Cataluña crece, pero no para todos

Cataluña crece. El PIB avanza a un ritmo superior al de la mayoría de países europeos y el empleo se ha recuperado con fuerza después de los años de crisis. Pero ese dinamismo no llega a todo el mundo: cada año son más los hogares catalanes que tienen dificultades para llegar a fin de mes –hoy en día ya son uno de cada diez–. Los salarios han subido, sí, pero más lo ha hecho el coste de la vida. Mientras la economía se expande, el poder adquisitivo de buena parte de la población se estanca. Y ese desajuste explica por qué, pese a crecer, no vivimos mejor. Pero esta realidad no es igual para todos. Mientras una parte de la población ve cómo su salario pierde capacidad de compra, otra sigue acumulando rentas y beneficios. El último informe de la CNMV es un buen ejemplo de ello: los cargos directivos de las empresas de el Ibex cobran 55 veces más que sus empleados. Esta brecha creciente no sólo es síntoma de la desigualdad: pone en cuestión cómo se reparten los beneficios del crecimiento. El verdadero reto no es crecer más, sino crecer con equidad.

La paradoja de una economía que crece sin mejorar la vida de la mayoría tiene una explicación central: el desajuste entre el crecimiento económico y la evolución de los salarios reales. Los sueldos han crecido, pero por debajo de la productividad y, sobre todo, del coste de la vida. En los últimos veinte años, los salarios nominales en Cataluña –las cifras que vemos en la nómina– han subido, pero sin seguir el ritmo de los precios. El resultado es que los salarios reales –la capacidad de comprar que tiene nuestro sueldo–se han mantenido prácticamente estancados y, en muchos ejercicios, han retrocedido. Esta pérdida de poder adquisitivo explica por qué, pese a crecer la economía, muchas familias viven con la sensación de que no avanzan.

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Pero el impacto de ese estancamiento salarial no es homogéneo, como tampoco lo son las nóminas. La distancia creciente entre los sueldos más altos y los de gran mayoría tiene mucho que ver con la dualidad del mercado laboral, una característica estructural de la economía catalana y española. En un extremo se encuentran aquellas personas con trabajos estables, elevados salarios y capacidad de negociación –donde se acumulan buena parte de los incrementos salariales–; en el otro, trabajadores con contratos temporales o discontinuos, sueldos bajos y menos posibilidades de mejora. Esta asimetría interna explica por qué la pérdida de poder adquisitivo no se reparte de forma uniforme y por qué las desigualdades tienden a consolidarse con el tiempo, amplificadas por brechas persistentes como son el género, la edad o el origen.

Ante esta realidad, herramientas como el aumento del salario mínimo (SMI) pueden aliviar parte de la presión sobre los salarios más bajos. Sin embargo, a pesar de haber crecido casi un 50% desde 2018, el SMI sigue lejos del coste real de la vida y no resuelve por sí solo las desigualdades estructurales del mercado laboral. Mientras la productividad y los beneficios crezcan más rápidamente que los salarios, el reparto del crecimiento seguirá siendo desigual. El reto, pues, no sólo es repartir mejor, sino también generar más. Si seguimos como ahora, con un modelo con poca productividad y beneficios concentrados, ni reduciremos las desigualdades ni haremos sentir el crecimiento en la mayoría.