Basta de niños muertos

Miren, la noticia de ayer –cada día tenemos alguna– sobre el hambre en Gaza dice que se extiende una enfermedad neurológica extraña, especialmente entre los niños. Provoca parálisis y secuelas de por vida (a los que sobreviven, claro).

En el mundo hay muchas tragedias inevitables, como esta riada que se ha tragado ciudades enteras, o los accidentes o los incendios. Pero las hay, como el hambre de Gaza, que son evitables. Pueden evitarse ahora mismo. En este instante, alguien puede ordenar el alto el fuego, que se preparen dosis de comida y suero, que se carguen en unos camiones, que se abran las fronteras y que, delante de los periodistas y los médicos, se repartan. No es tolerable, no es admisible para la raza humana, dejar a niños, que han venido al mundo sin pedirlo y no tienen ninguna maldita culpa de ningún conflicto territorial, religioso, testicular o todo a la vez, morir de hambre. Es que no puede ser. Los seres vivos, plantas, animales y personas, nos morimos si no nos alimentamos. Y por eso, desde que nacemos, emitimos señales para ser alimentados y para crecer y vivir en este mundo el período que nos corresponde.

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Cuesta mucho, según cómo, mantener la vida de un niño. Hay padres, aquí, en el Vall d'Hebron, que no duermen velando a sus hijos enfermos, sudando cada paso, cada día, cada esperanza pequeña. ¿Y hemos de admitir, entonces, que cueste muy poco hacer que la vida de un niño se pierda por el sumidero porque allí resulta que los dejan morir de hambre?

Ya basta. No quiero oír las frases de unos y otros defendiendo los intereses, la geopolítica y las aristas del conflicto que viene de lejos. Se están muriendo de hambre. Muriendo. Yo no puedo permitirme tanta indiferencia, no me sale. Sé que manifestarse no sirve de nada. Pero debemos protestar, gritar, escandalizar por cada niño muerto de hambre.