El catalán: diez millones de voces

Déjense de Sánchez y Puigdemont y el apoyo a la legislatura. Cuesta entender que, a estas alturas, una lengua hablada por más de diez millones de ciudadanos europeos, con presencia en España, Francia, Italia y Andorra (cuatro estados europeos, adscritos al euro, tres de los cuales son estados miembro) y una cultura moderna y viva, siga sin ser oficial en la Unión Europea.

El catalán tiene más hablantes que el danés, el finés, el croata o el esloveno, y supera con creces a dos lenguas que sí disfrutan de estatus pleno: el maltés y el gaélico irlandés. El maltés, hablado por unas 450.000 personas, es lengua oficial de la UE desde 2004, cuando el país ingresó en la Unión. El gaélico irlandés, con unos 200.000 hablantes, fue reconocido en 2007, aunque Irlanda había entrado en la UE años atrás.

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Una lengua europea no necesita ser la mayoritaria de un Estado miembro para ser oficial en Bruselas. Irlanda tiene dos lenguas oficiales en la UE, y Malta también. Lo importante no es cuál sea la “lengua principal” de un Estado, sino qué lenguas sus ciudadanos desean ver representadas. Al reclamar el reconocimiento del catalán a través de un estado miembro, parece que estemos pidiendo algo que no nos corresponde, como si debiéramos mendigar un derecho que, en realidad, sería un acto de justicia y coherencia ciudadana y no política: el catalán ocuparía en el ranking de lenguas oficiales el puesto número trece de un total de veinticinco lenguas.

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Ser lengua oficial de la UE no es una concesión simbólica. Es poder dirigirse a las instituciones europeas en el propio idioma, ver las leyes y convocatorias traducidas, participar en programas educativos, culturales o tecnológicos en el idioma de un territorio que, por superficie, estaría por encima diez estados miembro que gozan hoy de tales derechos. ¿Por qué ha de pedirlo un estado miembro? ¿Dónde está la Europa de las regiones que nos prometieron?

España ha ofrecido asumir los costes de traducción e interpretación, por lo que el argumento económico carece ya de sentido. Hablamos de veinte millones de euros anuales. Un chiste para los presupuestos generales del estado. Europa no se debilita reconociendo sus lenguas; al contrario, se fortalece. Porque la diversidad no es una amenaza, sino la esencia misma de su identidad. Y es que, tras el Brexit, Europa es una auténtica torre de Babel. Si eliminamos el inglés, ninguna lengua supera el 29% de hablantes.

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Joan Maragall habría escrito, “Escolta, Europa, la veu d’un fill que et parla en llengua catalana…”. Más de un siglo después, Europa no puede permanecer ajena a esa voz. No la pide Sánchez. La piden más de diez millones de europeos.