Una Cataluña sin color
Pantone es la empresa americana creadora del sistema de colores que utilizan la práctica totalidad de los diseñadores gráficos de todo el mundo: cualquier color que ve en una pantalla se puede trazar a una combinación de número y nombre con mayor o menor gracia de su archivo de colorines. Además, desde hace veintiséis años, un grupo de expertos de la compañía elige el color del año, "una instantánea en color de lo que vemos que ocurre en nuestra cultura que sirve como expresión de un estado de ánimo y una actitud". El del 2025 fue el Mocha Mousse (mousse de moca), un "marrón suave y evocador" que "continúa la tendencia hacia la expansión de los tonos neutros, sin género y prácticos". Quizás no hay nada que asociamos más a la subjetividad individual que la elección de los colores, pero la gente de Pantone intenta convencernos de otra intuición igualmente fuerte que todos llevamos dentro, que es que la psicología colectiva existe y, perdónadme la metáfora, da color a nuestra experiencia del mundo. Si tienen razón, nos encontramos en un tiempo opaco y neutro como un café, pastoso, conservador y autoindulgente como un postre de chocolate.
Este ablandamiento de pigmentos generalizado rima con la nueva imagen de Esquerra Republicana y los nuevos mapas del tiempo del Telediario, dos polémicas cromaticopolíticas que se han juntado en muy poco tiempo. De entrada, me ha parecido una buena noticia que enseguida hayan corrido por las redes críticas bien argumentadas. En el caso de Esquerra Republicana, es obvio que perder el amarillo histórico por una naranja-nada va mucho más allá de la modificación meramente estética que ha argumentado la dirección, y que cambiar el color no sólo cambia la identidad, sino que acaba con la asociación del amarillo a la bandera de Catalunya y envía un mensaje indiscutible de desnacionalización. La transformación de los mapas de los informativos del 3Cat es similar: hemos pasado de una representación viva del territorio, con las gradaciones de verde capturando el relieve real del país, a una renuncia al color plano que lo desdiferencia todo y lo hace más artificial. De nuevo, las redes han asociado instantáneamente este cambio a una filiación ideológica con Salvador Illa y su PSC, que es un político y un partido que ahora mismo sólo pueden pensarse con el color gris.
No es una tendencia exclusivamente catalana: estudios empíricos han demostrado y denunciado la pérdida de color en todo el mundo en las últimas décadas. En términos puramente del medio, este allanamiento tiene mucho que ver con la vida filtrada por las pantallas, que obligan a renunciar a formas orgánicas y colores fuertes para optimizar la legibilidad. Sin embargo, como sabemos desde McLuhan, el medio es el mensaje (o el masaje), y favorecer la uniformidad estética acaba favoreciendo inevitablemente la uniformidad ideológica. Un mundo de poscolor es también un mundo de postpolítica, en el que las ideas que mejor circulan ya no son las que ofrecen visiones de un futuro diferente al presente, sino matices intrascendentes sobre lo que ya existen. En las banderas y en los escudos clásicos no hay grises ni colores desmayados porque un color intenso es la declaración de que crees en algo más que en agradar a todo el mundo.
Naturalmente, no existe una ciencia universal de los efectos de los colores y de las formas, sino que los significados van variando en cada momento histórico. El minimalismo puede ser socialista y revolucionario en manos de la Bauhaus, o antipolítico y promercado en el diseño suizo. Los colores vivos pueden asociarse a la fiebre revolucionaria de la vanguardia, pero también a la falta de compromiso de los pastiches posmodernos. Pero como somos seres históricos, estos cambios nos afectan de formas muy reales, y un color es la punta de un iceberg de asociaciones mentales. Lo que queda de todo es que ningún mensaje puede reducirse a su contenido, que la forma siempre ejerce una carga emocional que va más allá de lo obvio. Vea el mapa del país verde y mírelo gris.
La conclusión que debería aceptarse contra la cromofobia de nuestros tiempos es que los ciudadanos no tenemos más remedio que ser también algo críticos de arte y aprender a ver que, detrás de todo mensaje gris, siempre hay una elección de las formas que activa resonancias que nos mueven una dirección u otra. Observando la reacción especialmente lúcida de las redes ante los cambios de ERC y del TN, me arriesgo a decir que uno de los legados más positivos del Proceso ha sido devolvernos más atentos a los intentos de pacificación ya las proclamas que dicen ser neutrales, pero no lo son. Escribiendo esto he acabado pensando en la tipografía infantil y el verde rendido de Junts pel Sí, y creo que ahora, por mucho que lo intenten, no volveríamos a dejar levantar la camisa de la misma manera.