En el caso Alves, parece que los cambios de versión del futbolista, junto a la constancia en la declaración de la víctima, las pruebas aportadas y los testigos que han declarado esta semana, han empujado a la abogada de la defensa a parapetarse tras el último salvavidas: el atenuante de embriaguez frente a las acusaciones de violación. Según este nuevo relato, el estado de embriaguez del futbolista mermaba sus capacidades cognitivas y por tanto no era consciente de sus actos.
Aquí es donde entra en juego la psicología forense. Como peritos se nos pide, tal y como hemos visto en el mismo juicio, que valoremos si la ingesta de alcohol podría ser "la causa" o el elemento que podría justificar la agresión sexual, arguyendo que el futbolista no era consciente de lo que hacía. No es casual que en nuestro imaginario colectivo alcohol y violencias sexuales estén estrechamente relacionados. La cultura de la violación está sostenida por una serie de mitos que han sido esenciales para justificarla, exculpando a los agresores y culpando a las víctimas. Estos estereotipos son actitudes y creencias generalmente falsas que están muy extendidas y que se han mantenido en el tiempo con el único objetivo de justificar la violencia sexual. Varios estudios en la materia han concluido que el 50% de la población todavía justifica violaciones por el consumo de alcohol. Y eso alimenta el mito del alcohol como responsable y sitúa la responsabilidad fuera del agresor ("si no hubiera ido bebido nunca habría hecho algo así", "no sabía lo que hacía", "bebió demasiado". ..) . Este marco mental colectivo acaba definiendo también la mirada del sistema judicial, convirtiendo en norma una falacia: el alcohol como atenuante, como chivo expiatorio.
El consumo de alcohol en ocasiones puede ser un elemento presente en las agresiones sexuales e interactúa con otras variables mucho más esenciales y explicativas en la comprensión de las violencias sexuales, como pueden ser la agresividad de la persona, la aceptación de los mitos de la violación o una concepción patriarcal de los roles de género y la sexualidad. En este sentido, es muy interesante que determinadas investigaciones apunten que la clave está en las expectativas y creencias que tienen algunos hombres sobre sí mismos: pueden sentirse más legitimados a forzar a una mujer cuando están bebidos porque así les será más fácil justificar su conducta (Kanin). Les ayuda en la autojustificación. Varias investigaciones, como las de Ratliff & Burkard, explican la relación entre consumo de alcohol y agresiones sexuales, pero no como factor exculpatorio sino destacando la importancia de las creencias del agresor sobre los efectos del alcohol y la cultura de la violación. Por tanto, lo esencial es cómo el agresor piensa, siente y actúa.
Ya basta de argumentaciones simples responsabilizando al alcohol. Esto no va de si iba bebido o no, esto va de mitos y creencias que han respaldado la cultura de la violación, de roles de género patriarcales que falcan una relación entre la sexualidad y la masculinidad muy preocupante; va de poder, de pensar en el otro como un objeto sexual, de no asunción de responsabilidades, de un inmenso sentimiento de impunidad... pero sobre todo esto va, de nuevo, de consentimiento.