencia de nuevos ciudadanos venidos de todas partes hacen imprescindible en ambas ciudades encarar el tema de la vivienda, aunque la situación es más dramática en Barcelona por los efectos depredadores del turismo.
En ese intercambio de miradas y de recopilación de experiencias, aparecieron también algunas preguntas significativas. ¿Es necesario recuperar la pulsión industrial y manufacturera que ha sido un signo distintivo de ambas ciudades? La respuesta debe situarse en los cambios provocados por la pandemia, que ha puesto de relieve en toda Europa la necesidad de reforzar las capacidades propias de producción de los elementos más estratégicos y necesarios, evitando la dependencia. Es todo un grito de alerta en relación con la ola de deslocalización a la que nos habíamos acostumbrado, y que ahora nos devuelve como un boomerang. Y hablamos no sólo de productos de primera necesidad, sino de temas que afectan a muchos segmentos de producción. Ninguna de las dos ciudades (si las entendemos como las ciudades reales, que conforman las dos regiones metropolitanas, con dimensiones similares y reuniendo cada una poco más de los 5 millones de habitantes) ha perdido su tradicional fuerza industrial, a pesar de cambiar de modelo diversificante sectores.
Pero una pregunta que se nos planteó es: “¿De qué ciudad hablamos?” ¿De la ciudad definida en los límites administrativos y políticos a partir de la que establecemos el sistema de representación y gobierno democrático? Más bien nos referimos a la ciudad real. En la ciudad invisible desde el punto de vista formal y administrativo, pero permanentemente vivida como tal por los que se mueven constantemente, viviendo en un lugar, llevando a sus hijos a una escuela de otro lugar, trabajando en una tercera localización, cambiando constantemente de "ciudad" pero viviendo sin discontinuidad en un mismo tejido urbano. Una trama continua y real pero invisible a efectos representativos y de gobierno.
La ciudad formal ya no es la ciudad real. Y los problemas tradicionales de las grandes ciudades se trasladan al resto de la trama urbana, pero, en cambio, los recursos de la gran ciudad (que acumula precisamente por su centralidad) no se trasladan al resto del territorio que sufre consecuencias pero que no disfruta directamente sus ventajas. Deberíamos conseguir hacer más visibles los problemas que compartimos, para así ser capaces de darle respuestas que hagan que todo lo que ya está urbanizado sea también ciudad a todos los efectos.