Climatología adversa

Vistas desde arriba, las personas somos colonias de hormigas que van arriba y abajo con muchos propósitos y despropósitos, la mayoría alejados de la necesidad de abastecernos de alimentos para pasar el invierno. El aburrimiento está infravalorado. La contemplación es poco productiva. Cuando bajamos, magnificamos nuestra presencia en un planeta donde da la impresión que quien más sobra somos nosotros. Pero estoy convencida de que la naturaleza también tiene asumida esta parte, la de la humanidad en toda su miseria y en todo su esplendor. La de las hormigas que se mueven con rumbos imprecisos que a menudo no tienen bastante miedo del frío. Aunque la naturaleza nos necesite más bien poco, la realidad es que somos una especie más. La más egocéntrica, seguro. Aparecimos cuando el telón del mundo ya se había levantado y decidimos dirigir las escenas. Pero la cuestión, desde hace tiempo, es cómo lo tenemos que hacer para vivir con más armonía, con las renuncias y los cambios que comporta para un Primer Mundo enfermo, literalmente y metafóricamente, y que no necesariamente son sinónimos de pérdida. Al contrario. Salir desnudos del naufragio es la ocasión para vaciar unos armarios que tenemos demasiado llenos.

Y, mientras tanto, la escenificación de una organización lamentable nos pone de manifiesto la mediocridad terrible de quien llamamos líder , como si el liderazgo fuera el antónimo de la inteligencia. ¿Hasta cuándo tendremos que asistir a una representación tan grotesca de la realidad como puede llegar a ser una conferencia climática? ¿Hasta dónde puede llegar a crecer la desconfianza respecto a los responsables políticos que, en plena crisis mundial, deciden que es una buena idea jugar a los deseos de la Fontana di Trevi? Aunque quizás sería mejor dejarlo todo en manos del azar que de según quién, es ofensivo como las reuniones de quienes llevan el timón son esencialmente cínicas y masculinas. ¿Cómo se atreven señores encorbatados a zurrar la badana a otros señores encorbatados con discursos obscenos, como si la crisis climática fuera una cuestión de regañar a criaturas que han hecho algo mal? ¿Cuándo seremos una sociedad adulta? ¿Cuándo guardaremos el antropocentrismo en el cajón y nos centraremos en actuar de forma precisa y honesta? La emergencia climática tiene que ver con la estructura social y con las desigualdades. Con la violencia estructural. Queremos vivir 100 años pero nos cargamos al que ha vivido durante siglos. El cambio climático no es el fin del mundo porque el fin del mundo llegará sin nosotros. Solo faltaría que tuviéramos este poder, por más que tantos se lo crean. Ni siquiera es nuestro final. Es el final de unas comodidades de las que tampoco todo el mundo disfruta. Lo que está en juego es la manera de vivir y los privilegios. Llegamos al límite con las manos en la cabeza, con esta tendencia a no querer ver lo que se ve de lejos. La angustia climática es un concepto nuevo para explicar una epidemia antigua. Estamos a tiempo de cambiar pero sobre todo estamos a tiempo de escuchar. Que al final los molinos siempre caen en el sur para que sea el norte quien se enriquezca. 

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En 1935 el escritor italiano Dino Buzzati escribió El secreto del Bosque Viejo, una patraña maravillosa en la que la naturaleza habla para ser atendida y entendida. Un viaje fascinante por la voz del viento y de las hojas. Por la obstinación del hombre en su propia soberbia. "Los vientos cantaron las antiguas historias de los gigantes, que constituían la parte más bonita de su repertorio. Estas historias no las conocemos, pero se sabe que quien las escuchaba se llenaba de alegría". Conocemos la alegría, conocemos nuestro repertorio más bonito y estamos a tiempo de cantarnos una historia nueva.