Los cerdos de los chinos

El gobierno catalán quiere que comamos más cerdo. Y para ello ha decidido hablar mucho del cerdo. Muchísimo. Declaraciones, comunicados, ruedas de prensa. Y ahora, una campaña de publicidad institucional. Todo cerdo, todo el rato. Es una estrategia valiente. Tan valiente como recomendar paracaidismo el mismo día que los informativos abren con un accidente de avioneta.

Insistir en un producto justo cuando se asocia a una amenaza es una forma bastante eficaz de generar rechazo. No hace falta ser Kahneman para entenderlo. Si la información dominante es "peste porcina", el mensaje "consume cerdo" se convierte en una inquietud en el pasillo del supermercado. Y cuando alguien se inquieta, cambia de comportamiento. Puestos a evitar riesgos imaginados, alguien comprará cerdo chino antes que catalán. No porque sea más seguro, sino porque se cae más lejos del titular.

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Cuanto más se hable, mayor parece el problema. La mejor campaña sería el silencio. Dejar que el cerdo vuelva a ser sólo cerdo. Un producto cotidiano. Invisible. Como el pan. Nadie hace campañas para que comamos pan. Y, curiosamente, funciona.

Aquí es donde ganan los cerdos de los chinos. China sube aranceles al cerdo español como represalia por la política europea sobre los coches eléctricos. Cerdos contra baterías. Jamones contra motores. La economía convertida en un tablero de Risk en el que las fichas no son ejércitos, sino productos.

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Castigar al cerdo por presionar al coche eléctrico no protege a nadie: ni al consumidor chino, que pagará más por la carne; ni el productor español, que perderá mercado; ni el fabricante europeo de automóviles, que seguirá enfrentándose a la competencia china por razones tecnológicas, no porcinas; ni siquiera los fabricantes chinos, que ya han decidido venir aquí a parecer.

Pero la política comercial moderna funciona así. Ya no se discuten principios, se intercambian daños colaterales. Si no me compras coches, no te compro cerdos. Como si la economía global fuese una discusión de patio de escuela. Y después nos sorprende que los mercados reaccionen mal o que las cadenas de suministro se vuelvan frágiles.

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Lo irónico es que, al final, todos hablamos de cerdo. En Cataluña, por miedo. En Bruselas, por estrategia. En Pekín, por represalia. El cerdo, animal noble, convertido en la metáfora perfecta de nuestra confusión económica: creemos que controlamos el consumo hablando, y que controlamos la geopolítica castigándolo.

Si algo nos enseña esta semana económica es que cuanto más hablemos del cerdo, peor le va al cerdo. Y a nosotros con él. Cuidado con los cerdos de los chinos, que quizás acaban siendo el regalo promocional con la compra de un coche eléctrico suyo. No se ría, no, que los periódicos regalaban paellas los domingos en los quioscos.