Cien días del alcalde Collboni
El balance de los primeros cien días de un gobernante tiende a ser un balance trampa, porque a menudo acaba concluyéndose que en tres meses no hay tiempo de nada. Pero asumiremos el clásico y, si hablamos del alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, diremos que, al menos, no ha empeorado la ciudad.
Se sigue apreciando el mismo problema de siempre: los políticos y altos funcionarios municipales pisan poco la calle, y cualquier ciudadano ve problemas concretos y se echa las manos a la cabeza de que, si él los ve, el Ayuntamiento no los vea. Por ejemplo: el alumbrado. Cómo es posible que con la tecnología del 2023 no se evite que se encienda tan tarde y se apague tan temprano (con consecuencias para la seguridad). O los contenedores: los hay que siempre están rodeados de suciedad y todo el mundo ve dónde están y debido a qué. ¿Por qué no se actúa específicamente? O los cruces que siempre se atascan: ¿por qué nunca está la Guardia Urbana? ¿O por qué la plaza del Macba sigue siendo propiedad de los monopatinadores?
Pero estos son los problemas fáciles de resolver, digamos. Lo sustantivo es el malestar que causa Barcelona. Cada día hay más gente a la que se le hace una montaña tener que venir o vivir aquí, porque le han limitado la circulación sin haberle mejorado el transporte público para entrar y salir de la ciudad, o porque desaparecen comercios, o no puede permitirse un alquiler, o ve que sus hijos tienen que irse de Barcelona porque nunca se podrán comprar un piso, que todo es muy caro. El barcelonés siente que molesta, que la ciudad ya no le pertenece, que es un actor de reparto en la película que protagonizan los turistas y los expatriados con sueldos más altos.
¿Cómo se dirige este malestar? Porque la propaganda no es diálogo. ¿Quién escucha a los barceloneses? ¿Qué proyecto de futuro existe para Barcelona, más allá de las obras interminables?