Al cabo de la calle

"Si no cambia la cultura,
no cambia nada"
Pepe Mujica

Fangar, estercolero o follón, uno de los riesgos del 12 de mayo es que, enseguida y sin demasiada sorpresa, volvemos a ser de nuevo en la cabeza de la calle. En el mismo sitio, con todo un poco peor, con los mismos nudos y con la sequía llamando a todas las puertas. Al fin y al cabo, un país no cambia mucho en 54 días. Y en lo alto, al día siguiente, los dinosaurios –que hay unos cuantos– continuarán ahí. Ahora bien, sí que sabremos cómo ha impactado en la sociedad catalana el último ciclo político, social y económico; siete años de excepcionalidad represiva todavía irresuelta, con exilios vigentes y una amnistía recién aprobada; una guerra en el Este, un genocidio en Gaza y una ola reaccionaria global. Y un nuevo ciclo de corrupciones, de todos los colores en la psicopatología del poder, vinculada a quienes se enriquecieron miserablemente con la pandemia. Veremos qué ocurre. También sabremos cómo se evalúa electoralmente la última legislatura catalana, particular y singular, surgida de unas elecciones en las que la abstención rozó el 49%; aquella misma que nació con un 52% independentista –pese a perder 700.000 votos en la colada–, que de poco ha servido y que acabó el pasado miércoles por el desacuerdo presupuestario por un casino –política de repóqueros y faroles– que no constaba en las cuentas generales.

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[Ingenuidad democrática, uno creía que sólo era necesaria la pragmática y transitoria decisión de que nadie condicionara los presupuestos en el Hard Rock –en especial los primeros que lo hicieron: el PSC–. Y que al día siguiente de los presupuestos, el necesario debate y la digna lucha contra el Hard Rock –que es todo un dilema sobre modelo de país– continuara abierto hasta, temo, las instancias judiciales, que es donde probablemente se acabe ganando, como tantos otros conflictos de pucherazo urbanístico y ambiental. El futuro no puede ser un casino tafurer, aunque el presente ya lo sea.]

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Pero inseparablemente, el calendario ya dice que habrá, consecutivamente, elecciones vascas, catalanas y europeas. Las vascas se juegan en una clave interna bastante interesante, pero no alterarán legislatura alguna y revalidarán doble mayoría soberanista y de izquierdas con una extrema derecha ínfima. Por el contrario, las catalanas de mayo ya se han cargado, de entrada, los presupuestos del Estado. De salida, ya se verá. Si no fuera poco, los comicios europeos de junio podrían dar un paseo que reconfigura el mediocre club privado de estados que es la UE hacia derivas mucho más que inquietantes y regresivas. Catalanas y europeas, pues, sí pueden, a su vez, remover el curso, el futuro y el ritmo de la legislatura española. Y de la catalana –ya veremos si saca el huevo de la serpiente, que ningún pueblo está exento de la sucia y brutal tentación xenófoba–. Más. Después de que este fin de semana Putin vuelva a ganar las elecciones –y no hace falta esperar ningún recuento electoral para saberlo–, en otoño será el turno de EEUU y la alta probabilidad de que Trump vuelva al ala oeste de la Casablanca . En China no hay elecciones y no hacen falta, ni caben, pronósticos electorales. En Portugal la extrema derecha es ya tercera fuerza. En Italia gobierna Meloni y en Argentina, Milei. Los dinosaurios también continuarán ahí. Todo buenas noticias, ya ven. Ya estamos en un sitio peor.

La contingencia ya es la norma de la tercera década del siglo XXI, la polarización es una trituradora que todo lo rompe y la chamba y el algoritmo se han convertido en factor político. De la misma forma que, en plena emergencia climática en la era del antropoceno, existe un nuevo agente social con agenda propia que todo lo condicionará y con el que la política y la economía nunca podrán negociar nada: el medio ambiente. Todo es imposible hasta que deja de serlo. Pero lo que parecía imposible pueden ser tan buenas noticias –la amnistía, pongamos por caso– como las más pésimas –que no llueve y no quiere llover–. Ahora mismo, el desfiladero de la legislatura española parece que se ha hecho más estrecho y más escarpado, y desde lo alto de las colinas caen más piedras y más altramuces. Qué hay al final del desfiladero –o lo largo que se hará cruzarlo– es toda una incógnita para todos los implicados; qué hay si no se recorre es, hace demasiado, una turbia certeza. Sobre el calendario, no hay elecciones españolas hasta el 2027. Veremos qué ocurre. Sobre el mismo calendario –y es de recibo que no sepamos nada e, incluso, una buena señal– hay una mesa de negociación, allá norte y con mediador incluido, para abordar una resolución democrática al conflicto catalán –es decir , en el conflicto español–. Y unos cuantos patriotas con toga, terminales directos del poder del Duque de Ahumada, dispuestos a torpedear cualquier esbozo de salida democrática a cualquier conflicto.

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Mientras el 12 de mayo se resolverá electoralmente la correlación de fuerzas de un nuevo ciclo, las precariedades y las violencias, que siempre van de la mano y van al alza, se agudizarán. El riesgo de exclusión social lo tenemos rozando el 30%. 7.148 desahucios el pasado año en Catalunya, que sigue encabezando el funesto ranking sin solución de continuidad. Nuevos desahucios por riesgo de derrumbe en las periferias machacadas. Un campo sublevado –con toda la razón campesina–. Una cocinera asesinada y un preso suicidado en la cárcel de Mas de Enric –y 41 suicidios y 16 muertos por sobredosis en las cárceles catalanas desde 2020–. Un joven en la UCI en Castellón por agresión fascista mientras PP y Vox retiran el premio Guillem Agulló de las Corts Valencianes. Un centro de atención primaria en Piera que concentra 30 agresiones al personal sanitario en tres años. Y una letanía de mercado desbocado en el orden caníbal del mundo: la semana cierra con un nuevo récord del precio de la vivienda en Barcelona, ​​1.178 euros. Ocurre lo de siempre, haya elecciones o no: que los mercados votan cada día a todo trapo y nosotros sólo cada cuatro años. Hecho y deshecho, si existe una impotencia democrática –después de que determinada política neoliberal se haya empleado a fondo para desempoderar la política, debilitar cada Parlamento y desmocratizar la democracia– es la que remite al derecho fundamental a la vivienda. El hecho es lo mismo y los jodidos, los mismos –como nos canturreaba Ovidi Montllor–. De nuevo el viejo vuelve nuevo. En el ciclo del bucle, santo volvemos a ello. Y sí: uno de los riesgos del 12 de mayo es que, enseguida y sin demasiada sorpresa, volvemos a ser de nuevo en la cabeza de la calle. O en uno más incierto todavía. Pero como decía una madre de las Madres de Plaza de Mayo: dejemos el pesimismo para tiempos mejores.