La catástrofe y la revolución de los bárbaros

Lo que hemos visto y estamos viendo en el País Valenciano a raíz de la catástrofe tiene un nombre, que se escribe con unas mayúsculas rotundas: incompetencia. Además, hemos asistido estupefactos también toda a clase de ocultaciones, mentiras, desmentidos, contradicciones, rectificaciones, falsas excusas, etcétera. En conjunto, un espectáculo grotesco, pornográfico, dado que estamos hablando de una gran tragedia, con muchas vidas perdidas y estropeadas, que seguro que habría sido menor si los responsables hubieran actuado algo mejor antes, durante y después.

Cuando acontecen sucesos como este siempre hay consecuencias políticas. Consecuencias políticas importantes. De hecho, el tira y afloja para intentar esquivar las responsabilidades empezó a producirse pasadas tan solo unas horas del descalabro. Esta batalla política no solo continuará sino que se intensificará, aún más en el contexto político español actual, caracterizado por la agresividad y una extendida falta de escrúpulos. Pero no es de la cruda lucha por salvar el propio cuello de lo que quería hablarles. Ni del futuro de Carlos Mazón o de los zigzags de Alberto Núñez Feijóo para, por un lado, tratar de involucrar a Pedro Sánchez y, por el otro, desentenderse del presidente valenciano. O de la actitud distante adoptada por el jefe del gobierno español.

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Más allá de esta lucha, del puro braceo desesperado, la catástrofe reforzará algunas de nuestras creencias y al mismo tiempo erosionará, pondrá en crisis, otras. En esta confrontación más de fondo participan los políticos y los partidos, ciertamente, pero también los medios de comunicación y las redes sociales, donde el predominio del nacionalpopulismo de extrema derecha –con sus mentiras y su temeridad descabellada– es realmente abrumador. La discusión sobre el desastre causado por la gota fría o DANA debe enmarcarse en la guerra cultural en marcha en nuestro país y también a escala planetaria. En la guerra por la hegemonía, dicho en términos gramscianos. Acabamos de vivir cómo en Estados Unidos el trumpismo, el populismo de extrema derecha, allí con un fuerte tinte libertario, se imponía con rotundidad. En Europa la tradición filosófica y moral heredera de la Ilustración también va perdiendo cada vez más y más terreno frente a los nuevos bárbaros.

En el caso valenciano son muchos los que trabajan incansables, utilizando toneladas de mentiras, para manipular la conciencia de hombres y mujeres. Los momentos de gran emotividad son los mejores para esparcir fake news. Una de las creencias de fondo que quieren instalar dice que la democracia liberal es un aparato fallido. Son continuos los mensajes contra quien manda, contra los políticos, contra las élites, contra lo que llamaríamos el sistema. Contra las instituciones políticas democráticas. El empeño no es, y este punto es clave, la reforma, la mejora de las cosas que no funcionan en nuestra gobernanza, que son muchas. No. Lo que se promueve es el cambio radical, el vuelco, una revolución antiliberal en favor de un mando rotundo y directo, más autoritario. O autoritario por completo. El resumen viene a ser –como se está demostrando una vez más, según ellos– que el modelo de democracia occidental se ha convertido en nocivo para los intereses de la gente, del pueblo. Que es un nido de inútiles y corruptos, burócratas perezosos demasiado bien alimentados. A nadie debe extrañarle, en este contexto, los elogios ditirámbicos de la extrema derecha al rey Felipe VI en contraposición a Pedro Sánchez, el presidente del gobierno, el político, que “huyó como un cobarde”.

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Muy vinculada a esa idea hay otra. La segunda supuesta verdad que aviva la extrema derecha, en los medios y sobre todo en las redes, es que un poder central y centralizado es siempre mejor, más ágil, más eficaz, que cualquier gobierno territorial o distribuido. Este mensaje no es tan universal como el primero, que se pregona en todo el mundo, sino más vinculado al contexto español, donde buena parte de la derecha sigue siendo reacia o directamente enemiga del modelo autonómico, y, no hace falta decirlo, de la plurinacionalidad. Han sido muchas las voces que, de una u otra forma, han dado a entender que la raíz de la tragedia de la DANA hay que buscarla en que la reacción dependiera de la autonomía, más allá de cómo hubiera actuado, por ejemplo, Mazón. Tras los elogios a la labor del ejército está en parte esto, y Feijóo da esa idea por demostrada, por evidente, cuando, pretendiendo centrifugar las responsabilidades, exige a Sánchez que asuma el mando de la situación.