Cien de Estellés

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La exposición dedicada al poeta Vicent Andrés Estellés se prorroga

“Me aclamo a ti, madre de tierra sola.
Arrape tus rodillas con uñas sucias.
Invoque un nombre o secreta consigna,
madre de polvo, secuestrada esperanza”

"Ponme las gafas". El poema donde el poeta Vicent Andrés Estellés imaginaba y anticipaba su despedida –"Me gustaría, todavía, / que alguna mujer de mi pueblo saliera / a la calle, inquiriendo: «¿Quién ha muerto?»/ «Es el hijo del panadero que hacía versos" / Más cultamente aún: "El nieto mayor / de villancico.» Ponme las gafas”– acababa pidiendo que se las dejen puestas, que las necesitaba para poder seguir mirándonos, que sin ellas no hay había ojos para poder ver ni de cerca ni de lejos.Estellés, uno entre tantos, condensa como pocos, como tantos, la historia reciente valenciana, que acarrea incansablemente entre la degradación salvaje y la esperanza nunca vencida. entre la destrucción fascista de su busto en 1979 y la vandalización ultra de su estatua en 2021, ha pasado de todo. de la mediocridad, la cuestión política es que la semana pasada PP y Vox impidieron y censuraron a las Cortes valencianas que 2024 fuera declarado institucionalmente, culturalmente, como el Año Estellés –el poeta más querido con diferencia–. En el laboratorio valenciano, pues, ocurre lo de siempre: que unos hacen el discursito y otros el trabajo sucio.

No voy a gastar una sola línea en reproducir el argumentario chapucero de la infamia. Es la misma acometida de siempre, adaptada a cada época oscura y al vocabulario vergonzante de cada instante turbio. El escupitajo de hoy es el de ayer desde otras bocas. La de 1978, en medio de la batalla de Valencia, cuando perdía el trabajo de periodista en Las Provincias por el mero hecho de recibir y aceptar el Premio de Honor de las Letras Catalanas. Por entonces, el poeta de Burjassot escribía: “Nunca pasan unos días que al descolgar el teléfono no me oigo decir que eres un hijo de puta. El miedo a una bomba no me la quita nadie. Esto es una guerra no declarada pero abierta; el anticatalanismo valenciano es salvaje. Pienso que el presente, y también el futuro, es muy amargo en mi país. Estamos volviendo a los tiempos de las catacumbas”. La bilis del otro 1978 remite inseparablemente a la hibris de 1939, nos lleva hasta el fuego de 1707 a Xàtiva y nos obliga a remontarnos hasta 1492 y la expulsión de moriscos y judíos, es decir, la extirpación de toda diferencia y cualquier diversidad como acto fundacional del Reino de España. Y no, no igualo épocas, sólo descodifico las permanencias del odio, las raíces de la persecución y las ramificaciones de una criminal uniformización. Oficialmente, sí, no habrá Any Estellés –tampoco hubo año Ovidi Montllor en el 2015, por orden estricta del PP–. Sin embargo, fuera de la oficialidad será un año desbordante, como lo es desde 2010 cuando, popularmente y respondiendo a la llamada de Josep Lozano, se instauró la Noche Estellés para conmemorar el nacimiento del poeta. Cientos de actos que recorren el País Valenciano de punta a punta y hasta el último rincón del planeta –donde haya un puñado de valencianos que deciden celebrarse. Lo mismo que ocurrió con el año popular 2015 Ovidi Montllor, respondiendo a la llamada de Feliu Ventura: a ras de calle, más de quinientos actos. Lo que el poder cierra por arriba, la gente lo abre por abajo.

