El circo de los ricos barceloneses

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Momento del 'reality ' de Netflix 'First class'.

Netflix ha estrenado First class, un reality donde un grupo de supuestos ricos estrafalarios de Barcelona celebran fiestas y establecen sinergias profesionales más dudosas que provechosas. Una docena de artistas, diseñadores de moda, profesionales de la comunicación, agentes de inversión y vividores en general conforman un círculo de presunta amistad que uno de ellos define como “una arca de Noé de locos y divinos perturbados”. Se trata de un proyecto de Marta Torné producido por Mediapro y el resultado es un esperpento. Y no por el poder adquisitivo que aseguran tener todos los personajes que integran este circo, sino por la futilidad de sus vínculos, su megalomanía enfermiza y un narcisismo que provoca más vergüenza ajena que ganas de reír.

First class pretende sumarse al subgénero de la telerrealidad sobre millonarios, al estilo de Las Kardashian, Soy Georgina o El imperio de la ostentación. Netflix explota este ámbito. Mientras las televisiones generalistas han abusado de los realities que estigmatizaban a la clase baja con programas sobre padres inútiles que no saben educar a sus hijos, familias que no llegan a final de mes, obesos que no pueden adelgazar y adolescentes que maltratan a sus padres, las plataformas han apuntado a un estrato más elevado. La obscenidad del lujo es televisiva, incluso hipnótica. Muestra a los ricos como ineptos que malgastan el dinero. Se buscan elementos aspiracionales pero también se incita al desprecio de unos personajes cortos, arrogantes, cínicos y superficiales.

Pero First class, de reality solo tiene la etiqueta. Más que un reality es un metareality: es la mala recreación de un reality. Los protagonistas forman parte de una comedia a la cual se entregan desde el egocentrismo y el nada que perder. Cada cena, cada celebración, cada encuentro en el Liceu, cada desfile, cada situación está promovida para alimentar el programa de naderías y obscenidad, pero haciendo creer a la audiencia que aquella vida forma parte de su cotidianidad. No es la cámara la que observa una realidad. Son unos títeres que actúan ante las cámaras para construir una farsa televisiva.

El exhibicionismo y la teatralidad de la conducta de los protagonistas, las puestas en escena, la manera de fingir es tan excesiva que First class acaba provocando un bucle infinito de falsas apariencias. Hasta el punto que un espectáculo sobre supuestos millonarios con una vida de lujo acaba transmitiendo una decadencia y un patetismo que se vuelve en contra de los personajes. 

First class es la demostración de que determinados individuos que han crecido nutridos televisivamente en base a realities han mimetizado unos patrones de conducta y han normalizado la farsa televisiva como parte de su ascenso social. La serie puede servir para consolidar públicamente un supuesto estatus que quizás es útil para el mundo de la pantomima adinerada, pero que es absolutamente catastrófico desde la perspectiva más humana.

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