Un niño muerto de frío
Sabemos por el AHORA que uno bebé de dos meses ha muerto en la ciudad de Gaza, en un hospital de campaña, a causa del frío y el temporal de lluvia. Con buen criterio, el diario nos hace saber su nombre, Arkan Firas Musleh, que no habrá llegado a Benjamin Netanyahu ni a Donald Trump, reunidos en Estados Unidos para hablar de ese acuerdo de paz, que no les toca directamente.
En estos precisos instantes hay, seguro, familias –alguna madre recién parida, como la de este bebé– en un hospital, vigilando que los hijos enfermos salgan adelante. Algunos en incubadoras, otros en salas de operaciones, o en camas con sábanas de color verde, enyesados, entubados o enfebrados. Quiero decir con esto que conservar la vida de los niños cuesta mucho, no se logra siempre. En estas circunstancias, una muerte evitable, tan fácilmente evitable, como ésta –la muerte de un bebé por hipotermia– es demasiado incomprensible.
El Niño Jesús de la historia que reproducimos en el pesebre se calentaba con dos animales: un buey y una mula. Éste, nacido aproximadamente por la misma zona, no ha tenido tanta suerte. Nos imaginamos qué hicieron los padres de este último, si existen, para calentar a su hijo. ¿Qué no haríamos, qué no habríamos hecho nosotros ante la posibilidad de ver cómo la fragilidad absoluta que es nuestro bebé se quedaba quieto y azul? ¿Volvernos a abrir el vientre?
Ante las muchas aristas de los conflictos territoriales, de los intereses políticos, del "No todo es blanco o negro", debemos plantarnos cuando hay un niño muerto. La historia de Jesús no termina bien, como todos sabemos, pero no acaba de forma prematura, con el niño congelado –aunque, como dice la canción, “Está medio muerto de frío”–. No puede permitirse que en este mundo lleno de maravillas donde vivimos (con TikTok, libros, música, cohetes que van a la Luna, botellas de aceite...) haya personas con menos derechos que nuestros animales de compañía.