"Asumirás la voz de un pueblo y será la voz de tu pueblo". Los amores hacen el amor, las historias hacen la historia, las vidas hacen la vida, las memorias hacen la memoria. Estos días, de un solo revuelo y mientras sonaba lo inigualable Coral Romput de Ovidi Montllor declamando Estellés, he leído la primera autobiografía de Vicent Andrés –paradójicamente, no tenía ninguna–. La ha escrito el cantautor Pau Alabajos y la ha editado la cooperativa valenciana Sembra Llibres. Pau –una de las voces significadas de la digna generación sublevada que crece entre el asesinato de Guillem Agulló y la primavera valenciana– ha escrito una biografía que es todo un mural estellesiano, una historia de amor que se convierte en un canto general al poeta , explicándolo a través de sus versos, de sus lugares, de sus palabras, de sus reflexiones. Vicent Andrés Estellés. La voz de un pueblo (Siembra, 2024) lo escribe Pau, nacido en Torrent en 1982, bordando un diálogo donde quien acaba hablando es Estellés, que nos dejó en 1993. Un año que fue extraño. Para los jóvenes que nacimos en –y contra– la democracia de la amnesia fue el año de la muerte de Guillermo, asesinado sólo dos semanas después de la muerte del poeta de Burjassot. En 1992 había fallecido Joan Fuster. Y un mal día de 1995 Ovidi Montllor se marchó de vacaciones. Fue mucho después de que entendimos aquellas pérdidas –que se convirtieron en reencuentros permanentes– y las ausencias germinaron en multitud de presencias y conciencias en los Países Catalanes.

“¡Qué noche, Ovidio, qué noche aquella de Villarreal!”. La autobiografía tejida por el bueno de Pau recupera un detalle insondable: que en casa del poeta había un sofá y una mantita –“la mantita de Ovidio”– para cuando hacía noche, porque no había en Valencia dos amigos, dos amantes, como ellos.Lo repesco porque el lúcido trabajo de Pau coincide –y nada tiene de casual– con que la hija pequeña de Ovidi, Jana Montllor, se ha adentrado en la búsqueda de una nueva memoria del padre ¿Dónde estabas cuando estabas?, que se financia también por suscripción popular y cooperativa– hurgando en los ingredientes del olvido, la pimienta del silencio y la sal del desaguisado. Si ellos planifican amnesia, la memoria se autoorganiza. Que sean Jana y Pablo, que sea la siguiente generación –imprescindible efecto eslabón–, quienes combaten todo destierro y quienes persisten sin desfallecer es una enorme noticia para un agradecimiento infinito. Que a Ovidio y Vicent Andrés, aún y como ayer, nos los nieguen neuróticamente y nos los persiguen obsesivamente es un vacío entero –pero también una alabanza integral, un honor completo y un contrarreconocimiento innegable: siguen siendo fieras feroces.

“He intentado, con la letra pequeña, el brusco mosaico del sufrimiento de un pueblo / que, vigilante, espera la alegría./ No es testamento, pues mis muertes no testean. / Es mandamiento y es, tal vez, testigo”. Habrá quien cree que, en el péndulo valenciano, es decepcionante, sucio y brutal –lo es– que Estellés no tenga año oficial. Pero en perspectiva, desde esa intemperie de 1993 –sin Guillermo, sin poeta– ​​los únicos que de verdad han llegado a los descampados del olvido son los Camps, Fabres y Zaplanes de turno. Lo mismo le ocurrirá a Mazón. Ninguno tendrá nunca ninguna noche popular compartida donde, en toda la Comunidad Valenciana, la gente común se reúna para recordarlos, vindicarlos, vivirlos y celebrarlos. Vicent Andrés Estellés, la esperanza oculta permanente, sí. Siempre y sin solución de continuidad alguna –es decir, sin interrupción alguna–. Porque siempre necesitaremos –hoy más que nunca– las gafas de Estellés, para mirar el mundo y el mar, el ayer y el mañana, el cielo y la tierra y disponer de la llave que abra todas las cerraduras. Lo decía Walter Benjamin: ni los muertos estarán seguros ante el enemigo si éste vence. Y otro amigo de Vicent Andrés, Salvador Espriu, escribía que habían vivido para salvarnos las palabras. Contra bordes y ladrones, volvemos a estar allí. Volvemos a ser esto. Pero hemos avanzado, gracias a ellos, más de lo que piensan –y más de lo que pensamos–. Estellesianamente, entre el polvo, siempre nos seguirá la polvareda. Son tiempos de ponernos las gafas –del hijo del panadero que hacía versos, del compañero de vida de Isabel Lorente, del nieto mayor de Nadalet, del incesante poeta del mural del País Valenciano–. "Porque lo que vale es la conciencia de ser pueblo y tú, gravemente, has escogido".

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