Combatir la extrema derecha

1. Peligro. Si en poco tiempo en España han circulado tres manifiestos firmados por militares retirados “preocupados por el deterioro progresivo sufrido por la patria en las últimas legislaturas”, ahora en Francia veinte generales en la reserva y un millar de oficiales publican un manifiesto sobre “la hora grave” que vive la nación, y advierten que si “el laxismo continúa” se producirá “la intervención de nuestros camaradas en activo en una misión peligrosa de protección de nuestros valores de civilización y de salvaguardia de nuestros compatriotas en el territorio nacional”. Marine Le Pen se ha adherido inmediatamente. La reacción del gobierno francés ha sido tan plana y discreta como la del gobierno español. Y, mientras tanto, en los dos países una extrema derecha en alza marca el paso a la derecha. Podemos mirar hacia otro lado y minimizar estos hechos considerándolos anecdóticos. Pero la historia está llena de situaciones en las que no se ha querido ver un peligro hasta tenerlo encima.

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¿Cómo se tiene que responder a la extrema derecha? ¿Qué buscan ahora mismo? Crear un clima de tensión creciente, ser el centro de la batalla ideológica marcando los tiempos de la confrontación, sabiendo que les da a la vez notoriedad y condición de víctimas: todos contra ellos. Sus temas son los de siempre: la sagrada unidad de la patria, el patriarcado, el fantasma del comunismo, la islamofobia, la xenofobia, el nacionalcatolicismo, la restricción de derechos individuales, la construcción permanente de la cabeza de turco. En Francia es algo más sofisticado y se apoyan en los tópicos de algunos ideólogos mediáticos. Le Monde cita a tres: la teoría del declive de Éric Zemmour, el miedo al “grand remplacement” (la sustitución de la población francesa) de Renaud Camus y la “guerra racial” de Guillaume Faye. Aquí la nueva consigna es contra el antirracismo porque consideran que deja indefensa la identidad racial española.

2. Política. ¿De dónde viene la extrema derecha española? De la tradición, la herencia del fascismo, bastante instalado todavía en algunos sectores del aparato del Estado, que es el que hace que buena parte del voto de Vox provenga del PP, que bajo el liderazgo de Aznar consiguió reunir a toda la derecha en una sola casa. Pero no podemos ignorar las crisis acumuladas desde el 2008, las económicas y sociales, y también la cuestión catalana, que ha reavivado el revanchismo patriótico español. La extrema derecha capitaliza los estragos de la austeridad y de la pandemia ante una parte significativa de las clases populares en dificultades, que encuentran en el pensamiento reaccionario un refugio aunque sea falso. 

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Y por aquí vamos a parar a la cuestión clave: la pérdida de las clases populares por parte del partido socialista, que ya hace tiempo que es un partido de cuadros y de clases medias acomodadas, y de los grupos a su izquierda, que con un discurso a menudo demasiado ideológico tienen dificultades para conectar con los sectores más afectados por las fracturas actuales. El paso del capitalismo industrial al digital y postfinanciero ha cambiado los parámetros y a la izquierda le cuesta adaptarse, acostumbrada al bloque orgánico de la clase obrera. Por lo tanto, la mejor manera de combatir el autoritarismo postfascista es no dejarse llevar por las inercias y ver dónde están hoy los agentes sociales del cambio.

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La extrema derecha da pistas. ¿Cuál es su estrategia para llevar a determinados sectores hacia el autoritarismo? Movilizar contra los motores de transformación: el feminismo, el ecologismo, el antirracismo, las libertades individuales. Y aquí hay una lucha ideológica central, que los partidos de izquierdas tienen que recuperar, creando complicidades, diferenciándose de la derecha en las políticas económicas y evitando la distancia que provoca la arrogancia ideológica. Esta es la vía para combatir el autoritarismo, a sabiendas además que la derecha y una parte importante de los medios de comunicación ya han blanqueado a Vox. La derecha ha utilizado el concepto vacío de populismo, que vale para todo y, por lo tanto, no explica nada, para borrar diferencias entre los dos extremos del espectro político, lo cual legitima a Vox.

Lo que no tiene sentido es entrar en la pelea cuerpo a cuerpo. No es así como se combate el fascismo, es ganándose la complicidad de la gente. Vox se debe a la derecha, pero también a cierto acomodo de la socialdemocracia y a cierto elitismo de Podemos.

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Josep Ramoneda es filósofo